SIGNO DE LOS TIEMPOS (Romina Doval) por Ariel Bustos

SIGNO DE LOS TIEMPOS (Ediciones Colihue, 2004)
de Romina Doval
por Ariel Bustos
Asomándose al abismo

Cuando el ámbito literario se debate en una lucha estéril entre las figuras agotadas que se niegan a retirarse para conservar los privilegios de pertenecer y las nuevas generaciones incapaces de ofrecer algo más que las provocaciones con las que buscan irrumpir, cabe preguntarse si todavía hay espacio para una tercera posición, donde una fuerza narrativa arrase con esa falsa tensión y le de aire a una literatura que sólo sabe mirarse el ombligo, superando obstáculos impuestos desde el principio.

El libro de cuentos Signo de los tiempos, de Romina Doval (Buenos Aires, 1973) obtuvo en 2001 el premio Estímulo a la Creación Literaria y Teatral otorgado por la Secretaría de Cultura argentina. Sin embargo, rehén de la crisis que estalló a fines de ese mismo año, su edición se vio postergada durante tres años. Ni siquiera pudo cantar victoria al salir a la arena literaria, tanto por la desidia de Ediciones Colihue a la hora de difundirlo, como por la propia honestidad que pende sobre él como una condena, negándose a encajar en la autocomplacencia en que se regodea gran parte de nuestras novedades y eligiendo en cambio dar testimonio de su época. Así, lo que debería ser un arponazo en el corazón del sistema narrativo argentino es tan sólo el pinchazo de una aguja: un texto de culto sólo conocido por unos pocos afortunados.

En los diez cuentos que integran el libro, Doval recupera para las letras argentinas el sentido de la tragedia. Sus personajes se resisten al presente que les toca vivir; un fuego sagrado los impulsa (o impulsó) a intentar otra realidad menos aplastante, pero fuerzas superiores a ellos terminaron por derrotarlos. Es imposible entonces tender lazos de comunión con los otros y la conciencia de saberse títere del destino sólo deja lugar a la resignación y al vacío que separa a los protagonistas y les impide poder afirmar puentes.

Desde Esos adornos rotos, el primer cuento, con su furiosa narradora adolescente atrapada entre la apatía de su padre y los juegos de seducción de su madre, hasta el cierre con sabor a frustración de La maquinita de la risa, su autora parte de situaciones cotidianas -como una noche de discoteca o las jornadas en la escuela- para decirnos que el infierno no sólo son los otros, sino también nosotros mismos. Así, Jorge, el ex ladrón de Espacio compartido, apenas podrá disfrutar de una legalidad conseguida a costa de una traición a su pasado; así el ansia de un refugio a salvo de las convenciones sociales en el monólogo interior de la protagonista de Muñecas, o el adolescente que huye de su casa en el cuento que da título al libro.

Con una prosa directa y cruda, maestría en los diálogos -verdaderos misilazos verbales que se escupen sus personajes- y la visión profunda que le permite mostrar a estos seres en conflicto con un presente que no eligieron heredar, Doval demuele cuento a cuento el canon argentino actual, conduciéndonos por un mundo áspero y desolado, donde se impone ser despiadado como único resquicio de vida. Resulta irresistible la imagen que nos entrega el espejo de estas historias, aunque esa imagen sea la de las miserias que albergamos en el fondo de nuestros abismos.

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