EL CHICO DEL ATAÚD (de Gustavo Di Pace), por María Vilarullo

EL CHICO DEL ATAÚD
de Gustavo Di Pace
Alción Editora, 2014
por María Vilarullo


Gustavo di Pace, en su tercer libro de cuentos, El chico del ataúd, logra compilar una extraña pero intrigante variedad de relatos. Estos pueden empezar llegando a nosotros desde un rincón oscuro del cuento y terminar convirtiéndose en una reflexión sobre la especie humana en su eterna existencia metafísica como en La visitante. También escruta la mente de un simple empleado de la morgue dónde las únicas reglas son no dejarse llevar por la imaginación, a pesar de que él mismo comienza a comprender que el cuerpo sobre el que está redactando un informe desvía a su mente de su análisis mecánico, para dar lugar a lo que uno siempre teme: dudar sobre la veracidad y/o caracter moral de lo que nos manda un superior (Dios guarde a vuestra señoría)

Por otro lado, La Bacinilla es un cuento impactante, que nos ubica en el tiempo unos minutos pasada la muerte de Domingo Faustino Sarmiento y su última fotografía, la del difunto en su sillón de lectura. Con un maravilloso planteo sobre la eternidad, Di Pace nos deja fascinados con sus últimos párrafos en los que el fotógrafo se lamenta, pues, ha violado las reglas, ha inmortalizado a Sarmiento y "(...)legará al futuro la humanidad que nadie quiere mostrar".

Otros relatos como  ¡Basta de aplausos!El chico del ataúd  andan trás la búsqueda de respuestas en los sueños, o en las peadillas (Aquiles Manzi en busca de una pesadilla). El mismo nos traslada a través de la mente de un hombre que lucha por  tener paz en la vigilia buscando recordar sus sueños, cuando comienza a obsesionarse con un asesinato que se repite todos los días a la misma hora y el cual supone perfecto para recordar.

En el cuento El chico del ataúd Di Pace explora su propia interpretación onírica en el dilema que se le presenta en un sueño recurrente que lo tortura y atormenta: abrir o no abrir el ataúd de su padre, el cual carga como un niño en el mismo de un lado al otro por el barrio de su infancia mientras sus vecinos se burlan de él, y cuya respuesta en realidad figura en una frase a mitades del relato: "los ataúdes no están hechos para abrirse, sino para cerrarse". Con estas reflexiones nos deja pensando Di Pace de qué manera liberamos nosotros a nuestros muertos, o nos liberamos al menos nosotros.

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