DIVERTIMENTA (de Jesús Bermúdez)/ ENTONCES SÓLO LA NOCHE (de Enrique Ferrari) por Marcelo López


DIVERTIMENTA, de Jesús Morales Bermúdez.
ENTONCES SÓLO LA NOCHE, de Enrique Ferrari.
Editorial El 8vo Loco, 2008

por Marcelo López

La colección 69, perteneciente a la editorial “El 8vo loco” ha publicado un libro doble, original por donde se lo mire –puede leerse al derecho un texto y al revés el otro-, pero no solo por esta modalidad en su lectura es novedoso, sino por el contenido de las obras de los autores en cuestión: Divertimenta, escrita por Jesús Morales Bermúdez y Entonces solo la noche, de Enrique Ferrari. Vamos al primero de los textos.

Divertimenta consta de 60 (micro)relatos, son fragmentos que pueden leerse de manera autónoma, como quien lee una poesía. Morales Bermúdez, no escatima en la sobreabundancia de citas y guiños a otras obras (la mitología griega, la Odisea, Las mil y una noches, son las más citadas). Esta sobreabundancia, por momentos, puede volverse algo tediosa, ya que lo narrado se transforma en una simple referencia a un texto otro, dejando de lado su posibilidad de ser en sí mismo a estos pequeños textos.

Con un lenguaje que tiende al preciosismo, Morales Bermúdez es capaz, no obstante, de crear muy buenas imágenes, con la concisión de los haikus y la utilización de metáforas que dejan sobrevolando en el aire el resplandor de momentos intensamente poéticos. Pequeños mundos que se abren y cierran, como un estallido fugaz que impacta, dejando una sensación latente en el lector.

Entonces solo la noche, el segundo de los textos, nos entrega diecisiete relatos de la mano de Enrique Ferrari, relatos con un aire propio, pero con marcas evidentes de sus “precursores” (Carver, Hemingway, Chandler, Onetti y otros). Pequeñas historias de hombres que se encuentran desahuciados, pero que ven, a lo lejos, una luz que los atrae: la posibilidad de dejar una huella en el mundo a través de su propia historia. La narración ilumina y deja una marca sensible en el pasado. Los textos de Ferrari transmiten la melancolía del tanguero, pero también, la ausencia de la utopía que se desvanece en el aire, un vacío doloroso que se resignifica en el momento de la transmisión escrita.

Los personajes de los cuentos de Ferrari son hombres que no poseen la capacidad de pensar el pasado ni el futuro por culpa de un presente que se escapa y marca el rumbo de una caída, propia, subjetiva, pero también con señales claras de otra debacle peor, general y objetiva, en los momentos en que se asume como marca etnográfica de la situación de un país que no volverá a ser jamás lo que alguna vez llegó a ser.

El alcohol, las mujeres, la música, la amistad y la traición que se ejerce entre los hombres, son los núcleos que aparecen tematizados en estos cuentos. Algunos de esos núcleos, está claro, son lugares comunes de nuestra literatura, pero lo notable es la forma en que Ferrari logra narrarlos, con una intensidad tan particular que lleva a pensar que éste autor dará que hablar en los próximos años. Incluso el tratamiento que recibe la ciudad como espacio de circulación de todas las mitologías urbanas tiene una vuelta de tuerca extra: todo está en movimiento, porque la hostilidad de quienes la habitan carece de límites. Todo está a punto de estallar, a minutos de explotar para siempre. De esa tensión, los cuentos reciben un tono que se refleja, traducido por la mirada que el autor le imprime a los objetos y a los momentos efímeros. Vale la pena, como dice un dicho popular, jugarse la cabeza por una noche de diversión.

Ferrari habla de lo que sabe, tal como quería Hemingway. Habla de aquello que la experiencia trata, pero no siempre logra, poder codificar. Estos cuentos nos dejan una sensación al terminar de leer la última página, una sensación que, como diría el Marlowe de Chandler, hace que el lector permanezca “Triste, solitario y final”.

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