EL HOMBRE DE LAS TRES LETRAS (de Pascal Quignard), por Cecilia Espinosa

EL HOMBRE DE LAS TRES LETRAS
de Pascal Quignard
El cuenco de plata, 2023
por Cecilia Espinosa

Cuando uno se sienta a leer un texto de Pascal Quignard que no es una novela, es lícito plantearse la cuestión de cómo leerlo y entenderlo. Quignard es uno de esos escritores que no ofrecen su obra lista y preparada para el consumo inmediato. Sucede que se duda sobre la naturaleza de los enunciados propuestos y que no se sabe bien cómo leerlos, según qué código y qué alcance.

El hombre de las tres letras, el undécimo volumen del proyecto Último Reino, iniciado hace dieciocho años con Las sombras errantes, no escapa a estas preguntas. Este cuestionamiento es tanto más fuerte y decisivo teniendo en cuenta que el autor lo convierte en el corazón mismo de la literatura, considerada por él como "una presa esquiva", a la que ha dedicado su vida y cuyo enigma orienta y corona esta última obra.

Es una culminación a lo grande de una obra ya larga y densa, dado que  El hombre de las tres letras anuda, desdibujando los géneros literarios, los temas que obsesionan una escritura siempre cercana al silencio, y que escruta sus más mínimos matices. Este último volumen está compuesto como los anteriores por relatos, antiguos o modernos, legendarios, populares o míticos (verdaderos o falsos), aforismos, reflexiones sobre las lenguas antiguas, reminiscencias de las mil y una lecturas (Ovidio, Cicerón, Séneca, Mallarmé, Kafka, Freud, Nietzsche, Goethe, y muchos otros), confidencias a veces discretamente autobiográficas, etc, con afinidades o conexiones inesperadas, y una pasión erudita por los detalles inusuales e incongruentes.

A todo eso se le suma un material de residuos indescriptibles y casi inconscientes que vuelven de un pasado que ya no recordamos haber vivido, una especie de obsesión en Quignard. De todo ello se nutren páginas febriles, tensas, exasperadas, que vuelven constantemente a un punto oscuro, sepultado en lo más profundo que busca exhumar. Este sacar a la luz que no hace nada para ocultar la violencia y los dolores que le son específicos, se expone de manera a menudo desconcertante: trabaja sobre la memoria en el límite de la confesión; presenta ejercicios paradójicos de formulaciones teóricas, con una erudición melancólica; trabaja sobre las lenguas recurriendo a la etimología, asociaciones libres resultantes de los sueños para sacar el significado de la relación insólita de las palabras.

El carácter compuesto de esta escritura asombrosa, brinda la oportunidad de volver a esa forma indecisa, entre la ficción y el pensamiento.

Por ejemplo, tenemos el título: El hombre de las tres letras. Paráfrasis de prestidigitación para designar a quien en latín se llama fur (el ladrón), cuidando siempre de no pronunciar la palabra. "El hombre de tres letras es el rey furtivo - el que va y viene – gracias a su lengua silenciosa - la que se escribe y se calla"

Entre las figuras del ladrón que declina El Hombre de las Tres Letras, está ante todo el sueño, “Porque el trabajo del sueño es el primer ladrón. El sueño roba los valores de la víspera. Sustrae las siluetas de la naturaleza, los sabores, los seres del pasado, todas las cosas que faltan una por una, que se esperan, los tactos, los contactos, las uniones, todos los rasgos que permiten identificar las formas deseables.

En el libro, también está la figura del escritor, utilizando las mismas palabras que, antes que él, pertenecieron a otros, y cuyas frases toman prestadas sus imágenes del mundo, de la memoria y sobre todo de los lenguajes. Los lenguajes marcan el tono y el ritmo, abren el mundo, dejando en su borde, en su frente, los intersticios espectrales y desolados donde pulula una vida perdida para siempre, que nos hará soñar, escribir, amar, doler. Nostálgico de otro mundo, Pascal Quignard nunca deja, de un texto a otro,  de evocar ese pasado que nunca habremos conocido y nunca conoceremos. Desolación sin consuelo ni esperanza de retorno que acechan nuestras noches y obsesionan nuestros deseos.

Para quienes acompañan esta odisea intelectual que comenzó hace treinta años con los Pequeños tratados, una cosa es segura: bajo el fragor de las palabras, el ropaje de los sistemas y figuras convocados por Pascal Quignard, hay una cuestión con el silencio, una pasión siempre renovada e inextinguible de soledad incrustada en la carne mortal de aquellos a quienes les fue impartida la palabra, impuesta desde el comienzo mismo de su vida terrena. El silencio obsesiona la obra de Pascal Quignard.

Rara vez se tiene la oportunidad de leer a un escritor tan libre como Pascal Quignard. Auto exiliado, retraído al margen. Lejos del circo mediático-literario, hace lo que quiere como le da la gana. A veces brillante, a veces oscuro, pero sobre todo libre, propio de un lector que escribe.


No hay comentarios.:

LECTORES QUE NOS VISITAN