LA HISOTIRA DE LISEY (Stephen King) por Mariana Alonso

LA HISTORIA DE LISEY (Plaza & Janés, 2007)
de Stephen King
por Mariana Alonso

Con más de cuarenta novelas publicadas, sin contar las que escribió con el seudónimo de Richard Bachman, la obra de Stephen King abarca temas y ambientes de lo más diversos. No podía ser de otro modo: su universo es habitado por payasos asesinos, vampiros, muertos vivos y dementes.
En 1987 publicó Los ojos del dragón, una novela pensada especialmente para su hija Naomi de trece años, una gran lectora que hasta entonces nunca se había interesado por los cuentos de papá. Después de leer la novela, la niña dictaría aquella sentencia que para Stephen King sería “la canción favorita de todo escritor”, cuando le dijo que quería seguir leyendo, que no quería que la historia terminara jamás.

Acaso uno de los mundos que Stephen King mejor haya sabido describir es el del escritor atormentado. Desde El Resplandor, pasando por Misery y La mitad siniestra, hasta “Ventana secreta, jardín secreto” (la segunda historia de la colección Cuatro después de la medianoche) y Un saco de huesos: con sólo recordar estos títulos a uno le suben las pulsaciones. Todas estas novelas invitan a tocar su “canción favorita”.

Hoy, a poco de la publicación de Cell (una novela de zombies del siglo XXI), vuelve a golpear con la historia de otro escritor, o la de la esposa de un escritor: La historia de Lisey. Una historia de amor marca King, teñida de elementos sobrenaturales, de misterio.

Publicada en castellano por la editorial Plaza & Janés (en un castellano quizá demasiado español, como lamentablemente ocurre con toda la obra de Stephen King), esta novela gira en torno de dos personajes; uno de ellos, muerto. Tras dos años del fallecimiento del exitoso escritor Scott Landon, ganador de un premio Pulitzer y del Premio Nacional de Literatura, su esposa Lisey comienza a ordenar sus papeles. Ha venido postergando la tarea, aun ante la insistencia de aquellas personas interesadas en la obra inédita de su marido; oportunistas que Lisey insiste en llamar Incunks, una palabra inventada, como tantas otras que habían plagado sus diálogos con Scott. Al matrimonio Landon se pueden agregar otros dos personajes fundamentales: Zac McCool, un desconocido de acento sureño (resulta llamativo que el acosador de “Ventana secreta, jardín secreto” también tenga acento sureño) que la invita bajo amenazas a entregar los papeles del famoso escritor, a renunciar a su detestable actitud Yoko Ono; y Amanda, la hermana mayor de Lisey, una mujer que tiene como costumbre automutilarse. Son la aparición de Zac y el último ataque autodestructivo de Amanda los que ponen en marcha el engranaje de recuerdos de Lisey.

En su última mutilación, a falta de cuchillos, Amanda se ha inflingido cortes en las manos con el filo de una taza rota. Después de hacerla atender en la guardia de un hospital, Lisey pasa la noche en casa de su hermana. Cerca del amanecer, percibe que Scott intenta comunicarse a través del cuerpo de Amanda. “Tendrás una dávila sangrienta”, le anuncia el cuerpo junto a ella, con la voz de Amanda que es también la voz de Scott.

Que Amanda, “Conejito Manda”, haya elegido lastimarse las manos no puede ser casual. Más tarde sabremos de un episodio ocurrido durante el noviazgo de Scott y Lisey en el que, tras una discusión, Scott se corta una mano estrellándola contra el vidrio de un invernadero.

“Es para ti. Para disculparme por haber olvidado nuestra cita y asegurarte que no volverá a pasar. Es una dávila”, explica Scott a su novia. Y agrega: “La llamamos «dávila sangrienta», es especial.”

“Tendrás una dávila sangrienta”. Es este mensaje el que precipitará el viaje de Lisey hacia el pasado, hacia la niñez de Scott y a la enfermiza relación con su padre y con su hermano Paul. El viaje que nos revelará por qué los Landon han elegido que en su jardín nunca se oiga la risa de niños. Armada con una pala de plata (recuerdo de la colocación de la Primera Piedra, Biblioteca Shipman, recuerdo del día en que su marido casi muere en manos de un joven espectador fanático), Lisey se adentra en los abismos de aquellos recuerdos enterrados, escondidos detrás de la “cortina violeta” de su memoria. Y lo hace guiada por Scott que ha dejado una serie de pistas, una línea de dávilas que la conducirán a la oscuridad del mundo más íntimo de su marido, que la enfrentaran a sus miedos más profundos, a sus monstruos más temidos. La presencia de Scott, que en un principio parece acompañarla en sueños, se torna cada vez más clara y real, más tangible.

En una muestra de su dominio de la narrativa, Stephen King nos hace saltar continuamente del hoy de Lisey al ayer de hace veinticinco años, sin aviso previo. Y es que en La historia de Lisey la realidad y los sueños se confunden, los recuerdos se hacen presente. La vigilia tiene algo de sueño.

Para los lectores constantes de Stephen King, una pesadilla casi tan atroz como sus mejores novelas fue una declaración de prensa lanzada casi al pasar, un día cualquiera, un día como tantos, en el que anunció que su retiro de la literatura podía no estar muy lejos. Pero parece ser que todavía le quedan muchas historias al escritor que un día pensó que ya no le quedaban tantas por contar, como si un escritor tuviese una cantidad determinada y finita de historias. Aún hoy sigue inquietándonos, secuestrándonos por unas cuantas horas, apartándonos de nuestro mundo, sumergiéndonos en el suyo, en esta última ocasión a través de un escritor tan exitoso como él.

Del mismo modo que La mitad siniestra recuerda el episodio que dio a conocer la verdadera identidad de Richard Bachman (seudónimo con el que Stephen King publicó, entre otras novelas, Carretera Maldita, Rabia y El fugitivo), del mismo modo que muchos ven en sus novelas de escritores a un alter-ego; Scott Landon es, en cierto modo, un retrato suyo. Leyendo aquellos párrafos en que Lisey recuerda el trabajo de su esposo, imaginamos a un Stephen King joven encerrado en su estudio, con la música a todo volumen y una botella de cerveza junto a la computadora, festejando ante lo que acaba de escribir. Lisey, la única que ve a Scott como un hombre corriente, la única que conoce sus debilidades, nos hace pensar en Tabitha King leyendo la última novela de su esposo en el asiento de acompañante del coche. Stephen King por momentos desvía la mirada del camino y la observa de reojo, imaginamos, a la espera de una sonrisa que anuncie su aprobación. Y suspira aliviado al verla sonreír. Acaso su propia experiencia como escritor sea lo que hace de este “subgénero King” un éxito. Pero el autorretrato que Stephen King traza en su novela no es otra cosa que la cuota de verosimilitud que toda historia de tono fantástico necesita para funcionar. Es una herramienta que facilita la entrada a un mundo que va mucho más allá de la comparación entre el escritor y su personaje: La historia de Lisey, una historia que nos encontrará una noche, acostados en la cama, dando vuelta la última página del libro y descubriendo en el silencio, una vez más, el sonido delator de nuestro corazón acelerado.

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