MI NOMBRE ES ZERO GALVÁN (de Ray Collins), por Alejandro Alonso

MI NOMBRE ES ZERO GALVÁN
de Ray Collins
Del nuevo extremo, 2012
por Alejandro Alonso

El regreso del chicano

Eugenio Zappietro, o como se lo conoce en el mundo de la historieta, Ray Collins, cuenta que el padre espiritual de la historieta Precinto 56 fue nada menos que Hugo Pratt, años antes de crear a su personaje más popular: el Corto Maltés. En 1962, siendo director de la revista Misterix, el “tano” le dijo al joven Zappietro, en ese momento subinspector de la Federal: “Policía, hacé una policial”. El hoy comisario inspector, y director del Departamento de Estudios Históricos y Museo de la Policía Federal, le aclaró que no tenía experiencia haciendo guiones de esa clase, pero igual le preguntó: “¿Cómo la querés?”. Pratt fue lacónico: “Vos sabés cómo la quiero”. Ése fue el origen de la saga gráfica, que tuvo por protagonista al chicano “Zero” Galván, teniente de policía en la ciudad de Nueva York.

Precinto 56 arrancó en el ´62 con ilustraciones de José Muñoz en Misterix nº 816 y fue retomada en 1974, en Skorpio nº1 (editorial Record), con dibujos de Lito Fernández. Es en esta etapa que alcanzó su mayor éxito. Zappietro asegura que fue la historieta que más satisfacciones le trajo. La obra fue publicada en Italia, España y Brasil. En Italia también apareció brevemente una precuela (“Zero Galván”), dibujada por Gustavo Trigo. Sin embargo, tuvieron que pasar varias décadas antes de que su autor le diera una nueva oportunidad a su universo neoyorquino, esta vez en el mundo de la literatura. El primer intento fue con la novela Precinto 56, editada por La llave, que comenzó a crearse en 2009, y finalmente fue publicada en 2011 (Ediciones La Llave, Buenos Aires). Se trató de una edición limitada. Ray Collins estaba calentando motores.

El segundo capítulo literario tuvo una historia más interesante, y es el que nos ocupa. ¿La razón? Zappietro/Collins quiso “probarse”, de modo que decidió participar en el Concurso de Novela Negra, organizado por la editorial Del Nuevo Extremo para su colección Extremo Negro. Utilizó un seudónimo femenino. Una parte del jurado pensó que se trataba de un homenaje a la historieta, y la obra ganó. “Venimos de un género bastardo, sucio y miserable que es la historieta y estamos aquí para formar un matrimonio igualitario entre ella y la literatura”, dijo el autor al recibir el premio.

Mi nombre es Zero Galván (Editorial Del Nuevo Extremo, 2011) actualiza la figura del teniente del Precinto 56. En la historieta, Zero Galván es poco menos que un renegado, que no teme ir a contramano de las leyes y las autoridades con tal de satisfacer su particular sentido de justicia. “Es un tipo con iniciativas propias para cumplir la ley”, define Norberto Rodríguez Van Rousselt, dibujante y estudioso de la historia del comic nacional, y de la obra de Zappietro/Collins en particular. “Zero termina siendo arquetipo de lo que debe ser un policía”, agrega.

En la novela, esa aura de disidencia de Zero Galván alcanza visos de leyenda: un pozo de gravedad en torno al cual gira todo lo demás. De alguna manera, toda la panoplia de personajes termina posicionándose en referencia al Zero. A Zappietro le gusta condimentar sus historias con multitud de actores e historias convergentes (acaso el antecedente más notable sea Tiempo de morir, su novela finalista del Premio Planeta de 1967, aunque esto también estaba presente en algunos capítulos de la historieta), que no hacen más que espesar y retorcer la trama.

Como todo policial negro que se precie, en este también impera el escepticismo y la mordacidad. Zappietro elige adrede un tono de español neutro, en línea con las traducciones de las novelas del género (como por ejemplo las de Raymond Chandler, al que Zappietro admira), estableciendo así una convención funcional al hecho de que la saga de Precinto 56 transcurre en Nueva York. Este estilo puede descolocar en las primeras páginas, pero luego resulta transparente. Con todo, Zappietro no es de los que acepte mansamente las convenciones del género. A sus 76 años, escribe con una libertad envidiable, y se da el gusto de romper de cuando en cuando esa neutralidad en el tono con imágenes que apelan al bagaje contextual del argentino promedio.

Contar de qué se trata la novela sería comenzar a desandar cada uno de los hilos del telar que arma Zappietro. Acaso la gran excusa para echar a andar la maquinaria policial sea el asesinato de la (futura) nuera del alcalde de la ciudad, con un evidente tufillo a La caldera del diablo, pero es sólo una parte de la novela. Cada personaje arrastra su cadena de carencias y deudas con el pasado. El gran fantasma es el mismo Zero Galván, y la ciudad de Nueva York, su castillo.

No hablamos aquí de “grandes clásicos de la literatura universal”, pero sí de una obra que le entrega al lector genérico buenos momentos de disfrute. Y al lector entendido, ése que frecuenta el policial negro, o incluso que se ha deleitado con las anteriores encarnaciones de Precinto 56, le devuelve un personaje que todavía tiene mucho para dar.

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