ENTREVISTA A MONIKA ZGUSTOVA, por Juan José Burzi

ENTREVISTA A MONIKA ZGUSTOVA
por Juan José Burzi 

Monika Zgustova nació en Praga y allí transcurrió su infancia y adolescencia, hasta que a los 16 años se trasladó a Estados Unidos con su familia. Con los años residió en Nueva York, París y Barcelona, lugar donde se nacionalizó y decidió vivir.  Reconocida traductora y escritora, ha sido durante mucho tiempo un importante componente para dar a conocer la obra de Bohumil Hrabal, a quien tradujo (al español) y sobre quien escribió la biografía más completa que se pueda conseguir, Los frutos amargos del jardín de las delicias. Por otro lado, en sus ficciones trabaja constantemente los efectos del exilio en las personas, así como la situación del individuo frente al totalitarismo.

En esta entrevista, las temáticas serán dos de sus novelas,  recientemente editadas en la argentina (Nos veíamos mejor en la oscuridad y Un revólver para salir de noche) y su relación con la obra de Bohumil Hrabal.

 

NOS VEÍAMOS MEJOR EN LA OSCURIDAD

Es inevitable iniciar la charla sin hacer mención a la situación de exilio que padecen los protagonistas del libro y lo que sucedió en la vida real con usted y su familia. ¿Cuánto hay de experiencia propia en la novela? ¿Es el exilio el tema alrededor del cual giran sus ficciones?

Justamente en esta novela intenté indagar en la relación entre mi familia. En esencia, la madre y  el padre de la novela son similares a como fueron los míos en la realidad.

Con el agregado del exilio.

Claro, intenté ver cómo se desarrollan los lazos familiares en el exilio, y también cuando las familias están separadas. Como en todas las relaciones en el exilio, en una separación la situación se vuelve más difíciles.

¿Se acentúan las cosas buenas y malas?

Exacto, sucede eso, y entonces nos damos cuenta de qué relaciones se diluyen hasta perderse y qué relaciones se tensan. Son lazos que se definen mejor a la distancia. El título, Nos veíamos mejor en la oscuridad, se refiere a que muchas veces usamos las palabras que creemos adecuadas y somos más pensantes a la luz del día. En cambio, en la oscuridad, y a base de caricias, las personas pueden entenderse y verse mejor. Atender a nuestras necesidades mutuas. Y volviendo al exilio, para quien lo ha vivido, es algo que no se olvida nunca.

¿Y cómo se afronta una situación de exilio?

Están quienes encuentran que desarrollan su vida como si fuera su país en miniatura, entre personas con vivencias similares, como en los ghettos cubanos o en los barrios chinos. Es una clase de refugio. Están los que se refugian en su interior, en un exilio interno. Y hay otros que diluyen su antigua experiencia en el país que los acoge, y allí se entregan a la nueva cultura, olvidándose, hasta cierto punto, de sí mismos. Este último caso fue el mío y el de mi familia. Un poco lo que te sucede se puede llamar “la insoportable levedad del ser”, porque estás como un poco diluido y flotando por los aires, y ya no perteneces a ningún país porque ya no tienes raíces. Y esto ha llegado a culminar en una nueva identidad.

¿Y se encuentra cómoda con esta situación de levedad?

Sí, he llegado a sentirme cómoda. Y no encuentro que realmente me falte ninguna raíz. Kundera dice que su editorial representa sus raíces, que es Gallimard; pues para mí también, mi editorial es Galaxia Gutenberg y allí tengo mis raíces. Y también tengo mis raíces donde tengo mi pequeña maleta con unas pocas cosas, en el momento y lugar que sea.


¿Y cuando escribe, en qué idioma piensa?

En checho, pero también hay otras veces en que puedo pensar en español y en esos casos escribo los libros en español. Eso se da básicamente cuando escribo ensayo o prosa periodística.

¿Y estos dos libros?

Estos dos libros los escribí en checo y los traduje yo misma al español.

El tema de la herencia es muy fuerte en Nos veíamos mejor en la oscuridad, con esa madre tan demandante y, en cierta forma, terrible.

Podría añadir algo que se ve en esta novela con claridad, sobre todo al final, y es que realmente somos hijos de nuestras experiencias de la infancia. Esta madre tuvo muy malas experiencias de niña y las transmite a las generaciones posteriores. Y hay que ser muy fuerte para no dejarse arrastrar por eso.

Los lazos de familia.

Exacto. Allí puede haber muchísima herencia buena y también nefasta. Entonces tenemos que hacer el trabajo de saber distinguir qué es lo que nos interesa y qué es lo que no, e intentar alejarnos de lo que nos parece venenoso. En cierta forma esta es una novela sobre eso. Como bien lo hablamos antes, es una novela sobre el exilio y sobre cómo los lazos de familia quedan aún más pronunciados.

UN REVÓLVER PARA SALIR DE NOCHE

Creo que se puede trazar un puente entre las mujeres protagonistas de Nos veíamos mejor en la oscuridad y Un revólver para salir de noche, que trata de la vida de Nabokov y su mujer Véra. Veo un rasgo en común en las dos: eran mujeres que, cada una a su manera, manejaban y digitaban lo que hacían sus maridos.

Sí. Anna era una mujer fuerte, manipuladora y muy controladora. Véra Nabokov lo era también, pero en menor medida, ya que sólo a veces buscaba controlar y a veces lo hacía a su pesar.

Al leer su libro flota la idea de que Nabokov era un mujeriego sometido por su mujer. Alguien a quien ante esta situación le queda el mundo de la literatura y las mariposas. La lectura de Un revólver para salir de noche deja el interrogante de que sin Vera él no hubiera sido el gran autor, o por lo menos no hubiera sido el autor que conocemos hoy.

Claro, claro, es así. Porque además de ser mujeriego, también tenía una actitud lúdica ante la vida.  Por ejemplo, le gustaba jugar al tenis y como en un principio no sabía cómo ganarse la vida, se la ganaba enseñando tenis. Y cuando era joven, bueno, de vez en cuando escribía. Le apetecía mucho escribir y en un verano escribió un cuento. Y cuando Véra lo leyó, se dio cuenta que a este hombre tenía que tomarlo con mano férrea y llevarlo por el buen camino. Porque alguien que escribe un solo cuento, por genial que sea, no llegará nunca a nada. Y además, ella sostenía que debería escribir novelas, que vendían más. Y así fue.

Es llamativo cómo le hace caso.

Sí, le hacía caso. Ella era una especie de agente literaria, de consultora y mánager y además su primera lectora. Era la primera que le pasaba sus textos a máquina. Y al final, él ya no pudo prescindir de ella. O sea que de tener una personalidad tan lúdica y libre, Nabokov se convirtió en alguien que necesitaba a su mujer para todo lo que hacía.

Y hasta tuvo que elegir entre dos mujeres.

Sí, en un momento tuvo que decidirse entre un gran amor, una pasión que tenía, que era Irina, y Véra, esta mujer que lo guiaba en la literatura y que además era la madre de su hijo, lo que también pesaba muchísimo. Tuvo que decidir entre lo conocido y lo desconocido. Y bueno, se decidió.

Fue una decisión conservadora.

Totalmente.

A veces se lo piensa a Nabokov como una persona más fría, más distante. Me parece que aquí hay un perfil de un hombre pasional, que reprimía eso. Y además está el dato de esa situación que había tenido con el tío, de esa relación de abuso que no es tan conocida, y que abre la puerta a hacer otra lectura de Lolita, bajo otro filtro.

Es que de Lolita se ha dicho todo menos la verdad. De Lolita han habido unas lecturas de un feminismo radical que realmente están como un poco desencaminadas, por no decir absolutamente equivocadas, ¿no? Porque claro, de hecho Lolita es Nabokov. O sea, que es él el abusado. Nabokov fue la víctima. No es un hombre machista que escribe sobre una niñita de la cual abusa y que disfruta escribiendo sobre esta relación.

La lectura del autor machista y degenerado, es una lectura muy superficial de Lolita.

Claro, claro. Porque realmente el libro es, yo diría, casi el primer libro que trata de lleno el abuso de niños. Y además no es un libro sociológico o un libro escrito desde una posición ideológica, sino que es una obra de arte, una obra maestra, ¿no? Sucede que las grandes obras de arte están muy alejadas de cualquier lectura ideológica y nosotros, por el contrario, estamos muy ideologizados.

En ambos libros encontré una mirada hacia estos personajes femeninos, sin golpes bajos, pero bastante cruda.

Yo creo que he intentado retratarlos con toda su complejidad, porque son personajes muy complejos que tienen sus partes magníficas y otras que no lo son tanto, propias de alguien que lucha por sobrevivir, ¿no? Y cada uno lucha por sobrevivir a su manera. Algunos lo hacen con suavidad, y otros lo hacen a codazos.


BOHUMIL HRABAL

Leí en una entrevista que mientras escribía la biografía de Bohumil Hrabal, Los frutos amargos del jardín de las delicias, usted decidió escribir ficción. ¿Me podría explicar cómo se dio eso? ¿Cómo es que escribir la biografía de Hrabal la llevó a la ficción?

Pasé a escribir mis propios libros a base de ser traductora. O sea que la traducción me llevó a la escritura propia. Y realmente puedo decir que la escritura a base de ver, de estar traduciendo, es la mejor manera de aprender. Porque no creo mucho en los talleres de escritura. Yo he visto que se da eso de que se escribe de la misma manera, según el taller al que se asiste. Entonces, al final no hay originalidad.

O sea, su escuela fue la traducción

Mi escuela fue la traducción. Claramente fue la traducción porque allí uno aprende distintas voces que tiene que trasladar de una lengua a otra. O sea que en mi caso hay varios escritores que están circulando por mis venas, pero básicamente la voz de Hrabal es una que me ha influido muchísimo y que nunca ha dejado de circular por mi cuerpo. Por eso la traducción me llevó a la escritura, ya que el primer libro que escribí era para rendir homenaje a Hrabal. Pude escribir desde dentro de su biografía. Y le pude enseñar el libro, dado que también éramos amigos.

Eso le iba a preguntar. ¿Lo conoció en sus últimos años?

Sí, lo conocí durante los ocho, casi diez últimos años. Nos hicimos amigos. Era una amistad sui generis, porque él a veces tenía momentos donde era un poco duro con el otro, pero al mismo tiempo éramos, como siempre, muy, muy amigos. Y él, después de esos momentos difíciles, se volvía como más amigo, más íntimo que nunca. Y bueno, cuando fuimos más amigos y cuando él fue más afectuoso fue cuando vio que realmente había llegado a escribir su biografía. Antes de que se publicara lo leyó un poco en su cervecería preferida, El tigre dorado. Lo cerró y dijo: “Este soy yo”.

¿Llegó a ver el libro publicado?

Sí, en el primer idioma en que salió fue el catalán, y él tuvo la primera copia del libro cuando ya estaba en el hospital, ya que los últimos meses de su vida los pasó en el hospital. Y entonces Jiri Menzel (*1) le llevó el libro, lo cuenta en la introducción, y fue como la última alegría de su vida. Y luego, cuando fui a verlo al hospital, dos días antes de su muerte, también estuvo muy, muy cariñoso conmigo. Me tomó la mano y estuvimos sentados así un rato.

¿Piensa que fue una especie de despedida, que ya tenía pensado suicidarse? (*2)

Era una despedida. Tenía todo totalmente pensado. Luego entendí, cuando me dijeron que murió, al igual que todos los que lo conocíamos, que fue algo premeditado.

¿Y qué podría decirle a quién no ha leído a Hrabal o a quien no se acercó a su obra?

Bueno, que tiene mucha suerte de no haberlo descubierto y que realmente tendría que descubrirlo porque es un autor muy completo que hace que te diviertas y hace que descubras muchas cosas de la historia de Europa y del mundo al mismo tiempo, que te plantees nuevas preguntas sobre la existencia y sobre la vida del ser humano.

Me pareció encontrar una influencia muy centroeuropea en sus libros. ¿Qué opina al respecto?

Mi propia prosa está muy influenciada por la literatura de la Europa central, de toda esa Europa que ha vivido entre distintas tradiciones literarias. Y de todas esas tradiciones ha formado una sola, que está muy marcada por lo profundo, por el sentido del humor y también por la lucha entre el individuo y el Estado. Yo creo que esto se nota mucho en mis libros, porque siempre es la rebelión del individuo contra el Estado, contra la historia.

(*1)Jiri Menzel- director de cine Checo, ganador de un Oscar, filmó varios cuentos y libros de Bohumil Hrabal.

(*2) Bohumil Hrabal murió cayendo de una ventana del hospital donde estaba internado. Se dijo que fue un accidente, mientras alimentaba a las palomas.

Foto de Cecilia Sarthe

UN REVÓLVER PARA SALIR DE NOCHE (de Monika Zgustova), por Julieta Pérez

UN REVÓLVER PARA SALIR DE NOCHE
de Monika Zgustova
Galaxia Gutenberg, 2022
por Julieta Pérez

La mayoría de los libros de Vladimir Nabokov están dedicados a Véra, su esposa.  Ella ofició de agente literaria, secretaria, traductora, era quien le borraba los pizarrones cuando él daba clases… en esencia, fue una asistente excepcional y full time. Sin Vera, la obra de Vladimir Nabokov no existiría, fue ella quien insistió y aplicó la constancia en ese joven bon vivant que ocasionalmente escribía algún relato (brillante, por cierto) Eran inseparables, estuvieron siempre juntos, hasta la muerte de él.

Hasta aquí, estamos, en apariencia, ante una maravillosa y ejemplar historia de amor. Sin embargo, Mónika Zgustova, la autora de Un revólver para salir de noche, explora en detalle y profundidad en este matrimonio tan particular, y nos cuenta detalles de una relación no tan perfecta, con más de apariencia que de realidad.

A medida que nos adentramos en Un revólver para salir de noche, además de dejarnos envolver por la prosa y la forma en que la autora desarrolla el libro, nos encontramos convertidos en espías privilegiados de la intimidad de Nabokov y su esposa. Es entonces que podemos descubrir que mucho de ese aparente servilismo de Vèra no es más que una forma de control, de estar cerca de su marido y de no permitir que se entregue a una de sus debilidades: las jóvenes bellas que caen rendidas ante su apariencia y, sobre todo, ante su encantadora personalidad.

Sin develar demasiado de la historia, vale adelantar que existieron amantes de Vladimir y que Vèra estuvo al tanto de esas infidelidades.

Y aunque en más de una ocasión pareció que la relación se podía a romper, especialmente del lado de Vladimir; la decisión de ellos se inclinó hacia la seguridad y la conveniencia.

Otro punto a destacar es el recuerdo traumático de infancia de Nabokov, una experiencia que no vamos a revelar en esta nota, pero que se puede interpretar directamente ligada a su obra más famosa, Lolita. Eso habilita a otro tipo de lectura de ese tan controvertido clásico del siglo XX.

La  novela es un escueto, justo e impecable trabajo de investigación, de oficio literario y de invención. Es para destacar el hecho de que, al leerla, nunca cuestionamos la presencia de la autora, porque la historia fluye de manera natural, y todo lo que sucede y se cuenta en ella se nos antoja verosímil.

En definitiva, Un revólver para salir de noche es un libro que puede leerse como un drama psicológico, o como una excelente fuente de divulgación sobre uno de los autores más importantes del siglo XX: Vladimir Nabokov y su esposa Vèra.



DURAS POR DURAS (de Marguerite Duras), por Diego Gentile

DURAS POR DURAS
de Marguerite Duras
El cuenco de plata, 2023
por Diego Gentile

En Duras por Duras nos encontramos con una autora que no solo fue la escritora que conocemos, sino también una cineasta audaz cuyas películas forman parte del cuerpo completo de su obra. Este libro reúne por primera vez los escritos de Marguerite Duras sobre sus propias películas (diecinueve, realizadas entre 1966 y 1985), su actividad como cineasta, así como las entrevistas más significativas que pudo conceder sobre este tema.  Para todas estas películas escribió notas de rodaje, gacetillas de prensa, reflexiones. Desde La Música (1966) a Les Enfants (1985), pasando por Ella dijo- destruye, El Camión, el libro está organizado por películas dirigidas por Duras (excluyendo adaptaciones de sus libros y películas que ella escribió como Hiroshima mon amour)

Para cada película, la mayoría de los textos que escribió se reproducen con el objetivo de presentar y explicar su trabajo al público, a la crítica y, en ocasiones, a los propios actores. Pasa así a hablar de su película y de su obra. Encontramos las palabras vivas y evocadoras de Marguerite Duras, que proyecta al lector en su universo fílmico radical y refinado, reproduciendo en su obra los vínculos entre la literatura y el cine.

En Duras por Duras Marguerite Duras habla de su enfoque, de sus principios de escritura cinematográfica, y sobre todo de la paradoja de un cine que busca “destruir el cine”. Asistimos a su intento de decir la superación del cine, su negación, como la de la política. Pero más allá, estos textos hablan a todos de la existencia, del mundo, de la escritura. Aquí nuevamente se trata de destruir, de derribar, pero también de amar, de atreverse. De ahí el interés de dar a leer estos escritos y entrevistas como textos de autor por derecho propio.

La función del libro es un poco diferente, el trabajo no toma ciertas intervenciones esenciales, porque es demasiado conocido o ya está publicado. En consecuencia, para ciertas películas sólo conserva textos breves, que no permiten del todo responder a las preguntas planteadas. Además, largos o cortos, estos textos se refieren a obras cuya sinopsis o libro original están ausentes.

Muchos textos están inéditos, otros permanecieron de muy difícil acceso. Algunos han sido publicados en carpetas de prensa, diarios y revistas especializadas cuando se estrenaron las películas. Algunos han sido reeditados en obras colectivas.

Duras por Duras parece tener una cualidad de un tipo particular, además de las inherentes a las palabras de la autora: nos convierte en el espectador del espectador que somos.


EL HOMBRE DE LAS TRES LETRAS (de Pascal Quignard), por Cecilia Espinosa

EL HOMBRE DE LAS TRES LETRAS
de Pascal Quignard
El cuenco de plata, 2023
por Cecilia Espinosa

Cuando uno se sienta a leer un texto de Pascal Quignard que no es una novela, es lícito plantearse la cuestión de cómo leerlo y entenderlo. Quignard es uno de esos escritores que no ofrecen su obra lista y preparada para el consumo inmediato. Sucede que se duda sobre la naturaleza de los enunciados propuestos y que no se sabe bien cómo leerlos, según qué código y qué alcance.

El hombre de las tres letras, el undécimo volumen del proyecto Último Reino, iniciado hace dieciocho años con Las sombras errantes, no escapa a estas preguntas. Este cuestionamiento es tanto más fuerte y decisivo teniendo en cuenta que el autor lo convierte en el corazón mismo de la literatura, considerada por él como "una presa esquiva", a la que ha dedicado su vida y cuyo enigma orienta y corona esta última obra.

Es una culminación a lo grande de una obra ya larga y densa, dado que  El hombre de las tres letras anuda, desdibujando los géneros literarios, los temas que obsesionan una escritura siempre cercana al silencio, y que escruta sus más mínimos matices. Este último volumen está compuesto como los anteriores por relatos, antiguos o modernos, legendarios, populares o míticos (verdaderos o falsos), aforismos, reflexiones sobre las lenguas antiguas, reminiscencias de las mil y una lecturas (Ovidio, Cicerón, Séneca, Mallarmé, Kafka, Freud, Nietzsche, Goethe, y muchos otros), confidencias a veces discretamente autobiográficas, etc, con afinidades o conexiones inesperadas, y una pasión erudita por los detalles inusuales e incongruentes.

A todo eso se le suma un material de residuos indescriptibles y casi inconscientes que vuelven de un pasado que ya no recordamos haber vivido, una especie de obsesión en Quignard. De todo ello se nutren páginas febriles, tensas, exasperadas, que vuelven constantemente a un punto oscuro, sepultado en lo más profundo que busca exhumar. Este sacar a la luz que no hace nada para ocultar la violencia y los dolores que le son específicos, se expone de manera a menudo desconcertante: trabaja sobre la memoria en el límite de la confesión; presenta ejercicios paradójicos de formulaciones teóricas, con una erudición melancólica; trabaja sobre las lenguas recurriendo a la etimología, asociaciones libres resultantes de los sueños para sacar el significado de la relación insólita de las palabras.

El carácter compuesto de esta escritura asombrosa, brinda la oportunidad de volver a esa forma indecisa, entre la ficción y el pensamiento.

Por ejemplo, tenemos el título: El hombre de las tres letras. Paráfrasis de prestidigitación para designar a quien en latín se llama fur (el ladrón), cuidando siempre de no pronunciar la palabra. "El hombre de tres letras es el rey furtivo - el que va y viene – gracias a su lengua silenciosa - la que se escribe y se calla"

Entre las figuras del ladrón que declina El Hombre de las Tres Letras, está ante todo el sueño, “Porque el trabajo del sueño es el primer ladrón. El sueño roba los valores de la víspera. Sustrae las siluetas de la naturaleza, los sabores, los seres del pasado, todas las cosas que faltan una por una, que se esperan, los tactos, los contactos, las uniones, todos los rasgos que permiten identificar las formas deseables.

En el libro, también está la figura del escritor, utilizando las mismas palabras que, antes que él, pertenecieron a otros, y cuyas frases toman prestadas sus imágenes del mundo, de la memoria y sobre todo de los lenguajes. Los lenguajes marcan el tono y el ritmo, abren el mundo, dejando en su borde, en su frente, los intersticios espectrales y desolados donde pulula una vida perdida para siempre, que nos hará soñar, escribir, amar, doler. Nostálgico de otro mundo, Pascal Quignard nunca deja, de un texto a otro,  de evocar ese pasado que nunca habremos conocido y nunca conoceremos. Desolación sin consuelo ni esperanza de retorno que acechan nuestras noches y obsesionan nuestros deseos.

Para quienes acompañan esta odisea intelectual que comenzó hace treinta años con los Pequeños tratados, una cosa es segura: bajo el fragor de las palabras, el ropaje de los sistemas y figuras convocados por Pascal Quignard, hay una cuestión con el silencio, una pasión siempre renovada e inextinguible de soledad incrustada en la carne mortal de aquellos a quienes les fue impartida la palabra, impuesta desde el comienzo mismo de su vida terrena. El silencio obsesiona la obra de Pascal Quignard.

Rara vez se tiene la oportunidad de leer a un escritor tan libre como Pascal Quignard. Auto exiliado, retraído al margen. Lejos del circo mediático-literario, hace lo que quiere como le da la gana. A veces brillante, a veces oscuro, pero sobre todo libre, propio de un lector que escribe.


MI PADRE (de Monika Helfer), por Damián Lorenzo

MI PADRE
de Monika Helfer
Edhasa, 2023
por Damián Lorenzo


“Papi”: esta forma de dirigirse sonaba anticuada y de alguna manera vergonzosa. En contraste con el universal “papá”, “Papi” expresaba un miedo frágil e inhibido a la ternura. No es casual que esa forma de dirigirse al padre fuera muy popular en la década de 1950 entre la generación de padres traumatizados por la guerra. Este es también el caso de la familia de la escritora austríaca Monika Helfer, cuya nueva novela comienza así:

"Le decíamos Papi. Era lo que él quería. Le parecía moderno. Quiso inventar, para nosotras y a través de nosotras, un hombre que estuviera a tono con los nuevos tiempos”.

El padre de Monika Helfer, Josef Helfer, pertenece a un tipo de hombre que conocemos por la literatura alemana: veteranos de guerra taciturnos y retraídos que tienen que reprimir sus experiencias traumáticas en el frente porque los recuerdos son demasiado dolorosos y, a menudo, vergonzosos. No es posible que estos sobrevivientes hablen de lo que pasaron porque esta generación nunca ha aprendido a hablar de sus sentimientos. Sin embargo, la novela del padre de Monika Helfer no pertenece a la serie de la típica literatura paterna alemana, que en las décadas de 1970 y 1980 casi formó un género propio, en el que la mayoría de los hijos tratan sobre el pasado nazi de sus padres. A diferencia de esos ejemplos, Monika Helfer no tuvo que trabajar a través de un personaje autoritario o un fanático nostálgico de esos tiempos. Su padre era un hombre quebrantado, profundamente traumatizado y un extraño desde su nacimiento. Por lo tanto, la visión de la autora sobre su padre no es políticamente acusatoria, sino tierna y escrutadora.

Monika Helfer sabe poco sobre su padre, quien murió en la década de 1980 a la edad de 67 años. Sin embargo, él la moldeó con su adicción casi maníaca a los libros y su conciencia crítica del lenguaje.

Mi padre es un intento de reconstruir la historia de su vida, y la autora permite que sus lectores participen en la búsqueda de pistas, que resultan en un montaje de recuerdos, anécdotas y reflexiones que deja muchos espacios en blanco. El narrador en primera persona salta constantemente de un lado a otro entre diferentes niveles de tiempo, desde la infancia de su padre hasta su propia infancia y el presente de la escritura.

Monika Helfer cuenta una trágica historia familiar, pero la salpica con muchos episodios familiares llenos de humor absurdo. Al hacerlo, logra dibujar muchos personajes impresionantes y sorprendentes en solo unas pocas líneas. En 159 páginas, ha creado un conmovedor y complejo retrato familiar que también es un espejo de la sociedad de la posguerra.


HISTORIA DE UN COMUNISTA (de Antonio Negri), por Alejandro Galay

HISTORIA DE UN COMUNISTA
de Antonio Negri 
Traficantes de sueños, 2018
por Alejandro Galay

Toni Negri, vida y destino

Dice Philipe Lejeune en su célebre obra acerca del género autobiográfico, que la característica central de este tipo de texto es que se trata de un relato retrospectivo en prosa que alguien escribe acerca de sí mismo, cuyo objeto es su vida individual y la historia de su personalidad (sic). Lejeune, reconocido como el mayor especialista en la materia, afirmaba, en resumidas cuentas, que en la autobiografía el autor, el narrador y el personaje se funden en un yo único y real que, no obstante, se configura de modo literario a sabiendas del lector. Esto llevará tiempo después a una crítica radical  de Paul de Man, que consideraba que nada hay de autobiográfico, en virtud de que toda escritura narrativa, por definición, crea un yo de la ficción.

Aquí, el personaje de Historia de un comunista que se narra a sí mismo es Antonio Negri, uno de los dos filósofos marxistas vivos más importantes de Europa (el otro es Alain Badiou, también otro largo octogenario).

¿Qué narra Negri? Una vida in illo tempore. La suya por más de cuarenta años, o sea un trozo de ella, porque esta es solo la primera parte. Es una vida larga, extraordinaria, riquísima de anécdotas, intensa en experiencias y pletórica en desgracias. Es decir, todos los elementos que hacen atractiva la lectura de este género.

Con muchas páginas que giran hacia el ensayo, Negri nos invita a atravesar buena parte del siglo XX desde su Padua natal hasta el apogeo filosófico-político como guía intelectual de los jóvenes occidentales. Una infancia atiborrada de tragedias familiares, una adolescencia donde socialismo y cristianismo entran en una tensión (Das Kapital con el Sermón de la montaña) que derivará en educación sentimental, y una vida joven y adulta que incluye la universidad, los libros, el marxismo en todas sus expresiones, la proletarización del trabajo y, a posteriori, la cárcel. En concreto, la de Negri es una viuda filosófica en el sentido helénico: alguien que decidió hacer de la ética una estética y de la praxis una poiesis, y cuyo único Dios laico es el príncipe Spinoza.

Esta primera Historia de un comunista se caracteriza por contar las peripecias de un muchacho que se enamora de la filosofía leyendo las novelas del siglo diecinueve, y de algunas mujeres, recorriendo Europa a dedo. Así también, son muy jugosos los pasajes dedicados a sus viajes por las montañas sagradas del Oriente medio, conviviendo con los devotos de la Piedra Negra. Así se hace al mundo un chico de clase modesta que había padecido la brutalidad barbárica del fascismo en carne propia (casos opuestos de padre y hermano) y que intenta reinventarse en un retrato similar al que podemos ver en una película del neorrealismo italiano. Los años cincuenta son los de la formación, que incluyen la amistad con Bobbio, la fascinación por Weber y la lectura profusa de Sein und Zeit.

Pero ese mundo se le abre a Negri recién en los años sesenta y setenta, con sus maestros elegidos, Louis Althusser primero (casualmente autor de una obra maestra de la autobiografía: L'avenir dure longtemps) y Giles Deleuze después (en la época con Guattari: la de la papilla abstrusa de El Antiedipo). Bajo el signo spinoziano, Negri será de la partida de aquellos que traducen ser como potencia, una palabra casi sagrada en el vocabulario de la filosofía política del autor de Imperio.

Luego, desafortunadamente, el autor italiano no nos ahorra todas y cada una de las discusiones intestinas de las izquierdas radicales de su época y se despacha con centenares de páginas sobre las minucias y los entretelones de la actividad de sindicatos, estudiantes e intelectuales orgánicos. Anyway. El eje del autobiógrafo se sostiene en tanto es el despliegue de esta vida filosófica, política, sentimental, la que es activa, y es, a la vez, pensamiento en curso, obra en tránsito.

Narrar la vida activa y la contemplativa, como pensar reflexivamente ante al espejo de la historia reinventando el pasado es el momento único del autobiógrafo. En este caso, la prosa libre de Negri ayuda a constituir un placer de lectura para todos aquellos que disfrutan de la aventura de la vida ajena y de la experiencia total.

 

 


LA CIENCIA FICCIÓN ARGENTINA Y SU DECADENCIA, por ChatGPT

LA CIENCIA FICCIÓN ARGENTINA Y SU DECADENCIA

por ChatGPT


La ciencia ficción es un género literario que ha tenido un gran auge en todo el mundo, pero ¿qué sucede con la ciencia ficción Argentina? ¿Por qué ha perdido su relevancia en los últimos años? En este artículo analizaremos la situación actual de este género en Argentina y los factores que han llevado a su decadencia.

La ciencia ficción en Argentina ha tenido grandes exponentes a lo largo de su historia, como Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Angélica Gorodischer, entre otros. Sin embargo, en la actualidad, la calidad de las obras ha disminuido significativamente. 

Además, la ciencia ficción argentina ha sido menospreciada por la falta de apoyo de los medios de comunicación y el gobierno. En países como Estados Unidos, la ciencia ficción es un género muy popular que cuenta con un gran apoyo por parte de los medios y el gobierno, lo que permite la creación de grandes producciones cinematográficas y televisivas. En cambio, en Argentina, no se han realizado producciones de gran calidad en este género.

Otro factor que ha contribuido a la decadencia de la ciencia ficción en Argentina es la falta de interés del público. La mayoría de los argentinos no tienen el hábito de leer obras de ciencia ficción, por lo que los autores no reciben el reconocimiento que merecen. Además, la falta de eventos y festivales dedicados a este género limita la difusión y el intercambio de ideas entre los escritores y los lectores.

Carlos Gardini, uno de los escritores más destacados de la ciencia ficción en Argentina, ha denunciado en varias ocasiones la situación de su género en el país. Según él, la falta de apoyo y la poca difusión hacen que los escritores no puedan vivir de su trabajo y que la calidad de las obras disminuya.

En conclusión, la ciencia ficción en Argentina está en decadencia debido a varios factores, como la baja calidad de las obras de algunos autores, la falta de apoyo por parte de los medios y el gobierno, la falta de interés del público y la falta de eventos y festivales dedicados a este género. Es necesario que se tomen medidas para incentivar la creación y difusión de obras de ciencia ficción de calidad en Argentina, para que este género pueda recuperar su relevancia y contribuir al desarrollo cultural del país.

INCISIONES, por Ricardo Baduell

INCISIONES

por Ricardo Baduell

Los juicios sobre la poesía

tienen más valor que la poesía.

Los sentimientos son la forma de razonamiento

más incompleta que se pueda imaginar.

Lautréamont, Poesías

 

Momento de una fuerza

Una idea es algo que se sustrae a la opinión pública antes de que ésta produzca consenso. Por eso su aparición es fulgurante: hay que apoderarse de ella justo en ese momento en el que los actores sociales vacilan a la espera cada uno del otro, durante ese instante en el que todos ellos ceden un turno que nadie toma, precisamente en reconocimiento no de una persona sino de una instancia que, como el cemento entre los ladrillos, una especie de vacío, es la que determina su estar juntos, o su condición de pared. Una idea es el ladrillo que se sustrae a ese muro y permite mirar a través de él.

Reserva de Faulkner

En el fondo, sabemos muy poco de William Faulkner; no de la obra, sino del autor. Él, sin duda, lo prefería así: ya opinaba que, de no haber nacido, algún otro lo habría escrito. Pero, de todos modos, hay un desequilibrio entre esta parca biografía, puntuada por anécdotas en general simpáticas o pintorescas, y la pasión transmitida por la obra, que delata una experiencia de una hondura cuyo origen desconocemos, así como nada de lo sabido alcanza a compensar su intensidad. Lo que Faulkner escribió entre fines de los años veinte y comienzos de los cuarenta, cuando el caudal de su inspiración da la impresión de haberse apaciguado lo suficiente como para permitirle participar como pudiera en los conflictos contemporáneos, parece escrito bajo una presión apenas más débil que la sufrida por Quentin Compson debatiéndose con los espectros de todo Jefferson hasta dejarse caer a un río extraño y arrastrar por éste hacia el pasado. Pero lo distribuido en tantos personajes como pueblan el reconcentrado cosmos que es el condado de Yoknapathawpa tiene origen en un solo cuerpo, aun si el de aquel que sufrió el drama entero más que ningún otro en carne propia, verdaderamente acosado, fuera descrito por su padre literario como “un salón vacío lleno de ecos de sonoros nombres derrotados”, pues “él no era un ser, una persona, en una comunidad. Era un cobertizo lleno de espectros tercos que miraban hacia atrás y que –después de cuarenta y tres años- no se habían repuesto de la fiebre que había curado el mal”. El relativo graduar el paso de Faulkner en su producción durante su segunda etapa, desde fines de los años cuarenta hasta su propia caída fatal, esta vez desde el lomo de un caballo, podría ser también un síntoma, positivo, de la curación de una herida muy lenta, tanto como apremiante había sido la urgencia en tratarla, en cerrarse y cicatrizar de una vez, como la tinta que se seca por fin sobre el papel.    

Para guionistas y dramaturgos

Entrar a un teatro es salir de un laberinto. Todo escenario es un plano inclinado. La novela es un teatro en conserva. Bajo la lógica de la acción, cuando las cosas caen por su peso, el laberinto se vuelve camino. Bajo el imperio de la apariencia, cuando el relato rechaza el análisis, la narración se estanca. ¿Cuántos actos son necesarios para llevar a su conclusión una escena, cuántas páginas puede una obsesión interponer entre un planteo y su desenlace?

Comedia

El ciudadano que no ha conocido la tragedia, sumergido en la farsa, aspira a la dignidad del drama.

Travesía del infierno

Baudelaire, que a la clara inteligencia manifiesta en su amplia frente añadía la oscura percepción presente en su mirada, recomendaba –también era él quien afirmaba que clásico es aquel autor que lleva un crítico dentro de sí y lo asocia íntimamente a sus trabajos- el método clásico a la hora de componer un texto: no aventurarse al azar de la pluma dejándose llevar por una casual o tentativa cadena de asociaciones, sino en cambio meditar largamente en el tema elegido y no escribir una palabra hasta que los conceptos se hayan ajustado de manera convincente unos a otros, con lo cual la expresión del pensamiento fluirá con toda naturalidad hasta su conclusión pertinente. Lo que no quiere decir que lo expresado sea claro por naturaleza, ni que una luz elocuente presida, desde la altura de su dominio de una materia cualquiera, cada paso que se dé a través de ésta, sino antes más bien lo contrario: que la experiencia del pensamiento, del pensamiento que debe atravesar de parte a parte a aquél que se empeña en darle expresión, es necesaria y hasta ineludible para la revelación en que consiste toda visión original, es decir, no una ilustración o un reflejo, sino exactamente una iluminación. Sin esa noche oscura, que no se elige, el instinto de conservación seguramente mantendría al artista o crítico, que para el caso son lo mismo, a conveniente distancia del objeto en cuestión, cómodamente –para quienes lo rodean- velado por alguna convención o idea previa. De modo que, para que la experiencia creativa sobrevenga, parece ser necesario, según se deduce de estas nociones, no el hallazgo sino el tropiezo: la caída que deja a oscuras y aturdido, desorientado por algunos segundos al menos, aunque estos segundos pueden prolongarse, de manera intermitente, durante meses, semanas o años hasta que la llamada, por fin, si lo es, logra ser respondida. Juan Carlos Onetti, por dar un ejemplo, a quien la historia que sirvió de base para uno de sus mayores relatos, El infierno tan temido, le fue contada con la advertencia de que él “carecía de la suficiente pureza para tocar esa materia”, pasó mucho tiempo extraviado en el bosque de ese argumento, es decir, en pleno contacto con él, sumergido en la experiencia, hasta que al contarle el cuento a Dolly, su mujer, ésta le dijo que no lo veía como una historia de odio o venganza, sino de amor de la mujer por el hombre. Ahora que puede leerse el texto acabado esto puede parecer evidente, pero antes, hasta que Onetti corrigió su punto de vista y pudo abrirse paso hasta el final, permanecía cerrado tanto a la comprensión como a la narración. Una pasión, como advierte Spinoza, deja de serlo cuando nos formamos una idea clara y distinta de ella, pero es de las pasiones, que ofrecen al entendimiento una resistencia interior, que viene lo que cada uno realmente sabe y de lo que rara vez, a juicio de Nietzsche, tiene el valor. “Siempre venimos del infierno”, decía Philippe Sollers en 1978, al cabo de una larga conversación. “Lo raro es que uno venga y vuelva a venir”, agregaba memorablemente.

Crítica

El pensamiento se hace con ideas ajenas. Cuando se cree tener ideas propias, se deja de pensar. 

Solipsismo

Cuando a alguien no le importa hacerse entender, es que le basta con sus propios signos.

La criatura creadora

Crear es ir más allá de la experiencia, ya que la experiencia es el acontecer condicionado y los condicionamientos se padecen: se desea ser creador para dejar de padecer. Pero ninguna obra de criatura puede ser pura creación, en la medida en que también es expresión; aun así, toda confesión ha de entrañar una teología. Piglia: “El genio es la inexperiencia.” ¿Fuego siempre amenazado por la lluvia que abona la tierra? Dificultades vitales: yo sé navegar por las estrellas, pero el comercio se hace en los puertos.

El lector impertinente

Se dice que el buen lector es aquél que lee entre líneas. Es decir, el que capta lo implícito en lo explícito. O sea, uno capaz de leer en lo escrito lo no escrito. Luego, alguien que en lo expresado bien podría percibir justamente lo que no quería expresarse, lo que se ha expresado sin querer. Y acogerlo y quererlo y, siendo ya su descubrimiento, señalarlo y como prueba señalar sus orígenes, en franca retirada ante la aparición de ese vástago inoportuno. O en contraataque, precisamente a causa de la oportunidad. El buen lector, pues, también ha de ser discreto: saber callar o guardar lo sorprendido bajo la lengua. O en el tintero, o en sus cajones. Pues ya lo cantó Apollinaire: Pero reíd reíd de mí / Hombres de todas partes sobre todo los de aquí / Porque hay tantas cosas que no me atrevo a deciros / Tantas cosas que no me dejaríais decir / Tened piedad de mí. 

La moderna cautiva

“Una mujer forzada a bañarse en un río lleno de peces muertos, que permanece días encadenada a un árbol e incluso se ve obligada a comer en el suelo como un perro…” ¿Un guión del marqués de Sade? No: Oprah Winfrey describiendo las memorias de la secuestrada Ingrid Betancourt, No hay silencio que no termine, y catapultándolas al tope de la lista de los más vendidos. Ya lo dijo Proust: “Casi únicamente el sadismo puede servir de fundamento en la vida a la estética del melodrama.” Adjunto: sólo lo imaginario llama la atención sobre los hechos.

Sobrenatural

Un padre es una ficción, del padre o del hijo. Lo que no es ficción es fatalidad.

El estante más alto

Leopardi: el poema se eleva formalmente en proporción a la profundidad de la caída que representa. Quien atento al contenido del discurso no pueda oír el discurso mismo, o el contenido del contenido, que está en la forma, se quedará con el abismo y sin la escala: más le hubiera valido no emprender esta lectura. Sin sentido estético, muerte sin resurrección. Aunque la respuesta normal a la poesía es el desconcierto.

Verdad del relato

La satisfacción, en la fábula, no es moral sino formal.

Mesa de saldos

Toda actualidad quiere oírse sólo a sí misma y ejerce la censura sobre todos los otros tiempos, acerca de los cuales emite sin descanso, aprovechando el efímero privilegio de los vivos sobre los muertos, un juicio parcial pero inapelable hasta que el tiempo se lleve al tribunal de turno y sus fallos prescriban. Todo lo cual refuerza, en el conjunto de los desplazados, la nostalgia por lo perdido a la vez que intensifica su sentimiento de mortalidad. Los que están en el candelero, mientras tanto, se consumen pero lentamente; lo contrario de lo que denuncian los críticos del consumo. De este librito amarillento las hojas aún no han sido cortadas: ha sobrevivido a muchas décadas de ilusiones y aquí se ofrece aún, perfectamente extemporáneo. El autor no ha muerto todavía. ¿Qué será de él?

El águila de dos cabezas

Así describe Robert Musil al súbdito austríaco del Imperio austrohúngaro: un austríaco más un húngaro menos ese húngaro. Así es también el hombre casado, según cierta idea del matrimonio: un hombre más una mujer menos esa mujer. Lo curioso, como en el primer caso, es cómo la falta de otro individuo particular y no de una categoría es lo que define la identidad. Lo curioso o lo preciso. O lo inasible, pues es la figura evasiva la que define a la que da la cara, a la vez que le arrebata no la mitad de su corona, sino de su frente. 

Miseria del oficio

La diferencia entre escribir y redactar es que lo último es aburrido. Para Lezama Lima, el aburrimiento delata la presencia del diablo. La tentación de pasar de la creación de la lengua a su administración es fuerte. Del mismo modo la religión cuenta más con el dios que juzga que con el que obra. El que escribe aspira a la  gracia. El que redacta, a evitar las faltas.

Quid pro quo

El romanticismo aparece cuando Aldonza, oyendo hablar de Dulcinea, cree que es ella a quien se refieren y empieza así a convertirse en la otra, precipitando en el lugar que deja vacío y por eso se transforma en escenario una tragedia hasta entonces reservada a las heroínas del mundo antiguo. 

Sistema nervioso

Escritor tradicional: “arrasó todo como un tornado”. Escritor mediático: “arrasó todo como un tsunami”. Actualizarse no requiere reflexión. Basta un reflejo.

Tono y tiempo

Schönberg dio alguna vez una definición muy simple de su atonalismo. “Mi música es un intento de prosa”, dijo. Movimiento parecido al de Lautréamont o Rimbaud al abandonar el verso. Pero es curioso cómo el lector moderno, tan poco afecto a la rima como insensible a la métrica, no puede abandonar ni una ni otra cuando se trata de música.

Callejero literario

Calles con firma. Dante pone nombre a la principal arteria comercial del barrio del Carmelo, en Barcelona. Petrarca reúne en la misma cuadra del vecino barrio de Horta al bar El Fracaso con Suministros Abel, tienda de lápidas. Lord Byron y el conde Giacomo Leopardi coinciden como Goethe y Schiller en una esquina de Villa Luro donde una gomería da posada a su encuentro. Si las cosas parecen llamarse por su nombre en cualquier punto, basta la circulación para poner en evidencia lo arbitrario o convencional de la relación entre el espacio y el verbo. Y entre ambos, por si cabe alguna duda, el tiempo certifica la distancia.    

Literatura fantasma

El que siempre lee entre líneas puede acabar por no leer las líneas. Y si además escribe entre líneas, puede acabar por no escribir. O por no haber escrito. Este espíritu en exceso sutil tal vez no encarne. Pasará por este mundo sin dejar más rastro que el viento en la arena. Huellas en la memoria de los atentos, indicios abandonados por falta de pruebas.

La redacción y el dictado

Los antiguos señores no escribían. Un escriba se ocupaba de guardar su palabra. Tampoco ahora los amos escriben. Ni siquiera sus memorias, que dictan a algún redactor profesional, habitualmente un periodista consagrado a la fama ajena. Los líderes siempre han tenido quien escriba sus discursos. En la era moderna, ya sin esclavos, igual que el dinero trabaja por ellos, tienen incluso quien se los piense. La voz del señor indica lo que es escrito en la realidad por los cuerpos de terceros conectados a un segundo: pretérito imperfecto para las costumbres,  indefinido para los hechos, indicativo para el presente, condicional cuando se razona, imperativo si no hay más remedio. Al dictado del amo corresponde la redacción del escriba o se anticipa la escritura del redactor, según cada época alimentado o asalariado. Escribir es subversivo en la medida en que hace decir al material algo distinto de lo que se oye en la superficie.

Rara avis

La educación formal no produce eruditos. La erudición, por el contrario, es el producto de un ansia de saber comparable a una bestia hambrienta y feroz que, atravesados los barrotes de su jaula o rota la correa del paseo, se lanza en todas direcciones inventándose un rumbo. El autodidacta, derribadas las paredes del aula por su propia curiosidad, no tiene maestro que le ponga límites ni tutor que lo guíe; animal imprevisto, su permanencia entre los humanos resultará siempre sospechosa. Concluida su estancia, reconstruir su recorrido resulta apasionante por la increíble distancia entre las huellas que deja.

Las paradojas

Las paradojas son buenas para terminar los textos porque los dejan a la vez cerrados y abiertos, lo que es muy del gusto moderno en su exigencia formal y su infinita voluntad de diálogo. Crean una doble ilusión muy necesaria, la de una conclusión y una continuación reunidas, cuyo efecto, al resolverse la contradicción en una figura, naturalmente es el mismo: el sosiego.

La desmesura

Como es un monólogo, como es una historia referida al narrador por quien la ha protagonizado sin que éste ofrezca más pruebas de la realidad de ese testimonio que su propia presencia física y los rumores ocasionales que la rodean, podría conjeturarse si lo que cuenta el personaje central de La sonata a Kreutzer no es más que una invención, un delirio con el que da rienda suelta a sus deseos y a la culpa que le provocan, rejuveneciéndolos con cada nuevo acceso, en lugar de la experiencia que ha definido su destino. Pero la falta de pruebas no demuestra lo que una astucia demorada intenta sugerirle al oído atento, que sin oponer tantas barreras ya se ha tragado el anzuelo de la ficción. Pues de entrada la impresión recibida lo ha puesto en el buen camino, por el cual puede seguir el descabellado relato que le imponen sin que la incredulidad logre desviar su escucha o diluir su concentración. Y es que aun si lo que cuenta desborda y rompe los límites de lo verosímil, que para cada lector son distintos, y aun si no hay más que su voz para sostener la realidad de lo que afirma, con creciente exigencia, de cualquier modo hay que creerle al narrador al menos por un detalle que, precisamente, no es menor ni deja de estar, por eso, en directa relación de desafío con el entorno –su interlocutor, los lectores- que pone a prueba: la desmesura, que tanto en la expresión como en el contenido de su drama ocupa un lugar preponderante, a tal punto que puede devenir clave central de una lectura que se ocupe de seguir este motivo recurrente a lo largo de todo el relato, donde lo encontrará activo en varios niveles. Pues difícilmente causa alguna provoque en cualquier hombre un efecto tan desmedido como el que puede producir una mujer, y entre ellos pocos más desmesurados que la ira. Es decir: no es que nada logre enfurecer tanto a un hombre como puede hacerlo una mujer, sino que lo que cae a menudo fuera de toda medida es la distancia de la causa, considerada por terceros, al efecto, manifiesto en una reacción que se ve inagotable tanto como le parece imposible colmar el pozo sin fondo abierto por la ofensa o la frustración. La novela abunda en ejemplos y variaciones de esta desproporcionada relación que para el hombre supone el encuentro con la mujer, así, de esta manera categórica, todos ellos a la vez tan alegóricos como concretos por más inasible que se muestre el objeto de la alegoría en cuestión; pues de lo que se trata, siempre, es de la discordancia entre el tamaño de la piedrita que cae a un lago en calma y la amplitud de los círculos concéntricos que desata a su alrededor, potencialmente infinitos una vez retiradas las orillas y colocado el escenario fuera del mundo físico, donde no hay límites, es decir, en el espacio de las pasiones humanas, donde está su lugar aunque éste no pueda definirse ni cercarse. ¿Cuánta tierra necesita el hombre?, preguntaba Tolstoi en el título de un cuento que para Joyce era tal vez el mejor que jamás se hubiera escrito. Si la agricultura era para el conde una de las prácticas de la santidad, si su estrecha dependencia de los ciclos de la naturaleza le aseguraba la permanencia en los confines de lo permitido, el cumplimiento de su destino de mortal sobre la tierra y la cobertura en sudor frontal, goteando sobre el arado, de su deuda con el Creador, La sonata a Kreutzer en cambio ofrece, a través de su descripción de las grandes tiendas de ropa y accesorios femeninos, hecha al pasar pero no casualmente, una visión del comercio como obra del demonio mismo, experto en la disposición de galerías de espejos y la puesta a punto de máquinas de multiplicar lo superfluo hasta el extravío y el programado olvido de lo sustancial. “Visite usted las tiendas de una gran ciudad. Allí hay millones y millones; allí es imposible estimar la enorme suma de trabajo que se consume. ¿Hay algo para uso de los hombres en las nueve décimas partes de esas tiendas? Todo el lujo de la vida es exigido y sostenido por la mujer”, dice Pozdnishev a su interlocutor. “Examine usted las fábricas. La mayoría producen adornos inútiles: coches, muebles, juguetes para la mujer. Millones de hombres, generaciones de esclavos, mueren destrozados por aquellos trabajos forzados, tan sólo por los caprichos de las mujeres. Las mujeres, a modo de soberanas, guardan como esclavos sujetos a un duro trabajo a las nueve décimas partes del género humano. Y todo porque se las ha humillado, privándolas de derechos iguales a los nuestros. Y entonces se vengan explotando nuestra sensualidad y atrapándonos en sus redes. Sí, a eso se reduce todo”, concluye. “Las mujeres se han transformado a sí mismas en un arma tal para dominar los sentidos que un hombre ya no puede permanecer sereno en su presencia. En el momento en que un hombre se acerca a la mujer, inmediatamente queda bajo el influjo de ese opio y pierde la cabeza.” Podría decirse que no hay nada sobrenatural en todo esto, que no hace falta demonio alguno para orquestarlo, y puede advertirse también el latente programa social propuesto por el autor para su reforma, pero más de un siglo después, levantada en tantos territorios la barrera social entre los sexos, incorporada la mujer al mercado laboral y radicalmente cambiados su modo de vivir y su posición en la comunidad, lo que de todos modos persiste de la alucinada visión realista manifiesta por el antes arrebatado Pozdnishev es el desarrollo de una civilización en la que el trabajo de la tierra tiende a borrarse de la consideración del grueso de la humanidad, feliz de librarse de él volcada masivamente, aún más que a la industria, a los servicios y las comunicaciones, en tanto el comercio y las mercaderías arrastran tras de sí el mezclado torrente de unos deseos a la vez llevados al exceso y desbordados no tanto por los objetos ofrecidos o los anunciados, sino por la vacante siempre abierta al objeto perfecto que, como el Mesías, no llega y no consuma la insomne busca de satisfacción. Desde el punto de vista del objeto, que no lo tiene, su hipotético valor aumenta en progresión geométrica y no hay límite a la cantidad de veces que puede ser vendido; pero, por el mismo estado de cosas, a tanta velocidad como asciende, alejándose, el objeto ideal que coronaría la pirámide, van cayendo en el vacío de las liquidaciones los miles y millones de objetos reales que ya, insignificantes en el mercado al que llegaron flamantes, no encuentran cómo desmaterializarse en su precipitación hacia el punto de fuga.

La historia sin fondo

Aplicación de la teoría, explicación de la práctica: ni la primera coincide con la cuarta, ni la segunda con la tercera. ¿Salto dialéctico o ruptura epistemológica? A fuerza de comunicarnos acabamos pensando lo mismo, pero eso no lleva a la paz sino a la lucha cuerpo a cuerpo.

Un testigo fugaz e inadvertido

A fuerza de estar siempre fijándose en lo que pasa desapercibido para quienes lo rodean, el hombre observador suele pasar por distraído; hasta él mismo, como fenómeno, suele acabar pasando desapercibido.

Arte textual

¿Soy difícil de leer? ¿Poco explícito, demasiado alusivo? ¿En lugar de restituir el mundo, lo escamoteo? ¿Rechazo el rol de narrador de historias, me empeño en socavar la representación convenida? Como no creo que el lector sea inocente, procuro recordarle lo que sabe.

El régimen de la ficción

El objeto ideal de la ficción en nuestro tiempo es un objeto poroso, es decir, un relato en el que lo importante no es ya la disposición de sus claves internas, sino la multiplicación de sus vías de acceso. Semejante construcción, determinada en función de su presencia en el circuito de las comunicaciones, ha de presentar la inconsistencia necesaria para dar paso a cualquier espectador, cualquier lector, cualquier punto de vista, cualquier interpretación. Su exposición no remite a un saber, sino a un silencio enmarcado en el que cada oyente puede hablar con la misma pero nula autoridad. Ante este panorama, los dispersos intelectuales de hoy se ven en igual situación respecto al pueblo que las células revolucionarias de la época de los zares, aunque no pueden remitir al futuro, sino tan sólo ya a la eternidad, el valor de las ideas que sostienen. Hay una correspondencia entre el pensamiento débil y la debilidad mental: pues así como el terrorismo, según lo entendió Hegel, es “la dictadura total del espíritu”, su revés es la impotencia de éste y en ese llano sin fronteras va creciendo lo que antes se vio aterrorizado.

Elegir lo peor

Según me contó una de las actrices que participaba en la improvisación, un excelente director de teatro argentino interrumpió una vez un ensayo para insistir, con memorable énfasis, procurando grabarlo a fuego en la conciencia o, mejor, en el sistema nervioso de sus actores, en que siempre, en el teatro, hay que elegir lo peor. Es decir, tomando la palabra en su sentido más vulgar y más empleado, exactamente el que le da el verdadero público, el no profesional ni aspirante a serlo, lo más dramático. Interpretación mía, no dirigida, como la prueba o demostración por el absurdo implícita en el siguiente cálculo: si en la vida irredimible por el arte casi siempre es necesario, lo cual lo impone sobre el conjunto por mayoría, en función de elegir lo más conveniente, resignarse a una mayor o menor mediocridad presumiblemente al acecho de su ocasión de entrar y quedarse en escena, en el arte que persigue alguna satisfacción por la mansa ofensa de las servidumbres que la vida exige resulta obligado, a su vez, para alcanzar un resultado a la altura del caso, elegir lo peor. Pues si elegir lo mejor es mostrarse razonable, avenirse al muy limitado número de opciones plausibles y apropiarse, con prudencia, de la más digna de aplauso, elegir lo peor es al contrario ir a por todas, no pactar, y así elevar, hasta la ruina, la altura de la apuesta en que consiste el lanzamiento de dados sobre las tablas que es toda puesta en escena, sea ésta la de un teatro o no. Si en la vida, eligiendo lo mejor, se logra a lo sumo, en los casos bien llevados, por elevada que llegue a ser la línea de flotación, como mucho un moderado pasar, un suave ir tirando, un deseable cocerse a fuego lento de la carne que madura, en la expresión, ajena a la prudencia exigida por la vida, sólo eligiendo lo peor se va a fondo, es decir, hasta el fondo, y se alcanza la plenitud de la escala al fin cantada en todos sus registros, o sea ya sin ninguna consideración por el mañana, la supervivencia o cualquiera de las categorías del devenir: sin dejar resto. En conclusión, si en la vida elegir lo mejor es dominar la mediocridad, en el arte sólo eligiendo lo peor se conquista la excelencia.

Ensayos de redención

Lo normal no es crear, sino imitar y reproducir. Sólo con fines publicitarios se da al producto de estos actos el nombre de creación. Pero no es malo llevarlos a cabo y en general deberían bastar para satisfacernos. Crear, producir, desbordar el molde son excesos necesarios no tanto para el presente individual como para el futuro común, para renovar lo que se agota. Lo que cuenta en este ejercicio de imitación y reproducción que eventualmente da lugar a la creación, en cambio, es cómo el que narra o exhibe se apropia en ese momento de una experiencia que, cuando la vivió, no alcanzó a ser plenamente suya, cosa que ahora intenta corregir o completar accediendo a la autoría desde la interpretación, aficionada o profesional. Ensayos de redención: reconocer en lo anecdótico una fuente de identidad y hacer historia del accidente, destino de lo casual. También ensayo como simulacro: no enderezar el error ni volver atrás contra el tiempo, sino dar a oír lo que de ese modo tal vez se atraiga sobre sí. Dice Borges que dice Spinoza que todas las cosas quieren perseverar en su ser: el tigre como tigre, la piedra como piedra y así sucesivamente. Pero también se registra desde la antigüedad el deseo contrario: las metamorfosis, como llamó Ovidio a su obra, son uno de los motivos más recurrentes en los mitos de todos los pueblos. Nadar y guardar la ropa es lo propio del hombre, que vuelve a dividirse para condenar él mismo esa actitud. Sin embargo, no por eso deja de querer la salvación, de aspirar a la transformación definitiva que culmine el proceso, defina su imagen, cristalice en algo que también le gustaría firmar. Detrás de cada pequeña anécdota a través de la que cualquiera se representa ante sus semejantes, late esta loca esperanza de transfiguración para la que cada mortal, como un actor, se prepara.

 

 

LECTORES QUE NOS VISITAN