ARAÑAS (Libros de tierra firme, 2006)
de Gerardo Gambolini
por Stefanía Fumo
Todo artista crea un universo particular, y el del poeta Gerardo Gambolini (Buenos Aires, 1955) es un mundo forjado por una conciencia lúcida, culta, y absolutamente privada de idealismo. Gambolini es un poeta que no se refugia ni en el romanticismo, ni en la admiración de la naturaleza, ni en la fe metafísica y mucho menos en la política. “Soy un hombre, nada mas que eso, y para esta condición no hay remedio, ni evasión posible”, cuentan los poemas sobrios, austeros, elegantes, de su tercera colección, Arañas, que sale en este mes por la editorial Libros de Tierra Firme.
Lo que queda, en el mundo poético de Gambolini, traductor emérito de, entre otros, F. Scott Fitzgerald, Rudyard Kipling, Edgar Allan Poe, H. G. Wells y Virginia Woolf, es la búsqueda de la experiencia estética. Es el único gesto posible, el que no nos quita ni inteligencia critica, ni integridad. Es como el amor: nadie sabe con precisión de donde brota, pero todos lo reconocemos cuando estamos en su presencia. Las musas, a pesar de todo, en el medio de la decepción, de la incertidumbre, de la tiranía del tiempo y de la maldad humana, siguen hablándonos, tocándonos con su maravillosa y misteriosa esencia.
En su poema titulado Upper West Side, por ejemplo, Gambolini nos transmite una de esas experiencias tan sutiles como inesperadas: el momento en el que uno se da cuenta de que se enamoró. En una tarde en un museo, cada objeto, que en otra cultura fue sagrado, parece cobrar vida y comunicarse con el poeta, transmitiéndole un mensaje de amor. En Paternidad, el poeta se enfrenta a su propio hijo: misterio y contradicción de la vida, tan poderosa, pero que permanece privada de sentido. El poeta con su oficio no puede encontrar alivio ni explicación ni paz. Solamente alcanza a registrar estas sensaciones de belleza y de conexión profunda con la existencia efímeras que sólo el arte nos puede devolver intactas, auténticas y descifrables, ya que todo desparece y cambia. En el mundo de Gambolini la poesía decodifica la vida: esa masa de experiencia y de negación, donde los seres humanos sufren y luchan inútilmente contra la ignorancia, la muerte y el olvido.
de Gerardo Gambolini
por Stefanía Fumo
Todo artista crea un universo particular, y el del poeta Gerardo Gambolini (Buenos Aires, 1955) es un mundo forjado por una conciencia lúcida, culta, y absolutamente privada de idealismo. Gambolini es un poeta que no se refugia ni en el romanticismo, ni en la admiración de la naturaleza, ni en la fe metafísica y mucho menos en la política. “Soy un hombre, nada mas que eso, y para esta condición no hay remedio, ni evasión posible”, cuentan los poemas sobrios, austeros, elegantes, de su tercera colección, Arañas, que sale en este mes por la editorial Libros de Tierra Firme.
Lo que queda, en el mundo poético de Gambolini, traductor emérito de, entre otros, F. Scott Fitzgerald, Rudyard Kipling, Edgar Allan Poe, H. G. Wells y Virginia Woolf, es la búsqueda de la experiencia estética. Es el único gesto posible, el que no nos quita ni inteligencia critica, ni integridad. Es como el amor: nadie sabe con precisión de donde brota, pero todos lo reconocemos cuando estamos en su presencia. Las musas, a pesar de todo, en el medio de la decepción, de la incertidumbre, de la tiranía del tiempo y de la maldad humana, siguen hablándonos, tocándonos con su maravillosa y misteriosa esencia.
En su poema titulado Upper West Side, por ejemplo, Gambolini nos transmite una de esas experiencias tan sutiles como inesperadas: el momento en el que uno se da cuenta de que se enamoró. En una tarde en un museo, cada objeto, que en otra cultura fue sagrado, parece cobrar vida y comunicarse con el poeta, transmitiéndole un mensaje de amor. En Paternidad, el poeta se enfrenta a su propio hijo: misterio y contradicción de la vida, tan poderosa, pero que permanece privada de sentido. El poeta con su oficio no puede encontrar alivio ni explicación ni paz. Solamente alcanza a registrar estas sensaciones de belleza y de conexión profunda con la existencia efímeras que sólo el arte nos puede devolver intactas, auténticas y descifrables, ya que todo desparece y cambia. En el mundo de Gambolini la poesía decodifica la vida: esa masa de experiencia y de negación, donde los seres humanos sufren y luchan inútilmente contra la ignorancia, la muerte y el olvido.
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