ONETTI (de Josefina Ludmer) por Edgardo Scott

ONETTI

de Josefina Ludmer

Eterna Cadencia, 2009

por Edgardo Scott



El año pasado se cumplieron 100 años del nacimiento de Onetti. Homenajes, reediciones, charlas, cursos y libros alrededor del escritor uruguayo tuvieron un difundido lugar. Entre ellos se reeditó Onetti. Los procesos de construcción del relato, de Josefina Ludmer. El libro había sido publicado originalmente en 1977. Otra época de Ludmer, del país y, por cierto, de la lectura y el lugar de Onetti entre escritores y lectores del Río de la Plata. Onetti. Los procesos de construcción del relato no es sólo interesante dentro del corpus crítico de la obra onettiana (donde fulguran, para mi gusto, los cuatro textos de Saer, reunidos en Trabajos), sino que también resulta adecuado para pensar otro momento de la crítica literaria, como así también, las diferencias que puedan hallarse, treinta años después, en cómo y qué se lee en Onetti.


El libro tiene tres partes. Cada una dedicada a una obra. La primera se ocupa de La vida breve, la segunda de Para una tumba sin nombre, y la tercera de La novia robada. Corresponden asímismo a las tres partes, a los tres géneros en que se desarrolló la narrativa onettiana: novela (La vida breve), novela breve o nouvelle (Para una tumba...) y cuento o relato (La novia robada). Ludmer es una buena lectora y escritora, más allá de su probada capacidad y de su sólida y reconocida formación teórica, entonces, se compartan o no, hay detalles de su lectura que pueden ser celebrados y compartidos por otros lectores de Onetti: la postulación de la voz como mito de orígen de la narración en La vida breve; el análisis (y sobre todo el merecido relieve) de la escena de Rita con el chivo, en la estación, en Para una tumba sin nombre; los notables pié de página en el capítulo sobre La novia robada, donde Ludmer escribe (y pareciera que no le alcanzaran los márgenes) con potencia y precisión, su aplicación de la lectura del significante sobre aquel relato, y en contrapunto con Una rosa para Emily, de Faulkner.

El libro rescata a Onetti (no ahora, en 1977) de aquella isla existencialista a la que había sido tempranamente arrojado junto con su emblemático precursor: Roberto Arlt. Desde aquella gastada perspectiva, Onetti retrataba un mundo sórdido, pesimista y triste. O lo estetizaba. Ludmer lo puede sacar (parcialmente, todavía hay bufidos antiguos que no saben encontrar otra cosa al leerlo) de aquella apariencia, gracias a no meterse, interpretación en mano, con los temas de Onetti, y también gracias a mostrar los valiosos y sutiles procesos formales que organizan los textos de Onetti (lo cual no va en desmedro de su poética). En ese sentido, el libro de Ludmer es exhaustivo y ejemplar. Y también lo es en mostrar cómo un autor, si vale, si sus textos son singulares, interviene y modifica el gran texto que es la literatura. Ludmer señala y expone en Onetti. Los procesos de construcción del relato, cómo Onetti altera la forma de hacer ficción para todos los que vendrán después.


En el ensayo Contra la interpretación, de 1964, parte de aquel libro luminoso que lleva justamente ese nombre, Susan Sontag cerraba su capítulo diciendo que “en lugar de una hermenéutica necesitamos una erótica del arte”. Y acertaba: “Nuestra misión consiste en reducir el contenido para que podamos ver en detalle el objeto.” Ludmer reduce a Onetti. De La vida breve toma la ablación del pecho de Gertrudis (Gertrudis, recordemos, de paso, madre de Hamlet). De Para una tumba sin nombre, la escena de Rita en la estación con el chivo contando un cuento; de La novia robada, el formato de carta. Ludmer reduce, lee e inventa, en su crítica, a partir de fragmentos que luego se van ensanchando, fugando y contrastando a su vez con otros fragmentos. Pero todo es para que pueda aprehenderse el objeto. Para que pueda percibirse la maravilla onettiana. No se trata de desmenuzar ni de multiplicar. Se trata de algo más fino, de alumbrar, de intentar alumbrar, en el río de signos de un libro, dónde está su remanso, dónde reside el efecto estético que ese autor entrega. El libro de Ludmer tiene esa marca de época. Su lectura cuenta con el aporte central del psicoanálisis lacaniano (es decir con ese discurso psicoanalítico que incluye la lingüística, el marxismo, y el intento de matematización de la experiencia). Onetti. Los procesos de construcción del relato es una muestra, un punto culminante de esa manera, aún vigente, de leer, y de escribir una lectura. Ludmer es la primera en reconocerlo y en advertirlo. “Esta es una crítica militante que no necesita separar política y literatura porque el texto las funde; en el texto está el significante de la lingüística, el deseo y el goce del psicoanálisis, y la producción y la revolución del marxismo”. Ludmer escribe sobre Onetti con estas herramientas. Y a su vez, la ficción de Onetti es reconocida y bienvenida, en aquella época, dentro de aquellas coordenadas. Cuando todavía Onetti no era un clásico, cuando todavía no era intocable ni estaba másalládelbienydelmal. Cuando Onetti, en 1977, era disputado, Ludmer se lo adjudicaba para un bando, para una guerra literaria que, hoy nos parece increíble, no tenía al mercado como principal enemigo. En 1977, adentro de la tragedia, todavía había guerras locales, guerras y guerrillas por territorios sí, pero literarios.


Me da la sensación (yo nací en 1978), por otras referencias, pero también a partir de lo que expresa Ludmer en su introducción, que para cuando Ludmer publicó este libro, Onetti era lo que hoy, para nosotros, pueden ser Osvaldo Lamborghini o Juan José Saer. Escritores importantes, muy importantes, pero aún no clásicos. Pero parecería que hacia fines de los setenta y comienzos de los ochenta, Onetti recibe un auténtico y mayor reconocimiento. Recordemos que en 1975, después de haber sido encarcelado por la dictadura uruguaya, Onetti se exilia en Madrid, y que en 1980 recibe el premio Cervantes (de paso, yo leo La novia robada, de una edición de los Cuentos completos, editada por Corregidor en 1984, que se jacta de reunir la cuentística de Onetti, dispersa hasta entonces).

El año pasado varios autores destacaron la publicación de la biografía de Lamborghini como un acontecimiento. Por otra parte muchos autores de valor (Chejfec, Kohan, Ferreyra, Ronsino, Jarkowski, Consiglio, etc.) han venido reconociendo en los últimos años la influencia superlativa de Saer. Pero Saer y Lamborghini todavía no son clásicos. Onetti sí. Sin embargo, para que Onetti hoy ejerza ese lugar debió haber una primera confirmación de importancia entre lectores y escritores. Una confirmación que, por supuesto, no da, no puede imponer el mercado. Hoy Saer o Lamborghini no son Onetti. Ni tampoco son Borges, Cortázar, Walsh. Pero ya ocurre una preparación de lugar (ocurre, vale aclarar, sin ningún complot ni paranoia que lo promueva o impida). El libro de Ludmer, en 1977, se inscribe y rubrica esa tendencia histórica. Y la reedición de este libro, para 2009, en cambio, acompaña a Onetti desde el lugar que ocupa hoy en Latinoamérica y España: el de un clásico. El de algo perdurable, imposible ya de ignorar o destruir. Siendo el mismo libro, el de Ludmer, como su objeto de estudio, tiene un valor diferente en 1977 y en 2010.


Josefina Ludmer acaba de publicar Aquí América Latina. Una especulación. Habrá que leer en ese libro, a Ludmer en el 2010, no reeditada, sino al día; Ludmer manejando otros conceptos, e intentando ver cuánto del arte y de la literatura han cambiado de forma y de maneras de legitimarse, y cuánto es, sencillamente, mascaradas que adopta el mercado para presentar como obras de arte, aquellas piezas que en verdad, en la feria, son pura mercancía. Mercancía cultural, pero mercancía al fin.

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