de Nicolás Correa
WuWei, 2013
por Eva del Rosario
Narrada en un estilo confesional por tratarse de una extensa
carta, con continuas apelaciones a un “vos” que habrá que ir descubriendo a
medida que se lee, y con todas las trazas de un lenguaje popular, Súcubo es una
novela que impacta, conmueve y atrapa a los lectores, quienes desde la primera
página hasta la última encarnan, también, esa segunda persona tan presente en
el toda la narración.
El narrador protagonista es Ciro, un exorcista de Santa
Clara que debe enfrentar el mal sin refugiarse en ninguna iglesia en
particular. Sus métodos son sincréticos y afirma que muchos de ellos fueron
aprendizajes directos del gran poder de intuición y fe que caracteriza a María,
su propia madre.
Dentro de la novela, el origen del mal tiene fecha precisa:
se basa en un episodio que carga a Ciro de una culpa infinita no por haberlo
protagonizado, pero sí por haber sido un testigo directo, cómplice de un amigo íntimo
(el Coke) y de un personaje siniestro y de gran peso en el relato (el Elías). A
partir de este suceso, la fuerza casi omnipresente del mal se asentará en Santa
Clara y encontrará pocos que la resistan.
Y es que ese episodio, también, abre un campo en el que se
pondrán en juego diversos roles de acción, encarnados por diferentes personajes
de distintos sexos. En cuanto a la mujer, podemos trazar un distingo
tripartito: aparece así “la mujer víctima”, porque en esta historia la
violación hacia las mujeres es un modo recurrente y muy importante en el que se
encarna “el mal”. Por otro lado, también está encarnado en la figura del
“súcubo”, mujer que, dotada de una sensualidad sin límites, hechiza y vampiriza
a los hombres con los que se encuentra, transformándolos así en seres
corrompidos y carentes de vitalidad y energía. Y por último, una “tercera
mujer”, que estaría del lado del bien, de la resistencia a la que antes me
refería, y esa mujer es María, la madre de Ciro, quien, tanto desde su nombre
como desde su rol, simboliza la pureza y la maternidad protectora, y es el
único personaje en el que Ciro encuentra un refugio que lo ampare de sus
múltiples pesadillas.
Por otro lado, estarían los hombres, quienes son los primeros
en “caer en la tentación”, pero no todos ellos: el diablo sólo se ensañó con
“los que militan” por eso eligió como escenario la unidad básica de Santa
Clara, y la figura del mal adquiere otra connotación si observamos que las
acciones se sitúan en nada menos que los albores del menemismo en la Argentina.
Pero hay un personaje que sobrevuela a todos los sexos, a
todos seres los humanos. Se trata del viento. Más omnipresente que los
designios del maligno, el viento aparece en Santa Clara de manera continua,
persistente, agotadora. Es un viento que corta las caras de los personajes,
silba trayendo presagios funestos y traslada un fuego casi apocalíptico. De
ningún modo es casual la presencia de este elemento natural en la novela. El
canto quinto de La Divina Comedia de Dante Alighieri es el encargado de narrar
lo que sucede en el segundo círculo del infierno, donde se encuentran los
lujuriosos, quienes son arrastrados constantemente por un fuerte viento que
jamás se interrumpe:
“Y como las alas llevan a los estorninos
en tiempo frío, en larga y compacta hilera,
así aquel soplo a los espíritus malignos
de aquí, de allá, de abajo a arriba, así los
lleva;
nunca ninguna esperanza los conforta
de algún reposo, o de disminuida pena.”
(La Divina Comedia, estrofas 14 y 15 del Canto V)
La alternancia de capítulos muchas veces está dada por el
relato de un pasado finalizado –todo lo que se relacione con Santa Clara- y un
presente cotidiano –el de Ciro en la cárcel, donde ayuda a los presos que
acuden a él a veces para que los escuche; otras, para que les quite “al
maligno” de adentro-. Es así como Nicolás Correa mantiene la intriga a lo largo
de toda la lectura que hacemos de Súcubo, en la que no dejamos de preguntarnos
¿cómo llegó Ciro a la cárcel? ¿Cómo fue que comenzó –porque eso no se decide, la
novela nos persuade al respecto- a desempeñarse como exorcista? ¿Revelará ante
sus seres más queridos ese secreto que lo mortifica? ¿Qué pasará después?
“Súcubo” es en sí misma un exorcismo. Ciro escribe su
historia para que se le haga menos imposible soportar su culpa, para compartir
sus secretos, para no quedarse solo; para encontrar, en ese acto comunicativo
cargado de tanto dolor, un poco de refugio. Quizás los lectores podamos,
entonces, jugar a transformarnos en un techo que lo ampare de ese viento
plagado de pesadillas y demonios.
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