COLA DE LAGARTIJA (Luisa Valenzuela) por Marina Arias

COLA DE LAGARTIJA (Norma, 2007 )
de Luisa Valenzuela
por Marina Arias


En 1983 yo tenía diez años y en el living de casa había cuatro estantes inalcanzables con unos cuantos libros viejos. Mi papá nunca había leído más que el diario y mi mamá había perdido la costumbre literaria hacia años. Pero en los albores de la primavera alfonsinista, de pronto la producción cultural local volvió a ser importante y mi mamá empezó a acudir periódicamente a la librería. Triste, solitario y final, Días y noches de amor y de guerra, Cerrado por melancolía… todos los títulos que ella traía, a mí por ese entonces fanatizada con la foránea colección Elige tu propia aventura- me parecían un bodrio.

Hasta que una tarde llegó con un volumen que despertó poderosamente mi intriga: Cola de lagartija. En la tapa había un reptil enorme que parecía sonreír y el rostro solemne de un hombre entonces para mí desconocido. “Má, ¿lo puedo leer?”, pregunté de inmediato. La negativa fue rotunda. “¿De qué se trata?”, insistí. “Es para grandes”, me contestó mi mamá y dio por terminada la cuestión. Creo recordar que días después logré hojearlo a escondidas. Y que la presencia de un “Brujo” me dio miedo. Por eso decidí hacerle caso a mi mamá y me olvidé de la cuestión. Hasta que veinticuatro años después Los Asesinos Tímidos me encargó esta reseña y volví a abrir Cola de lagartija de Luisa Valenzuela en su actual reedición de Norma.

“Nuestra arma es la letra”, señala una Advertencia que hace las veces de prólogo del libro. Y aunque se sabe que en materia de literatura narrador y autor no deben confundirse uno no puede evitar imaginarse a Luisa Valenzuela desgarrada ante los horrores de la dictadura militar e intentando ponerlos por escrito. En este sentido, el texto es desesperado y conmueve: “Ponerse a escribir cuando por ahí, quizás al lado, a un paso nomás, están torturando, matando, y una apenas escribiendo como única posibilidad de contraataque, qué ironía, qué inutilidad. Qué dolor sobre todo. Si al detener mi mano pudiera detener otras manos. Si mi parálisis fuese al menos un poco contagiosa pero no, yo me detengo y los otros siguen implacables, hurgando en los rincones, haciendo desaparecer a la gente, sin descanso, sin justificación alguna porque de eso se trata, de mantener el terror y la opresión para que nadie se anime a levantar la cabeza”.

Poética, magistralmente narrada y con giros decididamente humorísticos, Cola de lagartija es, en primer término, una ficcionalización de la persona de José “El Brujo” López Rega, aquel oscuro secretario personal de Perón. El relato de Luisa Valenzuela transcurre en el tiempo cronológico de la dictadura militar. Pero el discurso es el del Brujo, quien instalado en el Litoral desde el derrocamiento de Isabel, asume la voz del narrador para dar cuenta de su megalomanía infinita y de las perversiones más inimaginables. El Brujo está escribiendo su novela y es un monstruo andrógino que todo lo puede: traficar cocaína en la frontera, encarnar la voz de Eva Perón, torturar mujeres, desencadenar una contraofensiva de la guerrilla, adivinar cualquier intensión del gobierno militar para con él, presidir una orgía ditirámbica o gestar un hijo con “Estrella”, una supuesta hermana gemela no-nata que no es otra cosa que su tercer testículo. El Brujo, además, parece saberlo todo y es capaz de mover los hilos de la realidad del país. En este sentido, el texto permite interpretar su locura mesiánica como un posible germen del genocidio cometido por la dictadura.

Por momentos voluptuosa y plena de descripciones bellas (“Era el comienzo de los esteros, las primeras avanzadas del agua pero él no podía saberlo en ese entonces. Palmeras hacia arriba y hacia abajo, espejadas en el agua en la que se iba hundiendo el caballo al pisar por momentos una alfombra de un verde muy tierno, traicionero, que cedía bajo sus pies") y por momentos musical (“derróquenlo, derrótenlo, defenéstrenlo, reemplácenlo, aniquílenlo, desaparézcanlo, dilúyanlo, fulmínenlo, engúllanlo, petrifíquenlo, bórrenlo, disuélvanlo, háganlo puré”), Cola de lagartija permite además revisitar algunas de las escenas más inverosímiles de la historia del país: un supuesto intento fallido de López Rega de resucitar a Perón, su malsana relación con Isabel y la pretensión de trasvasar en ella el espíritu de Evita. En este sentido, el efecto propio del género non fiction logrado en el texto es impecable: al avanzar en la lectura no se puede evitar preguntar hasta dónde llega la creación literaria de Valenzuela (y siente unas ganas irrefrenables de correr a buscar información al respecto).

Pero eso es sólo un nivel de análisis posible del texto. Porque al comenzar el segundo capítulo de Cola de lagartija, asistimos a un repentino quiebre enunciativo (“Yo, Luisa Valenzuela, juro por la presente intentar hacer algo, meterme en lo posible, entrar de cabeza, consciente de lo poco que se puede hacer en todo esto pero con ganas de manejar al menos un hilito y asumir la res-ponsabilidad de la historia”). A partir de entonces la novela se vuelve polifónica, metatextual y definitivamente vital. La batalla de la narradora/escritora contra un Brujo que parece escurrírsele de la tinta se presentiza y nos apremia a seguir leyendo. Porque así como la narradora intuye que el dejar de escribir(lo) no determinará la extinción del Brujo, el lector siente que aunque las escenas se vuelvan insoportables el cerrar el libro no impedirá que la acción se siga desencadenando. El tiempo y el espacio parecen aplanarse para dar cuenta de la pulseada literaria entre la narradora y su personaje. Así, las referencias temporales y las elipsis se confunden, y no parece haber a mano un género posible para clasificar la obra de Valenzuela. Todo es vertiginoso, potente y caótico. Hasta que la escritora/narradora parece tirar la toalla y desentenderse de la bestia (“Brujo Hormiga Roja, señor del Tacurú, amo de tambores, gran sacerdote del Dedo, dueño de La Voz, acaparador de espejos, probable embarazador de su propia pelota, saboreador de sangre, aquí te dejo librado a tu suerte y espero que sea la peor de las suertes, la que te tenés ganada”.) Pero ese silenciamiento de la escritora/narradora es en realidad lo que desencadena el final. “Esto se está volviendo demasiado aburrido, de alguna forma tengo que empezar a provocar el desenlace”, reconoce el Brujo en las ultimas páginas. Y el desenlace es lúcido, y profundamente humorístico, casi una parodia del “correrá un río de sangre” vaticinado por la profecía de Don Bosco en las primeras páginas del libro.

En los últimos tiempos asistimos a un boom de literatura local que recorre, recrea e interpreta la década del setenta y los crímenes de la dictadura. En este sentido, Cola de lagartija, escrita por Luisa Valenzuela hace veinticuatro años, es una obra literaria superlativa y necesaria.

En 1983 yo tenía diez años y Cola de lagartija despertó mi curiosidad por el título y la ilustración de su tapa. Ahora que termino estas líneas y cierro el libro no por última vez, sé que volveré a leerlo- lo que me ha despertado es una enorme admiración por el talento de la autora.

2 comentarios:

Alejandro dijo...

Marina, me parecio muy bueno tu analísis de la novela. La tuve que leer para una materia del profesorado de Inglés y también me pareció muy buena. Creo que deje escapar un par de cosas que tu comentario me las esclareció. Te dejo mi mail, si tenes msn agregame asi charlamos de la obra.

alejandrocauci_7@hotmail.com

Gracias de vuelta por el material

Saludos.

LOS ASESINOS TIMIDOS dijo...

Gracias por contactarte Alejandro, ya le pasé tus datos y el mensaje a Marina.
Saludos y me alegra que te guste la revista!
Juan Josè

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