GLAXO, (de Hernán Ronsino) por Edgardo Scott

GLAXO
de Hernán Ronsino
Eterna Cadencia (2009)
por Edgardo Scott



......................................Y ahora sí, tienen piedad de él y lo ultiman.

................................................................R.Walsh, Operación Masacre


Como Borges con el Minotauro o con Cruz, Hernán Ronsino enhebra Glaxo en un texto ajeno, más precisamente en una escena de Walsh, de Operación Masacre, citado como epígrafe al comienzo de la novela. No es aquel, el único homenaje a Walsh: la separación por capítulos titulados con los nombres de los personajes de Glaxo, también sucede, aunque no siempre, en Operación Masacre. La cita de Walsh no es una frase sino que describe una escena; la secuencia de un remate fallido, y en esa escena Ronsino encuentra un disparador de su trama, pero también uno de los ejes narrativos de la novela. Porque el remate es, según el caso, reverso o instrumento de la piedad (instrumento cuando sirve para no alargar la agonía o el sufrimiento, y el reverso cuando impide la esperanza de la sobrevida). Posiblemente, la piedad, su validez o su inutilidad, su erradicación o su vigencia, pero sobre todo su mecanismo, en estos o en otros tiempos, en uno o en otro caso, sea el tema que Ronsino escribe en Glaxo.

Glaxo es además una novela breve, más cerca, por estructura y estilo, de las mejores nouvelles de Andrés Rivera (La sierva, Hay que matar) que de la novela breve de Onetti. Hay algunos personajes “nuevos”: el peluquero Vardemann, voz del primer monólogo interior; Folcada, policía sumariado, asesino y cornudo, que cierra el texto; Miguelito Barrios, traidor, débil y enfermo; La negra Miranda, mujer ambiciosa e ignorante, objeto deseado pueblerino, de ese pueblo que inventó Puig. Y vuelve a aparecer el ya querido y querible Bicho Souza, que había aparecido en la novela anterior de Ronsino, La descomposición, y que otra vez tiene ese punto de vista generoso y equilibrado del buen narrador.

En Glaxo la erótica del poder y la traición, ya anticipadas en uno de los ejes narrativos de La descomposición, retornan en una trama inclinada al enigma policial. Pero la intención poética de Ronsino desplaza la mera tensión de la novela policial a un lugar secundario.

Escribió Saer al referirse a Juan L.Ortiz que el gran poeta proponía “aplicar la piedad al conjunto de lo viviente”. Ronsino retoma e interroga ese aforismo. Interroga la piedad y su revés: la traición, la voluntad de poder sin miramientos, el ejercicio de poder erotizado. Por eso cita, a través de Folcada, un traidor de cuarta, de eso que abundan entre nosotros, a Yugurta, rey ambicioso y corrupto, de los dominios romanos. Ronsino interroga la piedad al narrar el tejido del crimen (o los crímenes) de Folcada, pero la interroga aún mejor, de una manera más sutil, en las primeras páginas, cuando el flaco Vardemann va a visitar, a cortarle el pelo a Miguelito Barrios. “Miguelito Barrios me agarra el brazo. Nervioso. Tiene la mano húmeda, transpira. No digas nada, le digo. No te preocupes. Y esas palabras lo lastiman más. Larga un llanto pequeño. Murmura el comienzo de una aclaración, el comienzo de un pedido de disculpas. Le impongo mi voz sana, poderosa, para borrar su presencia. Le digo: Miguel, tranquilo pasó mucho tiempo.” Ronsino logra una intimidad conmovedora en esa escena, convertida en el verdadero centro de gravedad del relato. La culminación viene cuando entonces, el peluquero Vardemann se plantea, con hondura y naturalidad, un problema ético. Dice: “Entonces salgo de la casa de los Barrios pensando si es justo perdonar a un moribundo”. A partir de ahí se lanza el enigma, la trama de la novela, la verdad que la ficción elabora desde un comienzo pero que entregará sólo sobre el final; pero sin embargo ya en esas palabras se percibe una intención que va mucho más allá de “sorprender o tener pendiente al lector”.

En La descomposición había una mayor exploración formal y una intención, voluntaria o no, de afirmarse en el estilo saeriano (acaso para enrolarse en una manera de contar el pueblo y sus habitantes, que no sea costumbrista). Teniendo como referencia a Walsh, Ronsino esta vez toma distancia de Saer, aunque su fantasma, para bien, sobre todo al comienzo, ronde Glaxo, y se acerca más a lo mejor de la literatura inglesa y norteamericana (Joyce, Conrad, Faulkner, Hemingway), pero sólo como guiño. En cualquier caso, con Glaxo, logradamente, Hernán Ronsino se arrima a esa pequeña reunión o grupo, nada corpóreo, plenamente literario, donde también caben Oliverio Coelho, Hernán Arias, o Félix Bruzzone, que tomando la posta y la lectura de autores como Gustavo Ferreyra, Martín Kohan o Carlos Gamerro, siguen renovando una de las principales líneas de nuestra tradición literaria, aquella que es eminentemente política.
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