VACÍO DE RESURRECCIÓN. BUSCANDO LA PROLONGACIÓN DE LA VIDA, de Andrés Gioeni (por Wenceslao Maldonado)

VACÍO DE RESURRECCIÓN. BUSCANDO LA PROLONGACIÓN DE LA VIDA
de Andrés Gioeni
Nueva Generación, 2009
por Wenceslao Maldonado


EL CÓDIGO GIOENI, un thriller espiritual entre denuncia polémica y sana ingenuidad romántica



1.- Una introducción con planteos.
Generalmente los autores evitan, en obras de ficción, hacer introducciones declarativas. Pero no es el caso de Andrés Gioeni en su novela policial, clasificada como thriller, Vacío de resurrección. Buscando la prolongación de la vida, ya que quiere dejar sentado desde el principio que su propósito al escribirla “fue poder involucrar en la trama algunos temas que me causaban interés particular.”

En el primer párrafo de la introducción nos dispara una andanada de cinco cuestiones pesadas, ciertamente no fáciles de digerir, pero que el autor se atreve a entretejer con la trama compleja de esta gran conjura argentina, que parece replicarle a El Código Da Vinci, obra que el protagonista Andrés ha acabado de leer en el comienzo mismo de la narración, como una continuidad “made in Argentina” de las tortuosas luchas por el poder político y religioso.

Nosotros aquí, en el mapa complejo de Buenos Aires, tenemos unos cuantos signos extraños que decodificar, parecería estar diciéndonos el novelista. Y ese código apunta a replantearse nada menos que problemas que provocan renovadas y polémicas lecturas en la historia de la Argentina actual. Gioeni las puntualiza: “...el gobierno de facto y su dictadura, el tema acuciante y actual de la inseguridad, el poder de la religión en el desenvolvimiento de nuestra sociedad, las diversas lecturas de la historia argentina, la fuerza de los lazos humanos.”
Conviene decir que el escritor nos permite la entrada a su obra desde una pequeña puerta que, en un primer momento, parecería hermética e incómoda, pero que a la manera de un texto epigráfico, invita a que el lector se ubique. Y hay dos posibilidades de ubicación, jugadas en forma antagónica, ya que los hechos mismos aparecen agrupados en el libro como antinomias. O bien somos lectores que nos metemos por el lado de la realidad, para disfrutar luego el texto ficcional con “sana ingenuidad” (expresión que Gioeni repite más adelante en la introducción); o bien caemos en la actitud criminal de ocultar esa realidad, aprovechando la ignorancia del pueblo, y nos movemos, en consecuencia, en la zona de la “pura crueldad”.

Al repasar la lista de los temas propuestos por nuestro novelista, nos encontramos en el aprieto, antes que nada, de superar esa “ignorancia” y conocer sin ambages la “realidad”. En esto, diría, consiste el enigma del thriller porque, aunque hayamos vivido algunos eventos del país y del mundo en carne propia, Gioeni nos impone su “código” y se encarga de demostrarnos que nada es lo que parece ser. Y la duda más acuciante, de seguro, será sobre nosotros mismos, sobre nuestras creencias políticas, religiosas y éticas y sobre los interrogantes más profundos de la vida, mejor, sobre la enorme antinomia que se plantea por encima de todo, vida / muerte. ¿Antinomia? No sé si es la palabra que define con mayor acierto estos dos términos que se contradicen. Pasa algo así con los dos colores simbólicos, el rojo y el negro, un alerta de sangre y luto, que reaparecen en cada situación de peligro, a manera de leit motiv. La vida y la muerte, en la novela de Gioeni, se repelen y se atraen en forma paradojal, de tal modo que cabría poder decir, en manera análoga al negro y al rojo: Vida. Muerte. Definitivamente vida.

2.- De la realidad a la ficción.
En la introducción, a la que nos acabamos de referir, Gioeni recuerda también el caso de “... ‘Misery’, aquel personaje psicópata que encerraba y apresaba al autor que admiraba y le exigía que sus personajes reaccionaran según sus esquemas.” Sabemos que fue el procedimiento de Unamuno en Niebla y el de Pirandello en Seis personajes en busca de autor.

En este caso el novelista comienza narrando la historia a partir de su protagonista Andrés quien, después de haber terminado de leer El Código Da Vinci, espera a su pareja Luis. No cuesta demasiado entender que el perfil de estos dos personajes sale de la realidad. Del Andrés ficcionalizado, por ejemplo, Gioeni acota: “Su explosión hacia la vida gay había sido sumamente abrupta cuando, cansado de ritos y vacío de cualquier tipo de resurrección, decidió colgar los hábitos y renunciar a su vocación de sacerdote.” Es decir, el autor ha querido arrancar desde la realidad, instalando enseguida, también, el tema que es título de la novela. ¿Pero quién dice que así es el autor?

Algunos párrafos más adelante el narrador omnisciente del relato nos muestra a Andrés que comienza a escribir, “con dejos autobiográficos”, una novela de ficción, y añade: "Él mismo afirmaba que no sabía si era por su egocentrismo o por una inseguridad como escritor, que no podía percibir una historia sin tenerse de autoreferente.” ¿Se trataría acaso de dos hipótesis sobre el por qué del paso del Andrés Gioeni de la realidad al Andrés de la ficción?

Tal vez se pueda ofrecer al lector una tercera hipótesis que, sin dejar de lado a las dos anteriores unidas, ya que no son excluyentes, inseguridad y egocentrismo (antes nos había dicho que este Andrés era “un tanto narcisista”), añada también la idea de invitar al lector a reconocer la realidad acuciante de los temas planteados, sin que la ficción los desnaturalice.

Algo por el estilo se podría decir del personaje de Luis, que aparece también en la introducción, lo mismo que del sabueso Gustavo González, al que en esas páginas preliminares se le agradece por su generosidad al revisar, tal vez con un detallismo de sabueso análogo, las páginas del texto. Este vaivén de semejanzas, ¿es solamente un juego o tiene una intención algo más que lúdica?

Marcas de la realidad son, sin temor a equivocarnos, las referencias precisas a eventos presentes o más o menos actuales que, de seguro, el lector no desconoce. Antes que nada el avispero levantado por la muestra del artista plástico León Ferrari, con referencia a titulares en los diarios de esos días. Sabemos los elogios y denuestos que causó, en particular, su Cristo crucificado en el bombardero norteamericano, clave en la lectura de signos del thriller. Precisamente de este hecho salen los títulos de la primera y segunda parte del libro. Y si seguimos con el tema eclesial, la novela nos refresca el atentado a Juan Pablo II en 1981 y, más recientemente, la elección de su sucesor al que no se nombra.

Tiene también que ver con esta zambullida en la realidad, que remueve las aguas de la historia política desde los tiempos de Perón, otros hechos como la visita de Evita al Papa Pío XII, por ejemplo, que en la trama novelesca tendrá especial connotación.

De la historia argentina más reciente, hay un par de ejes que atraviesan la peripecia policial del thriller; antes que nada la cuestión de los desaparecidos y la recuperación de los nietos, asunto que se va resolviendo dolorosamente como nos muestra la novela. La narración toca con habilidad problemas igualmente no resueltos del tiempo de la democracia, como la profanación de la tumba de Perón en 1987, después de la Ley de Obediencia Debida, o el merodeo de Propaganda 2 por estas latitudes, la enigmática P2 importada desde Italia no sin objetivos oscuros. En fin, ¿podría negar alguien que, leyendo esta ficción, no estamos inmersos en una problemática religiosa y política bien real y bien argentina?
Otro de los sostenes usados con habilidad para obligarnos a dar crédito a la realidad de los temas planteados es la precisa geografía urbana en la que Gioeni hace mover a sus personajes. Desde el barrio de Once, en donde viven Andrés y Luis, recorre el mapa de Buenos Aires con la exactitud de calles, avenidas y plazas, y con acotaciones históricas y turísticas para cada lugar. Sí, no hay dudas, esto está sucediendo en la capital porteña.

3.- De la ficción a la denuncia.
Hasta aquí todo o casi todo es creíble, los protagonistas, los hechos históricos, el trazado de la ciudad, a no ser que neguemos la realidad.

Sin embargo, nos puede suceder como al Andrés de la ficción. Sentado, departiendo una comida con personajes extraños, y nada menos que en el edificio Kavanagh, siente que se le atragantan los sabrosos ravioles que le acaban de servir; es que no logra digerir tampoco las interpretaciones y relaciones que podría haber en hechos muy diversos que se le presentan como códigos cifrados.
La aparición de sucesivos golpes de efecto, la vertiginosa circulación de revelaciones sobre apariencias, crímenes e hipocresías, hacen que la ficción no tape o desfigure, por suerte, la urgencia de los temas propuestos. Muy por el contrario, pone en carne viva denuncias y graves cuestionamientos, tal como fue el propósito inicial del autor expresado en la introducción.

Supongo no equivocarme si afirmo que uno de los temas más acuciantes es el de la relación de la Iglesia y el Estado. No será creíble el tipo de “prolongación de la vida” que se propone, se trate de una resurrección más espiritual o más carnal; pero sí es creíble el poder enorme que la Iglesia Católica, así como el de otras religiones institucionalizadas, que aparecen también en este relato en forma marginal. Se dice que estas religiones tienen tal manejo del convencimiento y la seducción, y tanto poder político y económico sobre la sociedad, que pueden llegar a manipular la realidad para sus propios fines con impunidad.

En el Epílogo que lleva un título que hace referencia explícita a la nueva elección papal, con su humo “efímero” después de la muerte de Juan Pablo II, el escritor hace un cierre al tema religioso con una escena caricaturesca, llena de ferocidad. En medio de esta visión de la Iglesia Católica, apta para el debate más encarnizado, queda abierta la pregunta urgente que compromete la orientación de la propia vida: “¿Para qué seguir insistiendo en entregar su vida si lo habían dejado vacío de resurrección?

La otra denuncia, eje del relato también, que se puede poner a la par de los cuestionamientos a la Iglesia, es el de las secuelas de la dictadura. Gioeni la ubica en primer lugar en su introducción con la calificación de “tema tan acuciante y actual”. Aunque no deje de haber aquí alguna indicación al pasado, y sin ahorrarle tampoco a la Iglesia la estocada correspondiente por su silencio cómplice, el texto apunta, más que nada, a revisar las secuelas que todavía hoy sufre la sociedad. Ante todo la dolorosa búsqueda de los nietos; búsqueda tanto más dolorosa, porque hay grupos juramentados que entorpecen las investigaciones y tejen en su derredor muros defensivos de corrupción institucional.
La comprobación de la existencia de corrupción y connubios secretos de las fuerzas de seguridad, pone sobre el tapete, precisamente, esa sensación permanente de vivir inseguros, ahogados casi por una sospecha permanente. A esto se suma la violencia intrafamiliar que se ha ido generando y que es parte de la ruptura de lazos familiares y sociales.

Y pienso, hablando de los lazos humanos, que éste es el tercer eje de denuncia de Gioeni. Esos lazos humanos, cuando se mantienen y son protegidos, son una “fuerza”; sería la contracara de la instalación del miedo, de la sospecha sistemática, de la desconfianza universal. Y por eso mismo, desde su recuperación y cuidado, puede aparecer la punta del cambio, el cambio de la vaciedad de resurrección a una vida plena.

4.- Un epílogo con la gran pregunta.
Cuando llegamos al “epílogo”, es decir, según su etimología, cuando llegamos a “lo que se escribe sobre lo dicho”, quedamos consternados, porque en realidad no sabemos qué más se pueda decir, habiendo seguido las señales, una a una, de ese código que no es ya la historia cerrada de la novela, sino la novela abierta a nuestra vida, el “Código Gioeni”, para darle nombre a esas marcas que el novelista propone. Y la conclusión está dada en el título que el autor le ha querido poner a este Epílogo: “El humo es efímero. La vida ¿también?

Por lo que parece, el humo de la elección papal, como el humo de todo los poderes de este mundo, es absolutamente efímero. Los antiguos aplicaban la idea de humo a la fama: “fama, fumus”. ¿Y la vida? Bueno, que cada uno responda a esta pregunta como pueda, como habrá debido ir respondiendo cada lector a los enigmas que nos trajeron hasta este momento. También éste es un antiquísimo interrogante, un grito del ser humano, que sabe que irremediablemente le espera la muerte. Y aquí radica el deseo de no morir, de ser inmortales o, en todo caso, de resucitar. Que la vida es efímera lo sabe Andrés Gioeni muy bien, y dentro de él, lo sabe el Andrés de la novela. Lo sabemos todos, en realidad. Pero ese Andrés de la realidad, el autor, que lleva en su interior el perfil del Andrés protagonista, no se olvida seguramente de un texto neotestamentario que dice “el amor no termina nunca”. Sí, con razón es hora de repetirlo. El amor es más fuerte que la muerte.


Y aquí viene entonces a cuento la necesidad de reflexionar, de quedarse reflexionando después de la lectura, sobre “la fuerza de los lazos humanos” que el escritor nos proponía como tema en la introducción.


Concluyo, porque ya veo que me estoy comportando como un pésimo crítico que devela las claves del libro comentado. Pero no puedo dejar de decir que me impresionaron las cartas que se cruzan en la novela Andrés y Luis. Y les digo a los lectores que allí está el secreto de la vida sin fin, el amor que esas cartas expresan. Porque para Andrés Gioeni, Luis es “mi amado Luis” de la introducción; y dentro de la ficción, para Andrés, Luis es “mi adorado Luis”, el “muso” inspirador.
En fin, de ahí salen los dos adjetivos discutibles que se me ocurrió poner en el título de este comentario: thriller “espiritual” e ingenuidad “romántica”.


Bueno, amigos lectores, y aquí viene mi incorrección mayor de crítico, ¿ustedes creyeron que Gioeni les estaba entregando un thriller? Se equivocaron rotundamente, ya que aquí nada es lo que parece. Gioeni ha escrito un canto de amor, amigos, porque sólo el amor es el que puede dirimir todo dilema y esclarecernos todos los códigos, ayudándonos a concluir esta lectura para mirar nuestro futuro “llenos de resurrección”.
Que el autor me perdone.
.
.
.
.

No hay comentarios.:

LECTORES QUE NOS VISITAN