EL ROSTRO AJENO (Biblioteca de letras Japonesas, 2002)
De Kôbô Abe
Por Juan José Burzi
El rostro ajeno, publicado en 1964, trata de un científico que, a causa de un accidente, “pierde” sus facciones: los rasgos son desdibujados y la cara queda surcada de “sanguijuelas” (Uno de los pocos desaciertos de la traducción) Vive un tiempo con el rostro vendado y su matrimonio perdiéndose en la vasta extensión de las formas y de la indiferencia velada. Es entonces que el protagonista decide fabricarse una máscara, un símil de otro rostro para superponer al suyo y así volver a tener una vida “normal”. Hasta qué punto logra su objetivo o no, y los medios de los que se vale para obtener ese “rostro ajeno” es algo que resulta mejor dejar descubrir a los lectores.
Hay un detalle estilístico que resalta las cualidades de la narración: El libro está dividido en tres cuadernos (cuaderno blanco, negro y gris) que cumplen la doble función de diario íntimo y mensaje o confesión escrita para su esposa, dado que todo lo que leemos (más de 200 páginas) también es, en la ficción, leído por ella. Sobre el final del libro, y para sorpresa del lector, es la mujer quien deja una carta, apenas dos hojas, para volver a sorprendernos y a descolocarnos del lugar seguro al que habíamos arribado de la mano del narrador principal. Un giro en lo que se cuenta que nos recuerda a La llave (1956) de Junichiro Tanizaki.
En otro nivel, el protagonista dialoga consigo mismo a lo largo del relato, analizando y descuartizando la función y el lugar del rostro en la cultura oriental y occidental (Habla, por ejemplo, de Frankestein y su condición monstruosa, reflexiona acerca del cine y la imagen, las máscaras usadas para el teatro Nô, etc) Mientras leemos estas páginas no podemos dejar de sentirnos testigos privilegiados de una obsesión, espectadores de una paranoia relatada en primera persona cuya complejidad se va acentuando a medida que, paradójicamente, nos es revelada la verdadera finalidad del libro: Contar una historia de amor y desencuentro.
De Kôbô Abe
Por Juan José Burzi
El rostro ajeno, publicado en 1964, trata de un científico que, a causa de un accidente, “pierde” sus facciones: los rasgos son desdibujados y la cara queda surcada de “sanguijuelas” (Uno de los pocos desaciertos de la traducción) Vive un tiempo con el rostro vendado y su matrimonio perdiéndose en la vasta extensión de las formas y de la indiferencia velada. Es entonces que el protagonista decide fabricarse una máscara, un símil de otro rostro para superponer al suyo y así volver a tener una vida “normal”. Hasta qué punto logra su objetivo o no, y los medios de los que se vale para obtener ese “rostro ajeno” es algo que resulta mejor dejar descubrir a los lectores.
Hay un detalle estilístico que resalta las cualidades de la narración: El libro está dividido en tres cuadernos (cuaderno blanco, negro y gris) que cumplen la doble función de diario íntimo y mensaje o confesión escrita para su esposa, dado que todo lo que leemos (más de 200 páginas) también es, en la ficción, leído por ella. Sobre el final del libro, y para sorpresa del lector, es la mujer quien deja una carta, apenas dos hojas, para volver a sorprendernos y a descolocarnos del lugar seguro al que habíamos arribado de la mano del narrador principal. Un giro en lo que se cuenta que nos recuerda a La llave (1956) de Junichiro Tanizaki.
En otro nivel, el protagonista dialoga consigo mismo a lo largo del relato, analizando y descuartizando la función y el lugar del rostro en la cultura oriental y occidental (Habla, por ejemplo, de Frankestein y su condición monstruosa, reflexiona acerca del cine y la imagen, las máscaras usadas para el teatro Nô, etc) Mientras leemos estas páginas no podemos dejar de sentirnos testigos privilegiados de una obsesión, espectadores de una paranoia relatada en primera persona cuya complejidad se va acentuando a medida que, paradójicamente, nos es revelada la verdadera finalidad del libro: Contar una historia de amor y desencuentro.
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