RADIANA (Esther Cross) por Enrique Solinas

RADIANA (Emecé, 2007)
de Esther Cross
por Enrique Solinas

Quien desee encontrar en la literatura un espacio de placer y reflexión, donde el humor se coloque en primer plano y los acontecimientos sucedan de manera cinematográfica y precisa, debe entregarse de lleno a la lectura de Radiana. Con un estilo único, que bien le ha valido el reconocimiento de su escritura y el lugar que hoy ocupa en nuestras letras, Esther Cross nos ofrece un texto concebido a pura creación y de manera espléndida.

Ya desde su título, no podemos evitar la obra teatral homónima del español Agustín Ortíz (1533), pero que sólo coincide en el nombre y en que ambos textos suceden a ritmo de comedia. La Radiana de Cross, lejos de la de Ortíz, se centra en la construcción de una robot por parte de un inventor extravagante y, desde esta propuesta, el texto se dispara hacia aquellas zonas que extralimitan la imaginación de la realidad. Esta vez, el formato elegido para contarnos la historia es la nouvelle, tipo textual poco transitado por los escritores locales, pero que resulta, sin lugar a dudas, un acierto a la hora de narrar: pocos personajes, un tema principal (la creación de un ser) y dos subtemas (el amor y el poder) que van entrelazándose, para que no perdamos de vista el hilo que nos tiende a través del laberinto de las palabras.

La historia bien puede suceder después de la Primera Guerra Mundial, cuando el cientificismo está cada vez más creciente, a partir de la necesidad de nuevos descubrimientos. Podemos ser testigos de una clase social medio alta que va mostrando su vida y sus conflictos en acción, al mismo tiempo que contemplamos la vida de aquellos que buscan un lugar en el mundo y cómo ambas clases se interaccionan. A partir de esta ubicación espacio-temporal, la autora no se priva ni nos priva de nada: Científico-Esposo casi loco, pianista accidentada, benefactora deslumbrante y aventurera, robot en construcción, mayordomo fiel, cheff y modelo en desgracia, y otros personajes que brindan un fresco colorido y vivaz de otra época lejana, pero recuperada y restaurada a partir de este texto.

Si bien el personaje principal es una robot, la narración no es de Ciencia Ficción. No pretende realizar una denuncia sobre el problema de la deshumanización a partir de la biotecnología. Por el contrario, pone en evidencia la automatización del hombre que sucede de manera natural, la forma en que la sociedad nos ha robotizado a partir de pautas culturales y sociales. Radiana es una consecuencia lógica, el producto final, la enunciación concreta, el verbo hecho metal que acusa la robotización preexistente en nosotros mismos. Y esta tecnificación es de forma y contenido. En cuanto a lo formal, realiza repeticiones de párrafos y frases que nos muestran la sombra del horror. Una repetición causa risa, pero la reiteración constante y mecanizada produce miedo porque se trata de una automatización, pierde lo humano para convertirse en algo inquietante. En cuanto a la repetición de contenido, la pianista Rita Lavenza está condenada a tocar el Nocturno en Mi bemol de Chopin. Desde chica, todos los días de su vida, en todas las funciones. Por mandato materno, repite y repite su Nocturno hasta el fin. Pero esta repetición se ve interrumpida por un accidente y se equivoca. Entonces, comienza una nueva repetición, que es la repetición del error. Y esta nueva repetición automática se convierte en un espejo infinito, ya que la gente empieza a imitar a Rita Lavenza en el momento justo en que se equivoca. De la misma forma, Elmer Dus, su marido científico, repetirá hasta el fin sus inventos. Y a lo largo del texto veremos otras repeticiones, de forma y de contenido, elementos que irán multiplicándose nada más que para exponer lo terrible que es la multiplicación de la Unidad. Toda repetición es caótica, pero aquí es contaminante. Elmer Dus también repetirá sin fin la firma de su esposa hasta hacerla perfecta y, Rita Lavenza, repetirá su Nocturno hasta que deba intervenir sus manos y recibir implantes de metal. El matrimonio se ve contaminado por la esencia de ambos, se van compenetrando, poco a poco fundiendo, algo de uno está en el otro para conformar una unidad indisoluble.

La creación de un ser por vías no naturales, presupone el deseo de ocupar el lugar de Dios. Y esto lo podemos ver en las sociedades de todos los tiempos. Ya los antiguos egipcios colocaban brazos de metal que se movían a esculturas de reyes y dioses con fines religiosos. Alrededor del año 400 a.C, Arquita de Tarento creó una paloma de madera que simulaba volar con un mecanismo de agua y vapor. En el año 770 d.C Yang Wu-Lien inventó un mono que extendía sus manos, pedía limosna y guardaba en una bolsa lo obtenido. Roger Bacon, en el siglo XIII, construye una cabeza que habla. Leonardo Da Vinci crea un león automático en honor a Luis XII. En el siglo XVII, René Descartes confecciona un autómata al que se refiere como “mi hijo Francine”. En literatura, tenemos menciones en La Ilíada de Homero, en Las mil y una noches, en el Satiricón de Petronio, el Frankestein de Mary Shelley, El hombre de arena de Hoffmann, el Pinocho de Collodi, El Golem de Meyrink, el relato Talos de Borges, la Madeleine de Bioy Casares y ahora, la Radiana de Esther Cross. Sin lugar a dudas, el tema es más que fascinante y nunca están cerradas las puertas a la posibilidad de crear otro ser a imagen y semejanza, dominando los elementos terrestres, doblegando las voluntades ajenas y perpetuando la existencia más allá de lo proyectado. ¿Cómo podemos evitar que el fin de las cosas suceda? ¿Cómo podemos prolongar la vida de aquellos a quienes amamos y, por consecuencia, la nuestra? ¿Crear no es una forma de recreación, tomando como base lo que ya existe, como el modelo humano, pero sin errores?

A veces el amor te deja ver el mundo tal cual es o te ciega, por eso Elmer Dus pierde el espíritu de aquello que lo rodea y desea insuflarle vida artificial al espejo de Rita Lavenza, creada como una copia de la original, como la robot de Fritz Lang en Metrópolis. Pero este amor es una excusa, es nada más que un reflejo del científico que es. Por eso, el amor que se presenta primero como “amor al ser amado”, termina convirtiéndose en “amor a la Ciencia” para mostrar el “amor a sí mismo”, el narcisismo en su estado más puro. El “amor verdadero” no está tal vez en los personajes principales, sino en la nueva creación que ocupa la vida entera del protagonista y en aquellos que se desencuentran, se encuentran y huyen para amar en paz.

Radiana es una pequeña gran nouvelle. Escrita en cuarenta y cinco capítulos cortos, con humor descollante, absurdo y surrealista. Sutil y austera, cargada de abundante ironía. Fue creada para recordarnos que el sendero de la literatura es el de la re-flexión, pero que también puede ser el camino del disfrute y del placer; el atajo entre la emoción, el pensamiento y la magia; la carretera, rápida y segura, de la más alegre y absoluta imaginación.

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