de Laura Alcoba
Edhasa, 2008
por Pablo Vinci
En Los abusos de la memoria, el antropólogo búlgaro Tzvetan Todorov se plantea, con relación a los procesos de constitución de la memoria, la siguiente pregunta: “¿recordar para qué?” A partir de esta pregunta marca dos caminos posibles: a uno lo llama la memoria literal y al otro la memoria ejemplar. El primer camino que lleva a la memoria literal es el que permite que el pasado rija el presente, es decir vivir continuamente el pasado en lugar de integrarlo al presente, de esta manera el pasado es sacralizado y se vuelve estéril. El segundo camino es el de la memoria ejemplar, donde el pasado se toma como principio de acción para el presente, Una vez reestablecido el pasado, la pregunta para Todorov debe ser ¿para qué puede servir, con qué fin se recuerda?
La protagonista, antes de iniciar el relato, dice que se decide contar la historia porque a menudo piensa en los muertos, pero que el motivo más potente para esa decisión es que ahora sabe que no hay que olvidarse de los vivos. “Más aún: estoy convencida de que es imprescindible pensar en ellos. Esforzarse por hacerles, también a ellos, un lugar” y agrega que ese esfuerzo por recordar es también para ver si consigue olvidar un poco. Ese “olvidar” es resolver, dejar dicho, cerrar una historia. Ese “olvidar” incluye la tranquilidad de haberlo recordado todo. Pero, como se pregunta el búlgaro: ¿para que puede servir la memoria, para qué recordar? Allí es donde comienza el libro de Alcoba y no al principio de la narración. Comienza cuando queda bien claro para qué recordar.
En La casa de los conejos, Laura Alcoba va construyendo la memoria por el segundo de los dos caminos enunciados por Todorov, el de la memoria ejemplar. Quien narra, cuenta la historia de su familia en el período que preanuncia la llegada del último gobierno militar en la Argentina, desde la subjetividad de una nena (hija de jóvenes militantes políticos de la década de 1970). Esta nena puede hablar de y desde el miedo, la clandestinidad, la incertidumbre, el terror o la angustia, y también desde la inocencia, la sencillez, la dulzura o el asombro infantil ante lo incomprensible. Pero sobre todo desde la perplejidad de una preadolescente que “debe” actuar casi como una militante comprometida, que “debe” mentir y disimular “hacia afuera” y a pesar de eso ser acusada, en algún episodio del libro, por alguno de los suyos de “pendeja que nos va a hacer cagar a todos”.
La protagonista, antes de iniciar el relato, dice que se decide contar la historia porque a menudo piensa en los muertos, pero que el motivo más potente para esa decisión es que ahora sabe que no hay que olvidarse de los vivos. “Más aún: estoy convencida de que es imprescindible pensar en ellos. Esforzarse por hacerles, también a ellos, un lugar” y agrega que ese esfuerzo por recordar es también para ver si consigue olvidar un poco. Ese “olvidar” es resolver, dejar dicho, cerrar una historia. Ese “olvidar” incluye la tranquilidad de haberlo recordado todo. Pero, como se pregunta el búlgaro: ¿para que puede servir la memoria, para qué recordar? Allí es donde comienza el libro de Alcoba y no al principio de la narración. Comienza cuando queda bien claro para qué recordar.
En La casa de los conejos, Laura Alcoba va construyendo la memoria por el segundo de los dos caminos enunciados por Todorov, el de la memoria ejemplar. Quien narra, cuenta la historia de su familia en el período que preanuncia la llegada del último gobierno militar en la Argentina, desde la subjetividad de una nena (hija de jóvenes militantes políticos de la década de 1970). Esta nena puede hablar de y desde el miedo, la clandestinidad, la incertidumbre, el terror o la angustia, y también desde la inocencia, la sencillez, la dulzura o el asombro infantil ante lo incomprensible. Pero sobre todo desde la perplejidad de una preadolescente que “debe” actuar casi como una militante comprometida, que “debe” mentir y disimular “hacia afuera” y a pesar de eso ser acusada, en algún episodio del libro, por alguno de los suyos de “pendeja que nos va a hacer cagar a todos”.
Una casa, se transforma en la imprenta más importante de la agrupación Montoneros en la clandestinidad, disfrazada de criadero de conejos. Esto es “el embute” y allí vive la nena con su mamá los días previos al golpe de estado de 1976.
Esencial es la presencia de personajes con mucho peso en la historia, como los abuelos, la madre, Diana, o el padre encarcelado, y también lo es la construcción de las actitudes que, naturalmente infantiles e inocentes en la protagonista, parecen a veces, a punto de delatar y desbaratar todo el trabajo de la militancia en la clandestinidad. Pero lo más importante es la identificación de la nena con todo ese entorno.
Desde allí Laura Alcoba narra esa identidad, a través de la selección y el ordenamiento de la memoria, de los sucesos y de los recuerdos: Una construcción histórica e ideológica.
Las narrativas son procesos de interpretación de una historia y en este proceso las experiencias personales y grupales son fundamentales. En La casa de los conejos el pasado está simbólicamente construido e interpretado desde el presente, desplegándose en la narración a partir de las palabras, los temas y las formas elegidas por la autora.
Alcoba podría haber narrado y detallado la tortura, las violaciones, las apropiaciones ilegales, los secuestros y mil atrocidades más que nunca van a dejar de espantarnos, pero no lo hizo. Hoy la literatura, a la vida y a la muerte, tiene que sugerirlas y contarlas no desde la individualidad sino desde la subjetividad, desde la vivencia personal (porque como se ha dicho en esta revista lo más cercano a la verdad es la suma de múltiples subjetividades).
Laura Alcoba con esta novela está aportando su subjetividad, su parte de la verdad. Para ella misma, para los demás, para y por nuestra historia en común, para abrir el recuerdo a la analogía, para que las cosas tengan comienzo y fin y no se licuen a medio camino, para que no se rompa el hilo, el hilo del transcurso de los días que se transforman en hoy y en futuro. Ésa, sólo ésa, es la memoria, la liberadora, la portadora de la justicia.
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