GLAXO, (de Hernán Ronsino) por Camila Berguier

GLAXO
de Hernán Ronsino
Eterna Cadencia (2009)
por Camila Berguier




La navaja en la nuca

Escenas excepcionales, frases muy entrecortadas (a veces quizás en extremo) y comienzos de capítulos muy potentes, nos adentran en Glaxo, en un clima de alta tensión, que no nos permite relajarnos: es una novela para leer de una sola vez, con un clima que nos encierra, cada vez más denso y narrativo.

Los momentos históricos donde está situada la novela son de pura latencia y no puntos cúlmines de la historia argentina. Así es que los capítulos corresponden a 1959 (años después de la matanza de José León Suárez), julio de 1966 (un mes después de la Revolución Argentina), octubre de 1973 (poco después de la asunción de Perón) y diciembre de 1984 (a un año de recuperada la democracia). Aquí vemos que la novela se sitúa en cuatro momentos que se corren, en meses, de sus hitos históricos más cercanos; y ya estos cambios nos ponen en alerta. El tiempo tampoco es lineal, sino que los capítulos están intercalados temporalmente, y generan una intriga que será resuelta en la última página.

Esta vez, Ronsino se adentra y profundiza en las voces ya manejadas en La Descomposición (2007), sigue alimentando su mundo. Se retoman algunos personajes y nos da el placer de volver a ese pueblo, de seguir conociendo sus resquicios, su clima infernal, su a punto de. Todas las piezas encastran tan precisas y la novela se despliega en apenas 92 páginas, que apenas uno termina de leer quiere volver a empezar, quizás, esta vez, por orden cronológico, para entender los cabos que pudieron haber quedado sueltos de una primera lectura.

El pueblo se ve invadido por casi un extranjero, un porteño en 1959. Y a lo largo del tiempo, el pueblo va a estar más alejado de todo el afuera, y en 1973 (el comienzo de la novela) dejan de pasar los trenes. Ahora, la comunicación con el exterior ya es solo por teléfono, a la distancia. Bicho Souza compara a Folcada con una estrella de Hollywood, una manera de retomar la tradición de Puig, mostrándonos cuán lejos está Buenos Aires de ese pueblo. Quizás es por eso que los momentos históricos llegan como con retrazo, allí, al costado de unas vías que se están desmontando, se evidencian los ecos, los resabios de la historia argentina.

El personaje que más se distingue en su voz es Ramón Folcada, ya que su capítulo es de un solo párrafo, quizás por el ritmo vertiginoso que se tiene en la capital, él hace una permanente asociación libre en su discurso y es el único que realmente toma decisiones; en cambio, los otros personajes tienen una actitud más pasiva, viven casi sin darse cuenta, aunque, por ejemplo, tengan escenas muy fuertes de sexo. Esas voces son respiraciones que están a punto de ahogarse, más discontinuas, que dejan vacíos e historias en blanco.
Fulmínea, la novela nos deja, latente, un estallido. Con historias de amor, asesinatos, presos, locura, traición, viajes a Buenos Aires y películas yanquis, la novela es como una navaja que raspa a la altura de la nuca. Para dejarnos volver, por un instante, a una calma primitiva. Y, una vez más, a la navaja, en la nuca, que da escalofrío.

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