LA ERA DEL PLAGIO
(Publicado en www.revistaaxolotl.com.ar)
por Miguel Sardegna y Mariana Alonso
En estos días, el novelista peruano Alfredo Bryce Echenique recibió varias acusaciones de plagio. Arrinconado, reconoció que un artículo publicado con su firma en el diario “El Comercio” de Perú no era de su propiedad. Y atribuyó lo sucedido a un error de su secretaria. A ello se deben sumar las acusaciones a Jorge Bucay, desaparecido por estas tierras, y a Felipe Pigna. Mientras tanto, Internet se inunda de teorías que proponen un mundo sin copyright; doctrinas del Common Rights y el Copyleft ganan adeptos, especialmente entre aquellos “creadores” más limitados.
Hoy casi resulta elegante conocer a alguien que haya sido plagiado de forma grosera. Es una prueba de que se lee y se escribe, de que se frecuentan los sinuosos circuitos del arte. Pero el caso de Sergio Di Nucci es diferente: es el primero que, descubierto, parece plantarse y decir: “Sí, ¿y qué? ¿No vale?”
Bajo el seudónimo de Bruno Morales, Sergio Di Nucci obtuvo el premio La Nación-Sudamericana de Novela 2006 por Bolivia Construcciones, que narra la realidad de un inmigrante boliviano en Buenos Aires. Un Jurado de Notables eligió su novela entre 244 trabajos.
El premio era de 60.000 pesos más la publicación de la obra en la Argentina y en España. La crítica elogió la novela, que de inmediato trepó a la lista de bestsellers. El 8 de febrero de 2007, apenas cuatro meses después, el Jurado decidió revocar el Premio. Un lector de 19 años, Agustín Viola, les había aportado evidencias de “extrañas similitudes” con la novela Nada (1944), de la catalana Carmen Laforet. El Jurado alegó con ironía que “sin ser tan extrañas, las similitudes existen en varias zonas de la novela”; y que “la novela avanza, las situaciones siguen porque Carmen Laforet las aporta. La ética de un escritor, su honestidad intelectual, consiste en adjudicar a quien corresponda lo que no es fruto de su propio trabajo. Por todo eso, y de acuerdo con los requisitos y facultades conferidas en las Bases del Premio, el jurado resuelve revocar el fallo”.
La defensa de Di Nucci fue tan inútil como triste: “Quise que Nada se reconociera en Bolivia Construcciones. Es decir, se quiso mostrar a Nada, no se la quiso ocultar, lo cual hubiera sido muy fácil. Se quiso señalar a esta otra novela, no ocultarla, se la quiso homenajear, no cancelarla”.
Lástima que en su “homenaje” olvidó nombrar a Nada y a su autora, y se empeñó en borrar todo indicio que pudiera vincular ambas obras cambiando giros lingüísticos y palabras aisladas, adaptando el texto al lector latinoamericano. Tal como hizo notar Agustín Viola, no sólo las situaciones y los personajes coinciden, sino también la construcción de las oraciones y los recursos utilizados.“Nunca quise perjudicar a Carmen Laforet”, dijo Di Nucci. Y aquí por primera vez habla con la verdad: su intención no fue perjudicar a Laforet, apenas pretendió beneficiarse de su trabajo.
Todo podría haber terminado ahí, con un impostor más, uno de tantos otros en estos tiempos de falsos mercaderes y ventajistas de pocas luces, desterrado para siempre del mundo del arte. Pero no fue así, y estalló el escándalo: “Sí, hice todo eso, ¿y que? ¿No valía?”, parece decir Di Nucci. Y no estuvo solo, apareció un hito en los anales de la Academia: la Carta de Puan.
Varios popes de la Academia, con Jorge Panesi a la cabeza ni más ni menos que el Director de la carrera de Letras enviaron a La Nación una carta de lectores en la que se solidarizaban con él. Como si encarnara el sentir de todos los profesores y estudiantes de la Facultad, con orgullo, con soberbia, Panesi titula Carta de Puan a esa pobre defensa del plagio, y en la misma línea planteada por el propio Di Nucci empuña el concepto de intertextualidad.
Panesi y sus escuderos pretenden explicar lo inexplicable, y dicen que Di Nucci recurre a “una serie de usos literarios de larga data”. Uno de ellos es transformar pasajes de otros textos con una finalidad estética precisa. Lo consideran un procedimiento que enriquece los valores de la novela y que “constituye uno de sus títulos de neta originalidad”. Como si no hubiese suficiente ironía y patetismo en este debate, la palabra “originalidad” es usada por los defensores del plagio, no por los acusadores.
Siguiendo las enseñanzas del Profesor Panesi, una pieza calcada con rigurosidad sería más valiosa que la original, porque esa copia tiene una virtud con la que la original no puede siquiera soñar: precisamente, la utilización de “una serie de usos literarios de larga data”. La copia aplica el recurso literario de la intertextualidad; la original no, la original solo apenas es original. Lo que hace Di Nucci no es intertextualidad.
Intertextualidad es la reescritura que hace Borges en El milagro secreto del cuento de Ambrose Bierce, El puente sobre el río del búho; o algún párrafo de esta nota, inspirado en un inolvidable cuento de Clive Barker. Leon Kaufman lleva varios meses en Nueva York, y la ciudad de sus sueños ya no le parece la tierra prometida. Esa ciudad que ha visto despertarse por la mañana como una mujerzuela y sacarse hombres asesinados de entre los dientes y suicidios de la maraña de su pelo, ya no le parece ningún Palacio de los Placeres. Y dice: “Casi resultaba elegante haber conocido a alguien que hubiera muerto de forma violenta. Era una prueba de que se vivía en esa ciudad.”
Hoy casi resulta elegante conocer a alguien que haya sido plagiado de forma grosera. Para algunos resulta incluso más elegante conocer al plagiador.
En algún momento transcribir palabra por palabra más de cuarenta páginas de otro autor dejó de ser un plagio para convertirse en arte; en un recurso de estilo, refinado y sutil. No lo decimos nosotros, lo dice Panesi. En un artículo publicado en la revista Veintitrés el 15 de febrero de 2007, bajo el título La literatura considerada como suspensión de la moral, asegura que “el plagio en literatura no existe, en cambio, existe el robo. Así, hay quienes adoran a los ladrones y consideran al robo como una de las bellas artes”. Y tiene el coraje de aplaudir a Di Nucci por ser el artífice de un robo bien realizado. Sostiene también que “la acusación de plagio implica cuestionar toda la literatura moderna” y que “la literatura es el territorio del robo”. Ahora resulta que, con la trillada excusa de que ya está todo escrito, vamos a dar rienda libre al plagio descarado y vamos a aplaudir a quienes deciden suplir su falta de talento con el talento de otros.
Daniel Link, también miembro de la Academia, no firmó la solicitada, acaso prefiriendo un protagonismo más personal. Y entró al debate consternado por sus amigotes de travesuras: “Me preocupa que se ataque injustificadamente a quienes firmaron la Carta de Puan”. Y agrega: Carta de Puan, hermoso nombre. Desde su blog, con una entrada del 20 de febrero de 2007, bajo el título de Al César lo que es del César esto es, “a Di Nucci lo que es de Di Nucci”, a “Di Nucci la Gloria y el Reconocimiento Eterno”, intenta convencernos de que la nociones en danza en este “affaire” impostura, inmoralidad, plagio, robo se corresponden con una formación cultural. Dice que aquellos que señalamos a Di Nucci como un burdo ladrón olvidamos que “las concepciones de la literatura son históricas”, que “varían según las épocas, las décadas y los años”. Algo así como que Di Nucci sería un ladrón sólo si hubiera “construido” su novela algunos años antes, cuando el paradigma literario era otro. Claro que nunca habría caído en aquel error ni queriéndolo antes de 1944, cuando Carmen Laforet aún no había publicado la novela que él “intertextualizó”. Lo que Daniel Link no dice, pero se escucha fuerte y claro desde su blog y desde su púlpito en la Academia, donde dicta clases de Literatura del Siglo XX, es que más que la literatura, lo histórico es la concepción de la moral. La moral varía según las épocas, las décadas y los años, dice.
Si es así, la moral ha pasado de moda, se ha transformado en una antigüedad, en una pieza de museo. Así, un comportamiento ético sería un “vicio” intolerable en un artista, en un crítico literario a quien ciertamente no le cabe el rótulo de artista y en cualquier persona que vive de su trabajo.
Link asegura “asombrarse” y “asustarse” por la condena generalizada de la que han sido objeto Di Nucci y la Academia (de la que el propio Di Nucci forma parte, sugestivamente, desde la cátedra de Literatura Francesa). “Soldados de la propiedad privada”, acusa, “Esbirros del copyright”. Y sube la apuesta: “Es claro que hay dos posiciones básicas: quienes defienden la legitimidad de las categorías jurídicas del capitalismo en relación con la literatura y quienes se abstienen de esa defensa”. Es bien claro lo que opina la Academia: la conducta adecuada de un intelectual de un país de las orillas es discutir los derechos de autor, porque es una institución capitalista. No hacerlo es jugar para las filas del Imperio, del Colonialismo.
Este argumento no resiste el menor análisis. En su artículo Qué supone defender un plagio, Elsa Drucaroff responde: “Marx no ataca cualquier propiedad privada, ataca una muy concreta: la propiedad privada de los medios de producción. […] ¿Y para qué? Simplísimo: para que nadie pueda apropiarse de trabajo ajeno”. A quienes defienden el plagio apelando a las teorías de Marx, les tenemos una noticia: Di Nucci se apropió del trabajo ajeno.
Como si esto fuera poco, el cónsul adjunto de Bolivia lanza un comunicado en el que propone la condecoración de un ladrón, y pone sobre el tablero cuestiones sociales que nada tienen que ver con esta discusión. Acaso sugiere que quienes desaprobamos el plagio en Bolivia Construcciones lo hacemos por motivaciones xenófobas.
Más allá de lecturas sociales, políticas y legales, aún cuando no existieran (que existen), el copyright y las leyes de propiedad intelectual, la actitud de Di Nucci y de todos sus defensores es condenable en el plano moral y ético, y decadente desde el punto de vista intelectual. El tema es simple: en el mundo hay personas que se hacen un lugar con trabajo y si son afortunados con talento. Y hay quienes sólo pueden lograrlo mintiendo, comportándose como animales monstruosos de esos que se encuentran en algunos almohadones de plumas.
(Publicado en www.revistaaxolotl.com.ar)
por Miguel Sardegna y Mariana Alonso
En estos días, el novelista peruano Alfredo Bryce Echenique recibió varias acusaciones de plagio. Arrinconado, reconoció que un artículo publicado con su firma en el diario “El Comercio” de Perú no era de su propiedad. Y atribuyó lo sucedido a un error de su secretaria. A ello se deben sumar las acusaciones a Jorge Bucay, desaparecido por estas tierras, y a Felipe Pigna. Mientras tanto, Internet se inunda de teorías que proponen un mundo sin copyright; doctrinas del Common Rights y el Copyleft ganan adeptos, especialmente entre aquellos “creadores” más limitados.
Hoy casi resulta elegante conocer a alguien que haya sido plagiado de forma grosera. Es una prueba de que se lee y se escribe, de que se frecuentan los sinuosos circuitos del arte. Pero el caso de Sergio Di Nucci es diferente: es el primero que, descubierto, parece plantarse y decir: “Sí, ¿y qué? ¿No vale?”
Bajo el seudónimo de Bruno Morales, Sergio Di Nucci obtuvo el premio La Nación-Sudamericana de Novela 2006 por Bolivia Construcciones, que narra la realidad de un inmigrante boliviano en Buenos Aires. Un Jurado de Notables eligió su novela entre 244 trabajos.
El premio era de 60.000 pesos más la publicación de la obra en la Argentina y en España. La crítica elogió la novela, que de inmediato trepó a la lista de bestsellers. El 8 de febrero de 2007, apenas cuatro meses después, el Jurado decidió revocar el Premio. Un lector de 19 años, Agustín Viola, les había aportado evidencias de “extrañas similitudes” con la novela Nada (1944), de la catalana Carmen Laforet. El Jurado alegó con ironía que “sin ser tan extrañas, las similitudes existen en varias zonas de la novela”; y que “la novela avanza, las situaciones siguen porque Carmen Laforet las aporta. La ética de un escritor, su honestidad intelectual, consiste en adjudicar a quien corresponda lo que no es fruto de su propio trabajo. Por todo eso, y de acuerdo con los requisitos y facultades conferidas en las Bases del Premio, el jurado resuelve revocar el fallo”.
La defensa de Di Nucci fue tan inútil como triste: “Quise que Nada se reconociera en Bolivia Construcciones. Es decir, se quiso mostrar a Nada, no se la quiso ocultar, lo cual hubiera sido muy fácil. Se quiso señalar a esta otra novela, no ocultarla, se la quiso homenajear, no cancelarla”.
Lástima que en su “homenaje” olvidó nombrar a Nada y a su autora, y se empeñó en borrar todo indicio que pudiera vincular ambas obras cambiando giros lingüísticos y palabras aisladas, adaptando el texto al lector latinoamericano. Tal como hizo notar Agustín Viola, no sólo las situaciones y los personajes coinciden, sino también la construcción de las oraciones y los recursos utilizados.“Nunca quise perjudicar a Carmen Laforet”, dijo Di Nucci. Y aquí por primera vez habla con la verdad: su intención no fue perjudicar a Laforet, apenas pretendió beneficiarse de su trabajo.
Todo podría haber terminado ahí, con un impostor más, uno de tantos otros en estos tiempos de falsos mercaderes y ventajistas de pocas luces, desterrado para siempre del mundo del arte. Pero no fue así, y estalló el escándalo: “Sí, hice todo eso, ¿y que? ¿No valía?”, parece decir Di Nucci. Y no estuvo solo, apareció un hito en los anales de la Academia: la Carta de Puan.
Varios popes de la Academia, con Jorge Panesi a la cabeza ni más ni menos que el Director de la carrera de Letras enviaron a La Nación una carta de lectores en la que se solidarizaban con él. Como si encarnara el sentir de todos los profesores y estudiantes de la Facultad, con orgullo, con soberbia, Panesi titula Carta de Puan a esa pobre defensa del plagio, y en la misma línea planteada por el propio Di Nucci empuña el concepto de intertextualidad.
Panesi y sus escuderos pretenden explicar lo inexplicable, y dicen que Di Nucci recurre a “una serie de usos literarios de larga data”. Uno de ellos es transformar pasajes de otros textos con una finalidad estética precisa. Lo consideran un procedimiento que enriquece los valores de la novela y que “constituye uno de sus títulos de neta originalidad”. Como si no hubiese suficiente ironía y patetismo en este debate, la palabra “originalidad” es usada por los defensores del plagio, no por los acusadores.
Siguiendo las enseñanzas del Profesor Panesi, una pieza calcada con rigurosidad sería más valiosa que la original, porque esa copia tiene una virtud con la que la original no puede siquiera soñar: precisamente, la utilización de “una serie de usos literarios de larga data”. La copia aplica el recurso literario de la intertextualidad; la original no, la original solo apenas es original. Lo que hace Di Nucci no es intertextualidad.
Intertextualidad es la reescritura que hace Borges en El milagro secreto del cuento de Ambrose Bierce, El puente sobre el río del búho; o algún párrafo de esta nota, inspirado en un inolvidable cuento de Clive Barker. Leon Kaufman lleva varios meses en Nueva York, y la ciudad de sus sueños ya no le parece la tierra prometida. Esa ciudad que ha visto despertarse por la mañana como una mujerzuela y sacarse hombres asesinados de entre los dientes y suicidios de la maraña de su pelo, ya no le parece ningún Palacio de los Placeres. Y dice: “Casi resultaba elegante haber conocido a alguien que hubiera muerto de forma violenta. Era una prueba de que se vivía en esa ciudad.”
Hoy casi resulta elegante conocer a alguien que haya sido plagiado de forma grosera. Para algunos resulta incluso más elegante conocer al plagiador.
En algún momento transcribir palabra por palabra más de cuarenta páginas de otro autor dejó de ser un plagio para convertirse en arte; en un recurso de estilo, refinado y sutil. No lo decimos nosotros, lo dice Panesi. En un artículo publicado en la revista Veintitrés el 15 de febrero de 2007, bajo el título La literatura considerada como suspensión de la moral, asegura que “el plagio en literatura no existe, en cambio, existe el robo. Así, hay quienes adoran a los ladrones y consideran al robo como una de las bellas artes”. Y tiene el coraje de aplaudir a Di Nucci por ser el artífice de un robo bien realizado. Sostiene también que “la acusación de plagio implica cuestionar toda la literatura moderna” y que “la literatura es el territorio del robo”. Ahora resulta que, con la trillada excusa de que ya está todo escrito, vamos a dar rienda libre al plagio descarado y vamos a aplaudir a quienes deciden suplir su falta de talento con el talento de otros.
Daniel Link, también miembro de la Academia, no firmó la solicitada, acaso prefiriendo un protagonismo más personal. Y entró al debate consternado por sus amigotes de travesuras: “Me preocupa que se ataque injustificadamente a quienes firmaron la Carta de Puan”. Y agrega: Carta de Puan, hermoso nombre. Desde su blog, con una entrada del 20 de febrero de 2007, bajo el título de Al César lo que es del César esto es, “a Di Nucci lo que es de Di Nucci”, a “Di Nucci la Gloria y el Reconocimiento Eterno”, intenta convencernos de que la nociones en danza en este “affaire” impostura, inmoralidad, plagio, robo se corresponden con una formación cultural. Dice que aquellos que señalamos a Di Nucci como un burdo ladrón olvidamos que “las concepciones de la literatura son históricas”, que “varían según las épocas, las décadas y los años”. Algo así como que Di Nucci sería un ladrón sólo si hubiera “construido” su novela algunos años antes, cuando el paradigma literario era otro. Claro que nunca habría caído en aquel error ni queriéndolo antes de 1944, cuando Carmen Laforet aún no había publicado la novela que él “intertextualizó”. Lo que Daniel Link no dice, pero se escucha fuerte y claro desde su blog y desde su púlpito en la Academia, donde dicta clases de Literatura del Siglo XX, es que más que la literatura, lo histórico es la concepción de la moral. La moral varía según las épocas, las décadas y los años, dice.
Si es así, la moral ha pasado de moda, se ha transformado en una antigüedad, en una pieza de museo. Así, un comportamiento ético sería un “vicio” intolerable en un artista, en un crítico literario a quien ciertamente no le cabe el rótulo de artista y en cualquier persona que vive de su trabajo.
Link asegura “asombrarse” y “asustarse” por la condena generalizada de la que han sido objeto Di Nucci y la Academia (de la que el propio Di Nucci forma parte, sugestivamente, desde la cátedra de Literatura Francesa). “Soldados de la propiedad privada”, acusa, “Esbirros del copyright”. Y sube la apuesta: “Es claro que hay dos posiciones básicas: quienes defienden la legitimidad de las categorías jurídicas del capitalismo en relación con la literatura y quienes se abstienen de esa defensa”. Es bien claro lo que opina la Academia: la conducta adecuada de un intelectual de un país de las orillas es discutir los derechos de autor, porque es una institución capitalista. No hacerlo es jugar para las filas del Imperio, del Colonialismo.
Este argumento no resiste el menor análisis. En su artículo Qué supone defender un plagio, Elsa Drucaroff responde: “Marx no ataca cualquier propiedad privada, ataca una muy concreta: la propiedad privada de los medios de producción. […] ¿Y para qué? Simplísimo: para que nadie pueda apropiarse de trabajo ajeno”. A quienes defienden el plagio apelando a las teorías de Marx, les tenemos una noticia: Di Nucci se apropió del trabajo ajeno.
Como si esto fuera poco, el cónsul adjunto de Bolivia lanza un comunicado en el que propone la condecoración de un ladrón, y pone sobre el tablero cuestiones sociales que nada tienen que ver con esta discusión. Acaso sugiere que quienes desaprobamos el plagio en Bolivia Construcciones lo hacemos por motivaciones xenófobas.
Más allá de lecturas sociales, políticas y legales, aún cuando no existieran (que existen), el copyright y las leyes de propiedad intelectual, la actitud de Di Nucci y de todos sus defensores es condenable en el plano moral y ético, y decadente desde el punto de vista intelectual. El tema es simple: en el mundo hay personas que se hacen un lugar con trabajo y si son afortunados con talento. Y hay quienes sólo pueden lograrlo mintiendo, comportándose como animales monstruosos de esos que se encuentran en algunos almohadones de plumas.
1 comentario:
LAS Y LOS INVITO A LEER MIS HUMORÍSTICOS "REFRANES SOBRE PLGIO",POSTEADOS EN MI BLOG http://jose-saramago.blogspot.com/
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