LITERATURA DE IZQUIERDA (D.Tabarovsky) por Edgardo Scott

LITERATURA DE IZQUIERDA (Beatriz Viterbo, 2004)
de Damián Tavarovsky
por Edgardo Scott
Literatura de Izquierda o los anzuelos que Tabarovsky nos dejó

El budismo está lleno de enseñanzas “en acto”. Una de las más conocidas es aquella donde el maestro le entrega al discípulo un libro escrito en chino, diciéndole: Léalo. Naturalmente, el alumno desconoce el idioma. Y sin embargo, la enseñanza queda: No se puede leer un libro en chino sin saber chino.

Es, en sí, la enseñanza que siempre habilita el encuentro con lo imposible.

Literatura de izquierda, de Damián Tabarovsky, no es un libro sobre budismo. Pero contiene el impulso de un libro-acto, de un libro-gesto. Publicado en 2004, el libro está compuesto por 5 ensayos que vienen a dar cuenta –salvo el ensayo sobre el juicio que recayó sobre Flaubert, de carácter mucho más reflexivo y teórico- de la posición del autor, frente al panorama literario argentino de los últimos años. Ya en la contratapa, Tabarovsky advierte, “se trata de decir algo intenso aquí y ahora, entre nosotros; miembros de una comunidad imaginaria”. Lo primero, aquello de decir algo intenso, este libro lo ha logrado. Y es más, desde su publicación a la fecha –y a partir de una participación en los medios gráficos creciente- Tabarovsky se ha encargado de repetir una y otra vez lo mismo: sus gustos (pero sobre todo sus dis-gustos) en materia de literatura argentina contemporánea. A saber: laureles para Aira, Libertella, Lamborghini, Perlongher, por citar algunos nombres. Condena para Cortázar, Sábato, Castillo, Gelman, Pizarnik, Rivera, por citar otros (por supuesto que nombra a muchísimos autores más, pero citar a todos, excedería sin gran aporte la extensión de esta nota). Son dos listas enfrentadas; dos listas que recorrerán el libro logrando eso primero que Tabarovsky se habría propuesto: decir algo intenso. Aunque intenso para nosotros y en este caso, signifique agresivo; signifique un ataque y hasta a veces un insulto. Palabras como “ramplón”, “vulgar”, “vacuo” o expresiones como “muertos vivos” ya sea para los autores o sus obras son inequívocas en este sentido. Y que no somos los únicos en entenderlo así, se puede ver en las respuestas (también agresivas) que varios de los autores mencionados en la lista “negra” supieron devolver.

En cambio, lo que no se termina de armar, es ese “entre nosotros”, menos aún aquello de “comunidad imaginaria”. Dicho de otro modo, no se entiende muy bien, después de haber leído el libro, para qué o para quién, están escritas las dos listas. Lo cierto es que el libro ha trascendido (o mejor, se ha difundido) debido a la polémica, debido fundamentalmente a esos supuestos antagonismos.

Literatura de izquierda es una provocación. Uno, o muchos anzuelos que Tabarovsky parece haber dejado caer, y que como tales (como anzuelos), han tenido una eficacia considerable. Ahora bien, seguimos sin saber el propósito de esta empresa, la naturaleza del experimento –desde ya que pensamos que Tabarovsky ha sido conciente de su estrategia, de su provocación-.

¿Se habrá tratado de dividir aguas, de dejar caer un guante para ver quién lo levantaba, confirmando de manera implícita las afirmaciones del autor? ¿Habrá querido ganar un espacio? ¿Perderlo? ¿Se tratará de la voluntad de iniciar una discusión o debate de ideas? ¿Todas son correctas?

A preguntas como estas, que le pueden surgir al lector, Tabarovsky no responde ni ha respondido. O al menos no en este libro. Es cierto que si las hiciera, si aclarara el porqué de esta modalidad, le quitaría al libro su valor de gesto, su intención absoluta.

Hay algo más. Si logramos esquivar, o pasar de largo, indiferentes, las páginas minadas de anzuelos, lo que queda en Literatura de izquierda es una defensa, una afirmación y una reivindicación a la vez, de las principales vanguardias estéticas del siglo XX. Sin duda, son estos fragmentos, los que muestran a un autor que se mueve cómodo en la tradición filosófica y humanística ante y pos-estructuralista. A pesar de la exposición dogmática, de los aforismos y demás afirmaciones saturadas de sentido (vale recordar, no obstante, el manifiesto surrealista como referencia), estos fragmentos le pueden interesar al lector de ensayo literario o de estética. Tabarovsky escribe: “Eliminar lo real. A eso llamo abstracción; eliminar lo real conduce a profundizar la autonomía del arte. Implica romper cualquier tipo de mimetismo”. O: “…una escritura que perdió todo lazo con la representación”. O: “El objeto de la literatura de izquierda es la imposibilidad. La narración de ese imposible”, y se nota la búsqueda o reafirmación de un modelo estético; de un modelo del arte -y por ende de la literatura- que pueda mostrar aquello que, sabiamente, Kant explicó hace siglos, que para nosotros, eternos moribundos a causa del lenguaje, la cosa en sí está perdida. Pero frente a esa verdad, Tabarovsky apuesta y defiende la voluntad de un arte, de una literatura que sea conciente de su imposibilidad de representación, de su incapacidad de no generar sospechas, de su ineptitud para duplicar la realidad, pero que sin embargo y a través de aquella imposibilidad (o habría que decir, justamente a causa de ella), sepa producir una revelación, la revelación que esconde el corazón del arte.

Y tiene razón. Lo que sucede, es que dicha revelación, esa especie de paréntesis, de puesta en suspenso de las certezas, del sentido, del ser humano, que se produce frente o en el hecho artístico, nadie estaría en condiciones unánimes de calcularla. Y en eso reside quizá, la incomodidad de estos anzuelos, de estas dos listas que armó Tabarovsky. ¿Quién se animaría a objetar que en una página o en una frase de Aira, Castillo, Libertella, Sábato, Perlongher, Gelman, Lamborghini, Pizarnik no podría hallarse ese objeto, ese momento casi sagrado? ¿Y por qué no en una de Dolina, Andahazi, Paul Auster o Isabel Allende? ¿Por qué no en una de Borges, Henry James, Neruda o Thomas Mann? ¿Por qué no en una de Tabarovsky?

En cualquier autor, en cualquier página nos puede acechar ese momento, esa revelación.
Nadie, creemos, puede estar muy seguro de cómo-dónde-y-cuándo se halla o se puede dar eso. Nadie tiene la fórmula. Y nadie la tiene, porque la fórmula va de acuerdo a la sensibilidad del lector. El hecho literario, el hecho artístico, es un encuentro. De un lado puede estar el más preparado, consagrado o talentoso pero si del otro no hay una sensibilidad que pueda (por los motivos que sea) recibir aquello, la revelación será nula, quedará ausente. Porque si sólo se tratara de prejuicios, habría que pensar que toda la gente que lee, lo que Tabarovsky no lee –y no sólo que lee sino que piensa, se ríe, llora o se enoja con aquello que está leyendo- estaría equivocada. O viceversa. Pero entendemos que si por algún lado no pasa el hecho estético y artístico, es por la certidumbre.

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