RISAS PELIGROSAS (de Steven Millhauser) por Juan José Burzi

RISAS PELIGROSAS

de Steven Millhauser

Circe, 2010

por Juan José Burzi




Si nadie dijo aún que el último encantador del siglo XX tiene nombre y apellido, es justo hacerlo ahora: se llama Steven Millhauser.

Son varias las características de Millhauser como escritor, por eso es conveniente ir por partes. Ante todo, es un maestro en sugerir y en la elipsis, en muchos casos lo que sugiere es muy discernible, y hasta esperable, pero eso lleva al lector a un disfrute máximo de la lectura, porque Millhauser tiene esa rara particularidad que tienen algunas series clásicas: sabemos lo que va a pasar, pero no podemos dejar de seguirlas mirando. Y una de las causas de eso es la forma en que escribe sus historias, de manera directa a veces, otras de una forma oblicua. Es llamativo el uso de la primera persona plural en varios cuentos. Ese “nosotros”, esa voz colectiva crea un clima de intimidad con el lector inolvidable. Pero, ¿de qué trata Risas peligrosas, su último libro de cuentos, editado por Circe?

Risas peligrosas es otra incursión de Millhauser en el cuento fantástico, como ya lo había hecho en Pequeños reinos y en el inconseguible El lanzador de cuchillos (a cruzar los dedos, quien sabe Circe reedita ese maravilloso libro). Todos los relatos de este libro tienen en común el perturbador sentimiento de que hay algo más que no estamos viendo, un “algo más” que oscila entre lo terrorífico y lo indeseable. Por ejemplo, en La desaparición de Elaine Coleman, se cuenta el sentimiento de culpa del protagonista porque es incapaz de recordar a una chica desaparecida; apenas hay vestigios en su memoria, y es esa imposibilidad la que hace “desaparecer” a otras muchas personas: personas que no son aprobadas por los grupos sociales, ya sea por diferentes o inferiores. Otro cuento perturbador es La habitación de la buhardilla, que trata de una singular relación entre un joven y la hermana de su amigo, quienes siempre se encuentran en el cuarto de ella, a oscuras. Todo el tiempo esperamos que se encienda esa luz, esperamos encontrar a un monstruo, o a un ser angelical, pero queremos ver algo. Obviamente, no voy a contar si eso sucede.

En otra sección del libro (dividido en Acto de apertura, Actos de desaparición, Arquitecturas imposibles e Historias heréticas), en Arquitecturas imposibles, se percibe la mejor forma de influencia en la literatura: cuando se puede rastrear el origen de una idea, de una forma, pero a la vez, al hacer la comparación con el antecedente, vemos que esa influencia terminó mutando en un estilo propio. En los cuatro cuentos de esta sección se perciben los fantasmas de Borges, del Italo Calvino de Las ciudades invisibles, de Nathaniel Hawthorne…

Historias heréticas es la sección final, que contiene otros cuatro cuentos (el libro tiene en total 13 relatos) uno mejor que el otro. Un precursor del cine, por ejemplo, trata sobre un hombre que descubre una pintura que se mueve. Pinta cuadros que tienen movimiento, y que interactúan con quien los mira… todo esto a fines del siglo XIX! También está El mago de West Orange, que crea una máquina capaz de imitar sensaciones táctiles, todo esto narrado por un empleado de los laboratorios donde se trabaja sobre esos descubrimientos. Hay descripciones que remiten a estados alucinógenos que están entre lo mejor que se ha escrito del tema.

En definitiva, dejo al lector de esta reseña dos tareas: la primera, averiguar quién en Steven Millhauser y buscar alguna entrevista que haya concedido (es un tanto huraño: reniega de las fotos, de los premios y de las entrevistas); la segunda tarea es aún más grata: comprar y leer este maravilloso libro.

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