DE CÓMO OÍR AÚN LAS CARCAJADAS DE FOX EN LA GRAN LLANURA DE LOS CHISTES, por Matías Raia y Agustín Conde De Boeck

DE CÓMO OÍR AÚN LAS CARCAJADAS DE FOX EN LA GRAN LLANURA DE LOS CHISTES

por Matías Raia y  Agustín Conde De Boeck

(En esta conversación impostada, Matías Raia (aka Golosina Caníbal) y Agustín Conde De Boeck intercambian lecturas y opiniones sobre el origen y el proceso de escritura a cuatro manos de Vida, obra y milagros de Marcelo Fox, libro recientemente editado por Borde Perdido editora)


Matías: Agus, ¿cómo va? Vamos armando la conversa sobre el detrás de escena de Vida, obra y milagros de Marcelo Fox, editado por Borde Perdido, para Los asesinos tímidos, ¿dale?

Me acuerdo que cuando arrancaba a buscar cabos sueltos sobre Fox, sus libros y demás, aparecía de forma recurrente la sombra de Laiseca. Creo que fue siguiendo justamente esa línea que llego a tu tesis y me digo: “quizás este investigador, Conde De Boeck, sepa algo sobre Fox ya que se mandó flor de tesis sobre Laiseca”…

Ahí fueron nuestros primeros intercambios. Por Facebook y Messenger. ¿Vos cómo llegaste a Fox en todo ese laburo de lectura e interpretación que hacés de la obra del conde?

 Agustín: Fox era para mí una leyenda mal digerida. Era la oralidad de la oralidad. La oralidad al cuadrado. Yo no era de los que habían escuchado a Lai en persona hablar de Fox, sino de los que habían escuchado decir lo que Lai decía. Era casi un teléfono descompuesto.

Y aquí viene precisamente una sincronicidad casi jungueana: lo primero que pude leer sobre Fox fueron tus posteos en Golosina Caníbal, esa máquina de exhumaciones y rarezas que yo visitaba siempre como quien busca libros de magia en una tienda de antigüedades. Entonces creo ahí hay algo, ¿no?, como un triángulo. Una idea de coincidencia que impulsó nuestras primeras conversaciones. La base era que ambos sentíamos que había que seguir ese sendero que llevaba de Fox hacia un lado B de la literatura argentina, poblada de genios subterráneos.

Yo tenía un Fox de caricatura, un personaje inventado por Lai. En Los sorias se habla de Tofi el architraidor y en El jardín de las máquinas parlantes aparecen Sotelo y Paredes. Bueno, para mí, el Fox real y esos personajes eran una tautología, eran una y la misma cosa. Ahora, lo curioso es que tu primer posteo de Golosina sobre Fox, creo recordar, era sobre Señal de fuego, no sobre Invitación a la masacre. Como entrando por la “otra” obra, la que era todavía más ignota.

Matías: ¡Ja! ¡Mirá qué curioso! El primer libro que consigo de Fox es justamente Señal de fuego. La historia fue más o menos así: yo estaba buscando obras raras y olvidadas de la literatura argentina para exhumar y publicar para una colección (que se frustró). Me junto a tomar un café con mi amigo Alan y cuando nos ponemos a hablar de eso, me dice: “Uh, tendrías que leer a un escritor nazi que siempre mencionaba Laiseca en el taller. Se llamaba Marcelo Fox”. Y ahí yo me puse a pensar: “¿cómo un escritor nazi? ¿Qué es ser un escritor nazi? ¿En Argentina?”. Así que al rato busco por internet y me encuentro con un ejemplar de ese tal Marcelo Fox, un ejemplar de Señal de fuego. Veo las fotos y veo todo impreso en tinta roja y unas esvásticas y una foto rarísima de Fox. Lo compro por curiosidad, claro. ¡Quería tener ese libro de poesía con esvásticas! ¡Ahí debía haber una historia genial! Eso habrá sido 2015 o 2016.

Empiezo a seguir pistas, rastros (muchos de estos brindados por Federico Barea). Leo con atención los dos libros de Fox. Hablo con gente que lo conoció y tomo notas y también se me abren nuevas líneas y cruces. Y mirá lo extraño: ¡siguiendo el espectro foxeano es que llego a Laiseca! Nunca lo había leído con detenimiento ni me había interesado demasiado su obra! O sea un camino inverso al tuyo… Jajaja

¿Vos cuál libro leés primero? ¿Invitación…?

Agustín: Yo lo primero que leí fue “Mutilación”, en tu blog. Antes de leer Invitación…, me la habían nombrado como un short story cycle, por eso dudaba acerca de su condición genérica. Al leerla vi que no sólo eran trece cuentos, sino que esos trece cuentos se replicaban numerológicamente en Matando enanos a garrotazos, de Laiseca. Recuerdo también ver "Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo" de Mariano Cohn y Gastón Duprat, basada en un cuento de Laiseca, y escuchar cómo Eusebio Poncela decía “los pensamientos de este tipo son una invitación a la masacre”.

Pero es importante esa pregunta que te hiciste desde el comienzo: “¿Qué es ser un escritor nazi?”. También fue lo primero que escuché: el epíteto del “escritor nazi”. Y en mi mente apareció una cruza entre Ignacio Anzoátegui y Hugo Wast... bastante lejos... Y al leerlo me ocurrió, como también con Horacio “Pepe” Romeu (mencionado en el epígrafe de Matando enanos a garrotazos), que encontré ahí mucho de lo que consideraba puramente laisequeano. Si lo laisequeano parece surgido por generación espontánea, creo que la lectura de Fox (y de Romeu) nos introduce en una constelación de intercambios que en los años sesenta habilitó muchos de los riesgos formales y las obsesiones temáticas que cristalizan en Los sorias.

Matías: ¡Claro! Entrar al mundo foxeano fue encontrarme con Opium y los opiúficos, fue descubrir a Lai pero también a Ithacar Jalí, fue revisar qué sucedía con el nazismo, con las esvásticas y con las juventudes iracundas de esos años. Leer a Fox era leer las sombras de una época, ciertas corrientes subterráneas que habían pasado un tanto desapercibidas en las historias sobre los años 60 en Argentina.

Por eso la idea central para Vida, obra y milagros de Marcelo Fox fue proponer un archivo abierto más que una biografía clásica. Hacer una biografía clásica era imposible en el caso de Fox: no hay información clara sobre su vida, sus familiares prefieren no hablar sobre él, muchos conocidos y conocidas de aquella época simplemente lo olvidaron. En ese sentido también nuestro libro intenta convocar una leyenda, ¿no?

¿Vos notás ese aura legendario que se fue tejiendo alrededor de Fox con el tiempo y a medida que íbamos avanzando con el libro?

Agustín: Creo que justamente ahí está la extrañeza que hay en el gesto de pensar en un libro sobre Fox. Porque yo creo que podemos pensar en extraordinarias biografías (más o menos apegadas a las hormas del género) como Osvaldo Lamborghini. Una biografía, de Ricardo Strafacce, Bonino. La lengua de la inocencia, de Manuel Moyano, Sobre Sánchez, de Osvaldo Baigorria, Barón Biza. El inmoralista, de Christian Ferrer o Omar Viñole, antiescritor y antifilósofo, de Luciano García, y en todas ellas está la cuestión de cómo concebir la productividad de la infamia o de la locura, dónde colocar el límite entre pose y verdad. Es la cuestión del maldito, ¿no?, que es el fetiche cultural por antonomasia de esta época.

Pero cuando uno llega a Fox se encuentra con un personaje donde la leyenda obtura una visión de la vida. Siempre está esa barrera, la de un personaje que, por cierto espesor aurático propio de la infamia, parece haber sido, antes que olvidado, reprimido. Como si nunca hubiera existido. En los ochenta, en la postdictadura, cuando se intentaba reponer ese clima exuberante de los sesenta y setenta, se rearmó el canon, o más bien un contra-canon. Algo para superar la omnipresencia asfixiante de Borges y las banalidades for export del boom latinoamericano. Y ahí apareció el culto a Laiseca, Perlongher, Copi, Wilcock, Lamborghini, etc. Pero Fox quedó fuera.

Terminada la dictadura, no parecía pensable, evidentemente, la idea de armarle un altarcito a un escritor que clamaba a los cuatro vientos “soy nazi, soy comunista”, por muy dadá que hubiera podido ser ese gesto en su momento. El culto insistente de Laiseca y de Fogwill apenas lo salvó del olvido absoluto, pero Fox estaba en las cuerdas. Y comenzó entonces una lectura subterránea, un actitud de culto que circuló de modo todavía más recóndito que los manuscritos inéditos de Los sorias en los años setenta.

Justamente ahí aparece la cuestión del genio. Si Laiseca y Fogwill recuerdan insistentemente a Fox, es por la idea de “puro genio”. No es un “buen escritor”, al que vale la pena reivindicar. Es puro genio: un genio asilvestrado cuya valoración vendría a poner en duda todo el sistema de la literatura. Entonces escribir un libro sobre Fox es jugar en ese constante doble movimiento, entre la biografía y la leyenda, entre la recuperación en términos de “genio” o en términos de “síntoma de época”... Y creo que este componente indecidible es lo que hace al efecto Fox. Un fantasma de la literatura cuya escritura, recuperada hoy, puede ofrecer otra idea de escritura. Y, de repente, un libro que busca rescatar a Fox termina escenificando el modo en que Fox puede todavía rescatar la literatura.

Matías: Sí, coincido, por eso a mí me gusta jugar con la idea de que el espectro de Fox sigue haciendo oír sus carcajadas en la Gran Llanura de los Chistes. Todas esas anécdotas que fueron sedimentando alrededor de Fox y su escritura, todas esas frases y esos gestos, generaron un mito literario que desactiva cualquier pretensión de contar su vida buscando una “verdad”.

Digo, en Vida, obra y milagros de Marcelo Fox me parece que interesa más el archivo abierto que proponemos, las conexiones que abrimos y las corrientes subterráneas que mapeamos en la década del 60. Leer a Fox no solo desde el malditismo sino también desde la experimentación artística, desde el Borda, desde la performance, desde Lovecraft, desde la ciencia ficción, desde las voces de Porchia, o desde el humor son modos de asedio que no se limitan a una vida personal, circunscrita, sino que casi plantean a Fox como un espejo deformante del clima cultural de aquellos años.

Te cambio un poco de tema, para ir a la producción misma del libro: ¿cómo te sentiste en la escritura en colaboración? ¿Ya habías tenido la experiencia?

Agustín: La escritura en colaboración es un género dependiente de las partes que la componen. Cada dinámica es única y, en nuestro caso, creo que se produjo con la naturalidad de quienes ya vienen planteando de antes una conversación. Una conversación sobre literatura que establece un suelo de valores. Yo vengo con el trasfondo de escribir en colaboración artículos académicos. Naturalmente, la dinámica es otra. Porque ahí suele ser escribir, no de a dos, sino de a tres: dos autores y el Big Brother de la academia de fondo, rigiendo, ordenando, sujetando todo lo que se sale del redil. La escritura con cepo.

En nuestro libro, en cambio, tuve la experiencia de poder integrarme a un rastreo y a una fascinación con la que vos ya venías trabajando desde antes y con la que, me parece, venís buscando desde años como alternativa y huida del academicismo. Entonces fue también no sólo entrar a esa constelación tipo caja de Pandora que se va abriendo a medida que uno avanza a través de la leyenda de Fox, sino también atestiguar todo el sistema de relaciones, toda esa tradición selectiva que vos fuiste armando desde Golosina Caníbal.

Además me ofreciste dos suelos interesantes como punto de partida para escribir de a dos: una idea de libro que tenías muy claramente definida; y, al mismo tiempo, un material invaluable del que fuiste haciendo acopio con los años. Eso, en mi caso, fue un espacio de libertad porque, a diferencia de otro tipo de trabajo, tuve la posibilidad de la pura escritura. De escribir con un marco como soporte. Además, no sólo fue escribir de a dos, pasarnos los textos e ir agregando, sacando, puliendo (vos limando mis gongorismos ociosos, jajaja), sino también la convivencia con Fox. El estar hablando de Fox, pero también con Fox.

Hubo como un intento de estar en presencia de Fox en una especie de convivo aurático. El espectro de Fox, cuya sola leyenda –decapitado por un tren en Belgrano– ya genera los interlocutores para constituir su mercado (siguiendo el sibilino apotegma libertelliano). Y en ese plano, el de la decapitación como unidad mítica, ¿cómo sentís el desplazamiento que se puede trazar entre lo que hicimos nosotros con Fox y lo que publicaste en Golosina Caníbal Presenta: El decapitado, de Ariel Luppino?

Matías: Bueno, ahí la clave está en una comunidad de lectura y la amistad entre lectores. Más allá de las charlas informales sobre Laiseca y Fox, el encuentro que selló nuestra colaboración para el libro fue la presentación de la novela Las máquinas orientales, de Luppino.

Por ende, que su fascinación por el gordo se haya continuado en un relato como El decapitado no me extraña, me parece parte del natural desarrollo de un regreso, del regreso del espectro foxeano a la literatura argentina. Me parece también que nuestro libro incluye esa idea de la decapitación pero que también se abre a otras fuerzas de orígenes diversos.

Para cerrar: ¿cuál es tu secreta esperanza con este libro que publicamos?

Agustín: Antes de responderte, te agrego algo acerca de Luppino. Yo veo incluso que en El decapitado está la fuerza de todo un concepto y un proyecto que busca en Fox, me corrijo, que encuentra en Fox la fuerza primitiva de una especie de nigromancia. Creo que en El decapitado está la voz de Fox y que Luppino construye otras escrituras en base a esa reciprocidad mágica con lo espectral. Ahí hay algo del orden de la invocación que tiende una línea directa entre lo que hicieron Laiseca y Fox y lo que hoy hace Luppino.

Y sobre tu pregunta final: todas mis esperanzas son secretas. Entonces mi esperanza sería que el libro sirva de disparador para que se reedite a Fox… que finalmente ocurra y que veamos circular Invitación a la masacre, Señal de fuego e incluso un volumen con todos los textos dispersos.

Pero también está la esperanza supersticiosa de que Fox no sea reeditado. Que se quede en el misterio, allá donde lo descubrimos. Entonces está, yo creo, esa tirantez también con Fox: quienes gozaron con el secreto aurático de un genio ausente y de una clave que nos volvía íntimos de Laiseca sentirán quizás que reeditar a Fox sería una especie de despojamiento. Y verían el libro con horror vacui: en ese volumen de tirada ya industrializada, asequible a la mano del curioso impertinente, ya no estaría ese Fox sibilino que se ocultaba tras el velo de Isis.

Ojalá Vida, obra y milagros de Marcelo Fox alumbre ambas esperanzas juntas: que Fox se reedite y quizás muera en el fuego del canon; que Fox no se reedite jamás y, en esa forma espectral, viva. Y también que nuestro libro, paradójico, abra el momento en el que Fox nos sea arrancado de las manos y finalmente salga a buscar lectores, otros lectores en los que pueda encontrar nuevas complicidades.

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