SIETE & EL TIGRE HARAPIENTO (Laura Palmer no ha muerto, 2006)
de Leonardo A. Oyola.
Por Federico Levín
de Leonardo A. Oyola.
Por Federico Levín
Coreografía Animal.
Siete & el tigre harapiento es la primera novela de Leonardo Oyola, quien ya desde la contratapa nos avisa que su universo es el del folletín, y sus personajes son caricaturescos, cínicos y animalescos.
Ya vamos a hablar de eso.
En la contratapa también nos encontramos con Antonio Skármeta, que logra errar en apenas tres líneas, homologando el humor desbordado de violencia de la novela de Oyola (si es que está hablando de eso) con las películas de Tarantino. Ese es otro tema. Por otro lado, la colección de la editorial Gárgola en la que se edita este libro, ostenta el nombre de “Laura Palmer no ha muerto”.
Quiero decir: este objeto libro viene con una notable cantidad de información que sostiene y da contexto a la novela en sí. Es posible que sea necesario; es posible que Siete... sea un texto difícil de enmarcar en el contexto de lo que se edita y se lee hoy en Argentina, por lo que hay que rodearlo de referencias, hacer el mapita y marcar con alfiler su ubicación.
Siete... es una novela policial, la primera que leo en muchísimos años. Una novela de género. No es común, al menos en estos tiempos, que un autor joven se presente en sociedad con una novela de género. Diría que es una jugada audaz sino supiera, como sé, que no se trata de una suerte de estrategia, una “operación literaria”, sino que hay acá un policial bien escrito por un tipo que lo que quería, antes que presentarse en sociedad, era escribir un policial. Eso me generó la lectura de Siete... : la imagen de un resultado muy ajustado al deseo del autor. Hay una trama (de la que no voy a hablar en términos tramáticos, porque si fuera capaz de hacerlo me dedicaría a escribir policiales en lugar de reseñarlos); hay unos personajes- la orquesta del gato cabezón, un inspector pornógrafo-, un escenario- Buenos Aires arrabalera de fines del siglo XIX- , una música en la prosa; todos estos elementos se solidarizan y se imbrican para lograr una novela que es a su vez su propio universo.
Los personajes, la materialidad de su imagen en la mente del lector, son el gran acierto de la novela: ellos son los que dibujan, con sus recorridos, sus tics y su formalidad inventada, la Buenos Aires de fin del siglo XIX, sin que sea necesario recurrir a datos de investigación que sostengan la verosimilitud. Quiero decir: el contexto de Siete..., su escenario, es una Buenos Aires inventada, que bien podría pensarse en clave futurista. Al dibujar el contexto porteño sin limitaciones impuestas por el pasado histórico, sino pensado como un terreno donde los personajes encuentran las posibilidades y los obstáculos que merecen para llevar adelante la novela, Buenos Aires se convierte en un personaje más, explosivo y grotesco pero contradictorio como cualquier otro, dibujado con un inusual trazo caricaturesco.
El trabajo que hace Oyola con el verosímil de su Buenos Aires no es perfectible ni corregible desde el punto de vista de la verdad, sino que apunta a la suficiencia de los valores intrínsecos a su acción. Que los nombres de los capítulos sean títulos de canciones de Duran Duran no funciona solo como una rareza, un apuntalamiento estético, sino que da una clave para jugar el juego del tigre harapiento: el pasado inventado desde ahora, la milonga reformulada por el pop; si la escena que leemos avanza hacia un final que ya tuvo lugar, porque vemos en el actor las características de su muerte, el desenvolverse sangriento de la trama, y el mismo acto de 'dar muerte', se convierten en coreografía; y en esa coreografía de lo brutal radica el placer de la lectura de la novela.
Un mes después de haber leído el libro, cuando me siento a pensar lo que voy a escribir sobre él, viene a mi mente una serie de imágenes de dibujos animados. El personaje (de los 'malos') apodado La Hiena, es ahora en mi mente una hiena. Es así como el humano ha utilizado la imagen de los animales, con variaciones, a lo largo de la historia: haciendo explotar, llevando al extremo de una característica, el sentido de la representación. Esa maniobra metonímica (la de convertir, en la mente del lector, a un hombre con risa de hiena en una hiena sin más) es el trabajo mismo de Siete...: un trabajo generoso, que no tiene que ver con la pura habilidad literaria sino con la literatura puesta del lado de la inventiva, de la gracia. Eso es importante: las fallas en la prosa, por lo general provocadas por un innecesario apego la musicalidad a la hora de construir las oraciones, musicalidad derivada de las traducciones y el humorismo ampuloso del policial negro, no opacan en ningún momento la verdad última de Siete...: es una novela divertida.
Divertida de diversión literaria, que no tiene nada que ver con la que puede generar el cine. El cine tiene la imagen de su lado, por lo que un derroche de humor y violencia (como dice Skármeta de Tarantino) puede ser fruto tan solo del exceso, el narcisismo habilidoso de un director de moda, congelando la acción, el sentido de la acción, en el puro goce de la imagen. En literatura, en cambio, un derroche- incluso de humor y violencia- requiere de un trabajo de entrega artesanal, para nada gozoso ni excesivo, que apunta a sostener el verosímil aún forzando sus límites, el borde mismo de su construcción.
Leí un policial, después de muchos años, y me fue bien. Pienso que Oyola puede estar escribiendo una obra marginal, rara: una obra que configure su propio y peculiar universo de lectores. Ya veremos.
Ya vamos a hablar de eso.
En la contratapa también nos encontramos con Antonio Skármeta, que logra errar en apenas tres líneas, homologando el humor desbordado de violencia de la novela de Oyola (si es que está hablando de eso) con las películas de Tarantino. Ese es otro tema. Por otro lado, la colección de la editorial Gárgola en la que se edita este libro, ostenta el nombre de “Laura Palmer no ha muerto”.
Quiero decir: este objeto libro viene con una notable cantidad de información que sostiene y da contexto a la novela en sí. Es posible que sea necesario; es posible que Siete... sea un texto difícil de enmarcar en el contexto de lo que se edita y se lee hoy en Argentina, por lo que hay que rodearlo de referencias, hacer el mapita y marcar con alfiler su ubicación.
Siete... es una novela policial, la primera que leo en muchísimos años. Una novela de género. No es común, al menos en estos tiempos, que un autor joven se presente en sociedad con una novela de género. Diría que es una jugada audaz sino supiera, como sé, que no se trata de una suerte de estrategia, una “operación literaria”, sino que hay acá un policial bien escrito por un tipo que lo que quería, antes que presentarse en sociedad, era escribir un policial. Eso me generó la lectura de Siete... : la imagen de un resultado muy ajustado al deseo del autor. Hay una trama (de la que no voy a hablar en términos tramáticos, porque si fuera capaz de hacerlo me dedicaría a escribir policiales en lugar de reseñarlos); hay unos personajes- la orquesta del gato cabezón, un inspector pornógrafo-, un escenario- Buenos Aires arrabalera de fines del siglo XIX- , una música en la prosa; todos estos elementos se solidarizan y se imbrican para lograr una novela que es a su vez su propio universo.
Los personajes, la materialidad de su imagen en la mente del lector, son el gran acierto de la novela: ellos son los que dibujan, con sus recorridos, sus tics y su formalidad inventada, la Buenos Aires de fin del siglo XIX, sin que sea necesario recurrir a datos de investigación que sostengan la verosimilitud. Quiero decir: el contexto de Siete..., su escenario, es una Buenos Aires inventada, que bien podría pensarse en clave futurista. Al dibujar el contexto porteño sin limitaciones impuestas por el pasado histórico, sino pensado como un terreno donde los personajes encuentran las posibilidades y los obstáculos que merecen para llevar adelante la novela, Buenos Aires se convierte en un personaje más, explosivo y grotesco pero contradictorio como cualquier otro, dibujado con un inusual trazo caricaturesco.
El trabajo que hace Oyola con el verosímil de su Buenos Aires no es perfectible ni corregible desde el punto de vista de la verdad, sino que apunta a la suficiencia de los valores intrínsecos a su acción. Que los nombres de los capítulos sean títulos de canciones de Duran Duran no funciona solo como una rareza, un apuntalamiento estético, sino que da una clave para jugar el juego del tigre harapiento: el pasado inventado desde ahora, la milonga reformulada por el pop; si la escena que leemos avanza hacia un final que ya tuvo lugar, porque vemos en el actor las características de su muerte, el desenvolverse sangriento de la trama, y el mismo acto de 'dar muerte', se convierten en coreografía; y en esa coreografía de lo brutal radica el placer de la lectura de la novela.
Un mes después de haber leído el libro, cuando me siento a pensar lo que voy a escribir sobre él, viene a mi mente una serie de imágenes de dibujos animados. El personaje (de los 'malos') apodado La Hiena, es ahora en mi mente una hiena. Es así como el humano ha utilizado la imagen de los animales, con variaciones, a lo largo de la historia: haciendo explotar, llevando al extremo de una característica, el sentido de la representación. Esa maniobra metonímica (la de convertir, en la mente del lector, a un hombre con risa de hiena en una hiena sin más) es el trabajo mismo de Siete...: un trabajo generoso, que no tiene que ver con la pura habilidad literaria sino con la literatura puesta del lado de la inventiva, de la gracia. Eso es importante: las fallas en la prosa, por lo general provocadas por un innecesario apego la musicalidad a la hora de construir las oraciones, musicalidad derivada de las traducciones y el humorismo ampuloso del policial negro, no opacan en ningún momento la verdad última de Siete...: es una novela divertida.
Divertida de diversión literaria, que no tiene nada que ver con la que puede generar el cine. El cine tiene la imagen de su lado, por lo que un derroche de humor y violencia (como dice Skármeta de Tarantino) puede ser fruto tan solo del exceso, el narcisismo habilidoso de un director de moda, congelando la acción, el sentido de la acción, en el puro goce de la imagen. En literatura, en cambio, un derroche- incluso de humor y violencia- requiere de un trabajo de entrega artesanal, para nada gozoso ni excesivo, que apunta a sostener el verosímil aún forzando sus límites, el borde mismo de su construcción.
Leí un policial, después de muchos años, y me fue bien. Pienso que Oyola puede estar escribiendo una obra marginal, rara: una obra que configure su propio y peculiar universo de lectores. Ya veremos.
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