NOTAS SOBRE LA LECTURA Y LA CRÍTICA LITERARIA, por Edgardo Scott

NOTAS SOBRE LA LECTURA  Y LA CRÍTICA LITERARIA

por Edgardo Scott


1.

En el último tiempo, sin mayor interés, las críticas a la crítica, en particular, a la crítica literaria, y más aún a la reseña de libros suelen orbitar con insistencia en algunos puntos: 

Que las reseñas críticas son un instrumento de promoción de los libros. 

Que por algún motivo el crítico o reseñista tiene un elogio banal y previo para ese libro que debería leer y criticar (la crítica, por supuesto, como escritura de una lectura, pero no solo eso).

Cuando pienso en un crítico –un buen lector–, pienso en Elvio Gandolfo, Elvio leyendo a toda velocidad decenas de libros y escribiendo reseñas para aquí y para allá, reseñas donde siempre habita la generosidad, la curiosidad, la inteligencia de un lector. De un lector que ha leído mucho y bien. Eso debería ser un crítico: alguien que ha leído mucho, y que justamente por eso, tiene las antenas y los músculos de la sensibilidad entrenados, afiladísimos, para captar lo mucho o poco, a veces poquísimo que puede haber de literatura en un nuevo libro. Sí, Elvio y un lector así, un crítico así, me hace pensar en los buscadores de oro, instalados en el medio de un arroyo con un colador finísimo, haciendo pasar el agua turbia de arenilla y piedras para ver si entre el cieno algo brilla, algo por un segundo brilla de manera inolvidable.

También pienso en María Moreno, en Luis Gusmán, en Chitarroni, en Flavia Costa, en Nora Avaro, en Ezequiel De Rosso y, qué pena, en Juan Forn.

Que la crítica, que la reseña de un medio cultural ya no le importa a nadie y en realidad ya no sirve para que el libro venda un poco más. De modo que hay un problema de lectura, de las condiciones para la lectura, de las posibilidades de una verdadera lectura.

Una muestra de la crisis de la crítica en los medios culturales es la prevalencia de la entrevista. Menos lecturas, más entrevistas. ¿Por qué? Porque la mayoría de las veces la entrevista prescinde de la lectura del libro. 

Y sin embargo, contra lo que muchos creen, pareciera que se lee más. Hay algo innegable, se insiste con las imágenes, pero estamos leyendo frente al celular todo el tiempo y tanto los textos como las imágenes (que también son textos) nos asaltan continuamente, estimulando en un tipo de lectura permanente, fragmentaria, hiperactiva (e híper-reactiva).

 

2.

“¿Es esto lo que se supone que es la crítica hoy?” se pregunta un artículo aparecido en la revista neoyorkina N+1. El artículo se llama “Critical attrition” (“Desgaste crítico”) y da con esa pregunta como síntesis de lo que un lector ordinario se plantearía frente a las diferentes instancias de lectura crítica que encuentra a su paso: “¿por qué esta reseña es tan corta, una sinopsis completa hasta la última línea, la cual ofrece solo una débil sombra del crítico? ¿Por qué esta tiene 12000 palabras de extensión e incluye sobre todo una reseña de los otros tres libros del autor? Una tercera reseña parece ser un listado, hilvanando las citas de la solapa del libro”

Acaba por concluir: desafortunadamente para el lector, “la crítica de hoy en día no encuentra su tarea”.  Pero la palabra es job, en inglés, que también supone trabajo. Y de ahí podemos asociar o derivar a lo que se paga una crítica, una reseña: muy, muy poco. Joyce vivía mal escribiendo artículos para diarios de Londres o Dublín, pero vivía. Hoy sería imposible. En cualquier parte del mundo. Pero para concentrarnos en la realidad argentina, vemos cómo los diarios y suplementos culturales achican y reducen cada vez más el lugar para los libros. Es que la salida de un libro no es noticia. Nunca o casi nunca. Lo es si implica otra cosa, algo que “se desprende” de la salida de ese libro. Un libro ya no es, como una vez dijo Alan Pauls: “un hecho de lenguaje”. Ahora lo más importante es el tema que trata; o el lugar que ese autor ya ocupa en la industria o el campo literario (en el gremio, incluso, ahora que todo tiende también a la agremiación, en la literatura y en el arte). O que haya ganado un premio. O la influencia de un buen equipo o jefe de prensa.

Ese mismo artículo concluye que en realidad la mayoría de las reseñas están hechas por gente que está ahí de paso, que está haciendo eso, ejerciendo como crítico, sólo hasta que consiga algo mejor en la cadena alimentaria de la industria cultural y literaria. Las reseñas son entonces como “una entrevista para un nuevo trabajo”. Si se trata de un autor, será hasta que logre un cierto reconocimiento o lugar para su obra. Si es periodista free-lance hasta que lo contraten o pueda ocupar otro puesto o pueda hacer otro tipo de notas (o algo peor, y como ha sucedido siempre con los docentes: las reseñas por peso; lograr “meter” decenas de reseñas que entre todas logren juntar un dinero mínimo, y siempre extra a alguna otra ocupación). Si es un académico, para intentar salir del sofocante, opresivo y por lo general mediocre medio académico. “Reseñar libros –continúa– puede ser un terrible plan B, pero al menos justifica de modo operativo los ocho años que pasó en una carrera y en una biblioteca.”

 

3.

Hay un artículo clásico de Camille Mauclair publicado en 1900 en Francia, que se llama así “El estado actual de la crítica literaria francesa”; fue publicado en La Nouvelle Revue, y aunque ya despotricara con que una mera reunión de críticas y de críticos no constituía una crítica, todavía llamaba a los críticos a que fueran “el hermano y el consejero de los poetas”; sesenta y pico de años después, Susan Sontag, en el final de su legendario Contra la interpretación –del que ya pasó más de medio siglo– también le pedía a la crítica que en esta era de saturación y abigarramiento, redujera al objeto para volverlo más expresivo, para que gracias a la crítica viéramos y gozáramos más del hecho artístico y no menos. Pero vuelvo al artículo de Mauclair de 1900, “y una organización parecida, se llevaría al extranjero, generando un intercambio internacional de volúmenes –críticos– sobrios, desbordantes de un pensamiento preciso, que enriquecería las bibliotecas y constituiría, al margen de la bibliografía efectiva, un memento intelectual de primer orden”. Mauclair va llegando al final y parece cantarle al siglo, al optimismo del siglo que está naciendo y que va a consumar la modernidad –hay que decir que Mauclair era antisemita y vichysta–. Ya no más críticos con espíritu “manierista” y “retrógrado”, se necesitan críticos “útiles” a las letras. Pero para eso, aclara, es preciso que se rompan los lazos de la crítica con el periodismo. Porque la crítica no es una carrera sino una vocación del espíritu. Nunca conseguimos escapar del todo a la religión, lo cual significa no escapar del todo a la creencia. 

4.

El problema de la crítica entonces es el problema de la lectura. Y es un problema de lectura. Nuestra sociedad está presta a marcar los abdominales, señalar a los que levantan la voz y erradicar a los fumadores, pero tiene gravísimos problemas de lectura.

La lectura es un acto de descentramiento, curiosidad y generosidad. La lectura es un acto de amor hacia la lectura misma.

En realidad la crítica no existe. Es ¿apenas? una institucionalización de la literatura. Lo que importa son las lecturas, los buenos lectores. Un crítico no siempre es un buen lector, a veces es solo un funcionario, un burócrata, con suerte un ávido profesional. El antídoto es que a los escritores no les suele interesar la crítica, pero sí las lecturas, los lectores, el lector –esa alteridad con la que lee a diario–. 

Todo lo dicho antes, todos los condicionamientos, intimidaciones y hasta acosos que padece la lectura, no alcanzan para justificar la anemia crítica, esto es, la anemia de lectura. Esa anemia habría que buscarla en otro lado. Por ejemplo en que la poesía tenga tan pocos lectores dentro de la narrativa. Como si hubiéramos aceptado esa separación. Sacar a la poesía del ámbito de la narrativa. Y naturalizar esa ausencia. Leer es un acto poético sobre todo, es una operación del lenguaje sobre el lenguaje a partir de lo real. Los que leen mal no es sólo por el cuadro infame y de época que anotamos esquemáticamente arriba; los que leen mal es porque no pueden leer bien. ¿Y por qué no podrían leer bien? Porque para leer bien hace falta esa generosidad, ese descentramiento, esa curiosidad. Nombres de la pasión literaria, del amor por la literatura. Leer bien no es solo ajustar cuentas con ese libro o autor que se tiene enfrente: leer bien es que ese libro pueda encontrar su lugar en la infinita biblioteca que lo precede y lo proseguirá. Y como un buen bibliotecario –o incluso un buen librero– la memoria no alcanza. Hay un amor y un sistema de signos –de gestos– en ese amor. En definitiva: el problema no es que haya tantas no-lecturas o malas lecturas: el problema es por qué estarían en extinción las buenas. El problema es dónde están, adónde se fueron esos lectores. 

Una primera hipótesis: como los poetas, los buenos lectores están desterrados, están ocultos, algo dolidos e indiferentes, a la vez de frente y a espaldas de la época (esa época que los niega, los rechaza, los censura, los burla, los omite).

El tema es que la mayoría de esas lecturas no son lecturas, son otra cosa. Pero no lecturas. “La crítica debería ser una conversación informal”, dijo Auden. También dijo: “Un mal lector es como un mal traductor: es literal allí donde debería parafrasear y parafrasea allí donde debería leer literalmente”.

No hay excusas: más allá de todos los condicionamientos, estaría bueno que a la hora de leer alguien LEA ALGO y si ocurre el milagro: lea ESO. Y si puede escribir, escriba esa lectura, ese hallazgo: será como si hubiera escrito un buen verso.

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