PARTE DOMÉSTICO (de Oliverio Coelho), por Edgardo Scott

PARTE DOMÉSTICO
de Oliverio Coelho
Emecé, 2009
por Edgardo Scott




En la narrativa argentina contemporánea hay casi siempre guiños borgeanos: citas, escenas, personajes, temas o nombres, intención poética; con mejor o peor suerte, el Borges hecho símbolo, lacre autóctono de calidad literaria, suele aparecer con bastante frecuencia entre nosotros. Pero ningún libro que recuerde entre ellos, me hizo recuperar de manera tan acabada, tan audible, el fraseo borgeano, como Parte doméstico, el último libro (de cuentos) de Oliverio Coelho. No necesariamente este hecho debería ser bueno en sí mismo, pero en este caso lo es, acaso porque lleva a problematizar rupturas y continuidades de una lengua, de una literatura, de un estilo.
No es tan importante lo que Borges le aportaría a Coelho (qué acento, qué zona de la escritura de Borges, Coelho habría sabido elegir o adoptar) sino lo que la escritura y poética de Coelho (a esta altura ya modelada, consistente y propia) actualiza del texto borgeano. Hablando con Oliverio cuando vino a leer a Alejandría y señalándole muy al pasar mi prematura opinión, Oliverio la admitió y en un semidicho me dijo algo así como: “es que en el cuento...”. Después la conversación no siguió o derivó hacia otro lado, pero entiendo que el sentido de esa respuesta o aclaración iba en la línea de que el cuento borgeano es toda una forma, toda una matriz, sobre todo para los escritores del Río de la Plata; un molde no del todo agotado sino por el contrario esplendoroso, cuando encuentra un autor a su medida...
Coelho invierte entonces un procedimiento ya hecho por Borges (y señalado por Piglia), a través de una traducción: la traducción de Las palmeras salvajes; en aquella versión se verificaba -y se verifica- la convivencia de la narración de Faulkner, pero escrita por Borges (puntuación, adjetivación, sonoridad, etc.). En Parte doméstico el barroquismo sensorial tan representativo e identificable de la escritura de Coelho se concentra a tal punto, se ciñe, se dosifica de tal modo, que a pesar de que la narración sea plenamente Coelhiana (argumento, atmósfera, objeto, personajes, escenas), la escritura es un símil precioso de Borges. Como si Coelho fuera un falsificador de calidad, al servicio no del mejor cliente sino de hacer una nueva torsión en su propia obra. Cito: “No le parecía descabellado que una muchacha menor de treinta años precisara más de un hombre para presumir, ante amigas o en la juiciosa soledad, un destino ecuánime.” ( Otra mujer) O: “Observó las veredas tendidas en esa claridad de celosías que forzaba el amanecer, los caminantes torvos, todavía ceñidos por el sueño”. (La presa) O: “el llanto es la unción, la reserva de los héroes”. (El don)
El efecto que provoca en la lectura ese cruce, la economía y la precisión del estilo borgeano con el objeto o los objetos de escritura que suele gastar Oliverio, es un efecto perturbador, y en eso Coelho no traiciona ni extravía su estilo, con sus respectivos temas y representaciones. Pero ese efecto logrado, que en sus novelas ha requerido de su prosa característica, en estas ficciones breves puede que se consiga con la impostación (un método y un tema a la vez, no casualmente, muy borgeano). Como si bajo la forma de un tributo Coelho lograra el original.
La escritura de la insanía, de relaciones nunca ajenas a la sospecha o la crueldad, la escritura de un Estado biocapitalista conspirador y autoritario, la escritura de la mujer como objeto o como puntal de experiencia, los dilemas éticos que la sexuación conlleva, todos los asiduos soportes de escritura de Coelho, que sin reiterarse insisten una vez más son, bajo esta forma, la ruptura, el hachazo que Coelho baja sobre el tronco borgeano. Coelho interpreta bien la indicación panfletaria de Damián Tabarovsky de hace algunos años; en este caso: escribir con Borges, contra Borges.
En Parte doméstico los mundos góticos de Coelho, donde ni la piedad ni la razón existen, los ¿hombres? sucumben babeantes ante la cobardía, la mendicidad gozosa, las transacciones nefastas, la retirada del amor, o ante un fatal y lamentable esnobismo artístico.
Volviendo a Borges, hay también un recurso borgeano en Parte doméstico de instalar las ficciones en territorios remotos, extraños, que favorezcan el verosímil. Así, para la destrucción paranoica de un amor (Otra mujer), resulta inmejorable Montevideo, la ciudad de los desterrados, la ciudad sitiada, la ciudad que como justamente poetizó B, se oye como un verso. O para escribir las consecuencias de la búsqueda ociosa de un escritor tilingo (Sun-Woo -gran cuento, una reescritura variada y personal del Hostel de Tarantino-), ubicar la tortura en Seúl se vuelve no sólo una opción adecuada sino favorable para la lectura.
Luis Gusmán cada tanto dice en las entrevistas que con Brillos, su libro posterior a El frasquito saldó, pagó su deuda con Borges; y si no recuerdo mal, agrega también la deuda que tiene o contrae de nacimiento todo escritor “argentino”. Oliverio parece haber escuchado esa reflexión o directamente el mandato, el llamado por ventanilla, la voz sabia, apagada y cínica del Viejo.
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