PEQUEÑAS INTENCIONES (de Jorge Consiglio), por Edgardo Scott

PEQUEÑAS INTENCIONES

de Jorge Consiglio

Edhasa, 2011

por Edgardo Scott



A contramano del título y de la extensión, Jorge Consiglio ha escrito una gran novela. Ha logrado un monstruo hermoso y singular: una novela breve, concisa y fluida que, sin embargo, y mediante su poética, puede dejar numerosas marcas en la lectura. A través de un argumento sencillo y de un personaje marginal (marginal al estilo del Villa, de Gusmán, por ejemplo), la novela bordea algunos grandes temas: la soledad, la abyección, el amor, el poder, pero siempre en clave argentina, contemporánea, y sin hacer concesiones a su apuesta estética.

¿De qué trata Pequeñas intenciones? Es el relato de un hombre mayor, devenido rengo, narrando las circunstancias de su declive final; las desgracias que definirán su última condición de vida: el personaje descuida y finalmente abandona la casa en la que ha vivido desde siempre; descuida y abandona a su hermano débil mental, incendia por accidente la casa de unos vecinos; y por fin se deshace de todo lazo que no sea circunstancial. Se convierte entonces en un paria y en un sobreviviente.

“El hombre sin Dios pierde la gracia”, señaló Pascal. El personaje y narrador de Pequeñas intenciones es un claro ejemplar de esa especie. El mal -o aquello que en Poe, Dostoievski o Bernhard- suele adquirir el estatuto de la enfermedad, se manifiesta en sus elecciones y en la mayoría de sus actos. Pero la habilidad de Consiglio reside en haber organizado el relato y matizado la voz de tal manera, como para que a pesar de las innumerables miserias y hasta crueldades que el personaje inflige a su entorno, la identificación, la capacidad de reconocimiento con el lector pueda lograrse. Es difícil odiar a este personaje. Algo lo humaniza, algo lo redime y justifica; algo que tal vez no deba buscarse en ningún rincón de la trama sino en la manera personal de construir verdad; en la permanente sinceridad y fidelidad descriptiva del narrador, incluso –o sobre todo- para con sus reflexiones. Para esto Consiglio ha dispuesto una narración en segunda persona, aunque sólo al final se nos revele la figura del afantasmado interlocutor (que hasta ese momento, no ha sido otro que el lector mismo). En esa estrategia es vital la introducción de un remate que cada tanto, coronando párrafos, deja caer el narrador. El narrador dice -y frente a las situaciones o pensamientos más dispares-: usted me entiende.

Cito un fragmento: También le conté que hay una superstición inglesa que sostiene que al pie del arcoíris hay una olla de oro, y que incluso hoy existe gente que cree que puede llegar a ese lugar, donde se ve una luz centelleante. Por supuesto, esta es una ironía del narrador. El personaje de Consiglio es un desangelado; tiene mucho, como también ocurre con los personajes de Onetti, Fogwill o Thomas Bernhard, de una lógica de supervivencia. Ya no puede confiar en nada que no le sirva para sobrevivir, ya no desea ningún otro mundo que no sea su cueva, su amenazado refugio. Y esto parece deberse no necesariamente por afrontar condiciones desesperadas sino por ser presa de una íntima y continua indolencia que lo inhibe y lo vuelve desertor de toda posible experiencia amorosa.

En momentos donde muchas veces la crítica valora y elogia la falta de atributos, cierto tono neutro, cierta parquedad, la obra de Consiglio –tal vez como la de Gustavo Ferreyra- subvierte y cuestiona esa tendencia. La escritura de Consiglio es una escritura de atributos. Arriesga color y carácter; no trata de volverse insípida; no se esconde. Uno termina por apropiarse de aquello que es responsable, dice el narrador, enunciando su paradoja: él, que de nada se responsabiliza, no tendrá otra posesión que su destino. Me viene a la memoria otro epígrafe magistral de Joaquín Giannuzzi, citado al comienzo de Gramática de la sombra, otra novela de Consiglio: quizá nadie resuelva un destino estrictamente privado.

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