Ética y
capitalismo en el nuevo milenio
Deirdre
McCloskey (1942) es una economista e historiadora norteamericana, liberal y
feminista, que viene marcando la agenda de la vertiente intelectual del Partido
Demócrata desde hace varios años, merced a su perfil progresista y afín al
nuevo capitalismo californiano de Silicon Valley como al espíritu académico de
las universidades de la costa este. Episcopaliana, simpatizante del discurso
posmoderno, estudió en Harvard y dio clases en la Universidad de Chicago.
En
Las virtudes burguesas se mete con la
historia de la Ética, una de las ramas clásicas de la filosofía. Y sale bien
parada, casi a sus anchas, dando cuenta de una capacidad argumentativa sólida
que despliega a lo largo de más de setecientas páginas, no todas igual de
parejas.
Las virtudes burguesas,
publicado por primera vez en 2006 y reeditado varias veces desde entonces hasta
2015 es, grosso modo, una propuesta
de neoaristotelismo que vuelve a las nociones de “virtud” y deja de lado la
confrontación moderna entre kantismo universalista y utilitarismo
consecuencialista, tan propia de la tradición moral de los siglos dieciocho y
diecinueve. A su vez, la autora encuentra el giro liberal a su lectura
aristotélica de las virtudes. Los estados globalizados del siglo XXI, por su
complejidad y diversidad, ya no pueden aspirar a dar felicidad a los ciudadanos
(como en la vieja polis), sino que
deben ayudar a que ellos la busquen. A tal efecto, la eudaimonía antigua se funde con los principios de los padres
fundadores de la Constitución norteamericana y el espíritu de su escritura.
McCloskey
no solo hace una crítica al imperativo categórico, a la deontología y al
criterio benthamiano de maximización de beneficios, sino que se encarga también
de reconstruir, al modo histórico, las distintas tradiciones de pensamiento que
tiene la Ética desde Atenas, pasando por las escuelas helénicas, la patrística,
el tomismo (sobre todo) y las tendencias contemporáneas siempre ajustadas al
campo académico norteamericano, con las que discute acaloradamente: Rorty,
Rawls y Nozick, entre otros.
En
su afán neo-aristotélico, Las virtudes
burguesas propone un compendio de las virtudes laicas y las cristianas, cuyo
punto de partida es la prudencia griega (phronēsis,
no entendida como “cautela”, claro está, sino como “saber hacer” en su sentido
primero) seguida del coraje, la templanza, la justicia, más la fe, el amor y la
esperanza (estas tomadas de la summa teológica cristiana).
El
libro no solo es una propuesta para “la era del comercio” cuyo eje es el Tratado sobre los sentimientos morales
de Adam Smith (autor del cual McCloskey es devota), sino que se trata de un
recorrido por toda la historia clásica y medieval, con abundantes citas a Cicerón,
la escolástica, y a la filosofía moderna como a otras manifestaciones (el cine
western, el teatro, etc.).
A
pesar de su filiación economicista típicamente neoclásica, Deirdre McCloskey gana
favores y simpatías de los sectores de izquierda moderada, puesto que además es
una militante feminista (en la línea Camille Paglia) y con una historia propia de
mujer trans, ya que la autora fue hombre hasta 1995 (su nombre era Donald McCloskey).
En
cuanto a su tradición filosófica, el eje moderno de referencia es el empirismo
y la ilustración escocesa de Smith y Hume.
A
todas luces, el abordaje de la eticidad rebosa de datos y épocas. Y más allá de
los nombres, que abundan de principio a fin, el libro afronta polémicamente la
figura del héroe trágico antiguo, Aquiles y Héctor, del caballero, el santo y
el campesino medievales, para desembocar en el burgués moderno que ya no quiere
la epopeya de la guerra sino la paz del comercio (a lo Alberdi). En ese plano, Las virtudes burguesas es un libro
hermano de otro del recientemente fallecido Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio. Vale decir
que en la clasificación compartida las sociedades antiguas y feudales eran
militares o clericales, y las modernas y contemporáneas son eminentemente comerciales,
por lo que para vivir en ellas se requiere de ciertas virtudes. Es allí donde
McCloskey hace todo un manifiesto a favor de la figura del hombre libre moderno
que, por medio de la movilidad social ascendente que produce el libre comercio y
la democracia parlamentaria republicana, alcanza un estatus de clase media
trabajadora. Así, la economía requiere de preceptos éticos previos que combatan
y limiten los arrestos despóticos como los monopolios comerciales. Por
supuesto, todo esto conforme a los principios del liberalismo clásico, donde la
desigualdad se justifica en la medida en la que se produce socialmente el
efecto win-win.
Si
la propuesta ética de McCloskey se actualizara, resultaría de mayor interés un
diálogo con la corriente más interesante de estos tiempos, como es la del nuevo
realismo, que tiene entre sus principales figuras a Markus Gabriel.
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