LA MUERTE Y SU CONVERSACIÓN (Enrique Solinas) por Marcelo López

LA MUERTE Y SU CONVERSACIÓN (Relatos Del Dragón, 2007)
de Enrique Solinas
por Marcelo López

Como el Dios del primer versículo de la Biblia, cada escritor crea un mundo. Esa creación (…) surge de la memoria, del olvido que es parte de la memoria, de la literatura anterior, de los hábitos de un lenguaje y, esencialmente, de la imaginación y de la pasión” escribía Borges a propósito de de Silvina Ocampo. Es decir, la creación de un espacio habitado por una serie de personajes, que se reconoce como fértil para el desplazamiento de la narración -toda narración es desplazamiento- en la cartografía de lo urbano, pero que a diferencia de otros mundos ficticios (la Comala de Rulfo, la Yoknapatawpha de Faulkner) es mucho más reconocible para nosotros, lectores de una literatura (argentina) en constante devenir.

Hasta la fecha, Solinas había logrado ser un destacado poeta. Pero La muerte y su conversación, nos muestra que estamos ante un auténtico narrador al que dicho pasaje (del universo poético al narrativo), no le ha quitado vigor. Más aún, se acentúan sus virtudes (conmover y dotar a sus palabras de musicalidad). Este volumen de cuentos es la devolución de una serie de experiencias, que se tornan sensibles para quien las lee, experiencias que rozan siempre con lo erótico, con esa intermitencia que sugiere pero no muestra del todo. Lo sugerido es, precisamente, lo peor que nos tocará soportar: la muerte, la finalidad inequívoca de toda vida.

Si la narración es el espacio a habitar, entonces el “mundo” de Solinas podría verse como uno de los círculos infernales, que devora hasta reducir todo a cenizas, a su inmaterialidad como producto de un sueño (o pesadilla) que se desvanece, para dejarnos a solas con nuestros propios fantasmas que, como relatos circulares, vuelven a aparecer cada tanto. Sueños que se resignifican en el sueño del otro, de un Dios que sueña y nos explica que es él (y no nosotros), quien sueña y se comunica (Ouroboros).

Porque la vida se trata de soñar con los ojos (siempre) abiertos y saber captar los detalles más sutiles y efímeros que surgen en ella. O esperar, como un niño, que la realidad vuele por los aires, que el fin sea una reescritura del principio, una vuelta sacra al momento iniciático, mirando el cielo y leyendo el código de las estrellas para descubrir en qué momento se hará presente el milagro (La sombra del cielo). Pero también, el espacio donde dicen presente otro tipo de muertes más cotidianas, como el aborto (la muerte antes de la vida misma) de una posibilidad futura del amor (el cuento Felicidad).

Tengo un sueño que se repite en forma constante y que puede aparecer en cualquier momento” leemos al inicio del cuento Ouroboros. Y si ese sueño se repite, entonces también la narración puede adoptar la forma de la repetición y quedar anclada en cualquier sitio. También la narración de un episodio extraño (Doppelgänger), es igual a la muerte o una de sus formas cifradas: la muerte como búsqueda insatisfecha de un acto cualquiera.

La vida solo le había dado voluntad y paciencia”, dice el narrador de otro de los cuentos (La paciente). Voluntad y paciencia, dos constantes que, sumadas al talento, conforman la tríada fundamental para que un hombre se convierta en un gran escritor. Y de esto (de voluntad, paciencia y talento), Solinas tiene lo suficiente. Estos doce cuentos, así lo confirman.

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