CUANDO LO PEOR HAYA PASADO (P.Ramos) por Edgardo Scott

CUANDO LO PEOR HAYA PASADO (Alfaguara, 2005)
De Pablo Ramos
Por Edgardo Scott

Pablo Ramos y el rodeo infernal de los desesperados
Piensa que nada está mal en realidad. Tiene una familia, un empleo, alquila un departamento de tres ambientes, ha dejado definitivamente de tomar”. Este fragmento pertenece al cuento Cuando lo peor haya pasado y acaso sirva para ejemplificar el eje de tensión del libro. Porque los personajes de Pablo Ramos son todos o casi todos desesperados. Pero desesperados no por aquello que no tienen; al menos, no en un sentido material. No son los desesperados de Rulfo, donde todo lo que les falta a los personajes se vuelve tan evidente como asfixiante. Estos son desesperados porque aquello que tienen no les alcanza, nunca les alcanza. Porque lo que tienen, y a pesar de que lo han deseado, querido y buscado tanto (ya sea una mujer, una metáfora, un paquete de cocaína, un refugio) no llega a calmarlos. La prepotencia de lo otro, de lo que siempre aparece más allá, se vuelve dominante.

Así, estos personajes, estos desesperados se arrojarán a sus diferentes destinos para hacer algo con eso que tienen y que sin embargo, les falta, con eso que, por decirlo de otro modo, no deja de no alcanzarles. Empezará entonces un rodeo infernal. Pablo Ramos escribe estas historias sabiendo de lo que habla y, como buen cuentista, sabe también desde el inicio a dónde quiere llevar al lector. Sabe, por ejemplo, que al lector le resultará atractiva la imagen del escritor atormentado que quizá, como los poetas malditos, haría cualquier cosa, incluso atravesar su pequeño infierno personal, para conseguir una metáfora, “la” metáfora (Cuando lo peor haya pasado). Pero sabe también que al lector no le alcanzará creer en eso como causa de la ficción, y entonces, se encargará de mostrarnos algo todavía peor: nos muestra un personaje que no necesitaría pasar por ese infierno para llegar a la metáfora divina, haciendo sentir de este modo que la situación es más terrible aún, porque sin embargo eso, sin necesidad, pasa; como la metáfora está desde el principio, esperándolo “en la punta de la mente”, en palabras del autor, es que tiene semejante filo. Porque hay algo que ya está, se obligará a hacer otra cosa. Porque está todo por hacerse, es que no hacemos nada, parece sugerir el cuento.

Son detalles como estos, los que le dan trascendencia a los relatos. Otro ejemplo, es lo que podría ser un lugar común, la elección de marginados como protagonistas de casi todos los cuentos. Si no lo es, es porque no hay redención, no se busca ninguna salvación moral para ellos. Con sutileza en cambio, Ramos nos invita a marearnos en un infierno mucho más cercano que la Boca o Paternal, no importa donde vivamos. Como cuando Poe contestó que el terror, su terror (cuando lo acosaban con la posible influencia de los románticos alemanes) provenía de su alma, Pablo Ramos podría contestar algo semejante, en relación con el mundo marginal de sus relatos. Porque, a pesar de que el lector pueda dejarse atrapar por el argot o el contexto en el que muchos de los cuentos se inscriben, no parece que allí resida su originalidad. Al personaje del cuento que cierra el volumen no lo desesperan ni la cocaína ni el temible “Cordobés”, tampoco las chicas promiscuas que lo rondan; a ese personaje lo desesperan la hija y la mujer que ya tiene, que desde hace tiempo viene teniendo y que ahora, con urgencia, golpean a su puerta. Dicho de otro modo, no es por los mundos marginales, no es por la “junta”, como podría decir una antipática señora mayor, que un hombre se pierde, es por aquello que lo pierde o atormenta que un hombre puede caer en las desgracias amontonadas en los márgenes. Este, considero, es el hallazgo de Pablo Ramos, saber que, citando la contratapa, “el mundo oscuro del alcohol, la inclemencia de la calle, el sexo de pasillo, los vínculos rotos de un día para el otro”, no son lo peor, sino fatales e inevitables consecuencias de una desesperación previa a todo eso.

Hay en el libro, además, un elemento que se repite en los once cuentos, como un dístico que da cuenta de la voluntad poética del autor: en casi todos aparece la lluvia. Ese paisaje gris y mojado por donde los cuentos suceden, es menos incómodo u hostil que romántico, le da un matiz melancólico y hasta reflexivo a la suerte de los personajes.

Pero siempre la ausencia es el eje. La ausencia y la desesperación que, como dijimos, se materializa de las más diversas formas: Un zapato (Todo puede suceder), una alfombra (En un cuaderno de hojas lisas), una puta (Porque el cielo es azul, El ángel del bar), una bandera (Celeste y Rojo) o una sillita de bebé (Un relato constante), además de las formas que toma en el resto de los cuentos ya citados.

Este manejo de la ausencia, lo ubican a Ramos más cerca de Hemingway y de Carver que de Poe o Borges, los cuentos de Pablo Ramos cuentan mostrando lo que no está, en lugar de ocultándolo. No hay –ni se dejan esperar- remates o sorpresas para los finales. El centro de gravedad de los cuentos no pasa por la situación sino por los personajes que una y otra vez vemos repetir un mismo dibujo, ese rodeo infernal, donde por desgracia para ellos y suerte para nosotros, se vuelven notable literatura.

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