RAVONNE (Editorial Tamarisco, 2007 )
de Julián Urman
por Marcelo López
Ravonne es un melancólico, vive apoyado en los recuerdos y pensando que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero esto, más allá de la connotación al patetismo que nos conduce, no tiene o no debería- tener algo negativo en sí mismo. Lo malo es que Ravonne no puede ver el presente. Y, mucho menos, que está a punto de ser víctima de un complot. Eso es lo malo de vivir del pasado. La vida, de pronto, te pasa por encima y vos estabas mirando para otro lado.
“Supe recibir en otras épocas el aplauso de grandes y de chicos. Supe ser jovial, aceptado felizmente…” Ravonne sueña en forma recurrente con el pasado, con reinsertarse y volver a ese lugar de felicidad que significaba la etapa en donde la gente lo saludaba y le palmeaba la espalda con fervor. Entonces, lo mejor es planear un regreso demoledor, y ¿qué mejor modo de regresar para una estrella que a través de un escándalo que le otorgue nueva fuerza a su carrera? Ravonne lo sabe y acepta las reglas del juego. Pero, allí está la trampa y él ha caído en ella.
Pero, vamos un paso más allá de la historia. Ravonne tiene la estructura de mundos paralelos, mundos que llegan a nosotros de una manera fragmentaria, con una diversidad de hechos que, en distintas latitudes no muy lejanas unas de otras, vale aclarar-, suceden a un mismo instante determinado. Urman utiliza constantemente los saltos temporales, espaciales y las elipsis, pero sobre todo, el autor parece intentar decirnos que no hay historia completa o, mejor dicho, que la historia no es posible contarla de manera lineal. La vida misma no es unívoca, y Urman lo sabe.
En todo caso, serviría de algo el concepto de Carlo Ginzburg sobre la microhistoria: acá lo importante no es la vida de Ravonne no lo único importante- sino que es más importante las pequeñas telarañas que se van tejiendo alrededor del ex astro televisivo y que funcionan como un mecanismo de relojería para que este caiga en aquel destino impuesto. Son los pequeños fragmentos de espejos rotos los que dan una idea general de lo que sucede en la novela, un rompecabezas que no logra ser nunca igual que antes. Su devolución es, como dije antes, fragmentaria, pero además absurda y por momentos esperpéntica. Y ese es el acierto de la opera prima de Julián Urman.
Nada, absolutamente nada, es como debería ser en la vida de Ravonne: ni su regreso a la pantalla chica, ni el presente amoroso. Cada instante lo acerca más al abismo y va destruyendo el piso sobre el que acaba de dar un nuevo paso. La fama tiene un precio que es demasiado alto de pagar para algunas personas y Ravonne ya no cuenta con el capital necesario para trocar ese presente en felicidad.
Para finalizar, una imagen: el paratexto con la señal de ajuste clásica de los canales de aire a la madrugada, mientras el tiempo de espera se prolonga hasta que algo vuelva a suceder, la vuelta a la pantalla de la imagen móvil que nos da un momento de relax mental, de confianza plena con lo que vemos, porque si algo queremos es ser engañados por aquello que la televisión nos muestra y enseña. La postal de un hombre sentado, de frente a la pantalla con las manos apoyadas sobre las rodillas, eternamente esperando el destello que lo devuelva a la felicidad. Ese es Ravonne, el hombre que con paciencia espera que la imagen sea a semejanza suya, para señalarse con el dedo y dejarse señalar por el otro, el que mira desde la pantalla- con una sonrisa amarga, pero sonrisa, al fin y al cabo.
de Julián Urman
por Marcelo López
Ravonne es un melancólico, vive apoyado en los recuerdos y pensando que “todo tiempo pasado fue mejor”. Pero esto, más allá de la connotación al patetismo que nos conduce, no tiene o no debería- tener algo negativo en sí mismo. Lo malo es que Ravonne no puede ver el presente. Y, mucho menos, que está a punto de ser víctima de un complot. Eso es lo malo de vivir del pasado. La vida, de pronto, te pasa por encima y vos estabas mirando para otro lado.
“Supe recibir en otras épocas el aplauso de grandes y de chicos. Supe ser jovial, aceptado felizmente…” Ravonne sueña en forma recurrente con el pasado, con reinsertarse y volver a ese lugar de felicidad que significaba la etapa en donde la gente lo saludaba y le palmeaba la espalda con fervor. Entonces, lo mejor es planear un regreso demoledor, y ¿qué mejor modo de regresar para una estrella que a través de un escándalo que le otorgue nueva fuerza a su carrera? Ravonne lo sabe y acepta las reglas del juego. Pero, allí está la trampa y él ha caído en ella.
Pero, vamos un paso más allá de la historia. Ravonne tiene la estructura de mundos paralelos, mundos que llegan a nosotros de una manera fragmentaria, con una diversidad de hechos que, en distintas latitudes no muy lejanas unas de otras, vale aclarar-, suceden a un mismo instante determinado. Urman utiliza constantemente los saltos temporales, espaciales y las elipsis, pero sobre todo, el autor parece intentar decirnos que no hay historia completa o, mejor dicho, que la historia no es posible contarla de manera lineal. La vida misma no es unívoca, y Urman lo sabe.
En todo caso, serviría de algo el concepto de Carlo Ginzburg sobre la microhistoria: acá lo importante no es la vida de Ravonne no lo único importante- sino que es más importante las pequeñas telarañas que se van tejiendo alrededor del ex astro televisivo y que funcionan como un mecanismo de relojería para que este caiga en aquel destino impuesto. Son los pequeños fragmentos de espejos rotos los que dan una idea general de lo que sucede en la novela, un rompecabezas que no logra ser nunca igual que antes. Su devolución es, como dije antes, fragmentaria, pero además absurda y por momentos esperpéntica. Y ese es el acierto de la opera prima de Julián Urman.
Nada, absolutamente nada, es como debería ser en la vida de Ravonne: ni su regreso a la pantalla chica, ni el presente amoroso. Cada instante lo acerca más al abismo y va destruyendo el piso sobre el que acaba de dar un nuevo paso. La fama tiene un precio que es demasiado alto de pagar para algunas personas y Ravonne ya no cuenta con el capital necesario para trocar ese presente en felicidad.
Para finalizar, una imagen: el paratexto con la señal de ajuste clásica de los canales de aire a la madrugada, mientras el tiempo de espera se prolonga hasta que algo vuelva a suceder, la vuelta a la pantalla de la imagen móvil que nos da un momento de relax mental, de confianza plena con lo que vemos, porque si algo queremos es ser engañados por aquello que la televisión nos muestra y enseña. La postal de un hombre sentado, de frente a la pantalla con las manos apoyadas sobre las rodillas, eternamente esperando el destello que lo devuelva a la felicidad. Ese es Ravonne, el hombre que con paciencia espera que la imagen sea a semejanza suya, para señalarse con el dedo y dejarse señalar por el otro, el que mira desde la pantalla- con una sonrisa amarga, pero sonrisa, al fin y al cabo.
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