MI MELANCÓLICA ALEGRÍA (de Franziska Nietzsche) por Augusto Munaro

MI MELANCÓLICA ALEGRÍA
de Franziska Nietzsche
Siete Mares, 2008
por Augusto Munaro

El 3 de enero de 1889, el pensador alemán Friedrich Nietzsche sufre un colapso psíquico del cual no se recuperaría nunca más. La parálisis cerebral progresiva que lo sorprendió en la Piazza Carlo Alberto de Turín, lo fue apagando hasta morir en Weimar; de una apoplejía, el 25 de agosto de 1900. Las causas de su enloquecimiento, aún permanecen inciertas. Algunos de sus biógrafos –léase René Bertheler, Charles Andler o Felicien Challaye, por ejemplo-, atribuyen su deterioro mental al hecho de haber escrito tres libros simultáneamente. Esta sobreexcitación lo llevó a su decisivo e irrevocable quiebre mental. Cabe destacar que rara vez los investigadores han indagado sobre la última decena de años que el autor de Ecce Homo debió sobrellevar, apartado de las universidades y del mundo, ya que suelen omitir o impartir datos circunstanciales, fútiles, resultando difícil conjeturar sobre el ocaso de sus días.

Mi melancólica alegría. Cartas de la madre de Nietzsche a Franz e Ida Overbeck (Siete Mares), rescata la correspondencia completa escrita por la madre del filósofo al matrimonio Overbeck. La colección de 60 misivas –la mayoría inéditas en castellano hasta ahora y jamás publicadas como libro en nuestro lengua-, constituye un testimonio directo y extenso de alguien que trató a Nietzsche íntimamente durante sus “años oscuros”. Allí revela en detalle el avance de la enfermedad de su hijo, la dura vida cotidiana de ambos, y los problemas económicos que debieron atravesar, entre muchos otros avatares; permaneciendo a su lado desde 1889 hasta su deceso acaecido en 1897.

Si bien el filósofo padecía una locura apacible, con el decurso de los años ésta se fue acrecentando considerablemente. En numerosas cartas se evidencian los síntomas de su insania. Escribe Franziska en una de ellas: “su apariencia y brillante mente se empobrece cada vez más”, un año más tarde, en 1893, leemos “la mayor parte del tiempo está callado y sentado en su sillón”. Por si fuera poco, en ese período surgen las dificultades motrices. “En los días soleados lo paseo en silla de ruedas por nuestro precioso mirador, donde da el primer sol de la mañana” . Los gritos comenzaron a manifestarse hacia 1894, debiendo acortar los paseos e intensificar los masajes y baños para relajar al enfermo. Hacia mediados de 1896, Nietzsche padece convulsiones de la mandíbula, y dificultades respiratorias, necesitando mayor atención y cuidado. Su madre con abnegada dedicación y entrega, lo asiste de modo constante, escribiendo las cartas sólo cuando su hijo logra conciliar el sueño; único momento que tiene para sí.

Las actividades habituales del filósofo nihilista durante este período, como es de suponer, no fueron ni grandiosas ni abundantes. Más bien escasas, diríase nulas. A través de las páginas de este epistolario, lo descubrimos víctima de insomnio y ataques de migraña. Nietzsche yacía casi todo el día sentado, o tumbado en sillones. A veces su madre le leía pasajes de sus propios libros –preferentemente Así habló Zaratustra-, al que rara vez él aludía. Podía hilvanar algunos conceptos, pero durante escasos intervalos de lucidez. Recordaba esporádicamente a dramaturgos griegos como Aristófenes y Esquilo. Otras veces, muy pocas, tocaba el piano vagamente o se limitaba a oír con placidez piezas corales. Respecto a su habla, era muy dificultosa. Su pensamiento discurría incoherentemente. Sus conversaciones eran fragmentarias, en ocasiones mezclando frases en italiano y francés, con un tono “parecido al de un alférez”. Más tarde solía gritar, aunque jamás lo hacía encolerizado. A veces se conformaba con dar una caminata aferrado a su madre por una de sus reducidas habitaciones.

Resulta un tanto patético que quien haya pregonado la idealización del superhombre y la muerte de Dios, termine encerrado en un estado de autismo. Sin embargo eso fue lo que ocurrió. Tras la muerte de Franziska, la gestión de las obras del filósofo quedaron a cargo de su hermana, Elisabeth, quien manipuló trabajos, falseando y omitiendo datos. Dicha gestión fue décadas más tarde abrazada parcialmente por el nacionalsocialismo que no tardó en tergiversar aún más algunos conceptos de la herencia espiritual de Nietzsche.

Al igual que las Cartas a su hijo de Lord Chesterfield, o las Cartas a Lucilio de Séneca; Mi melancólica alegría ofrece al lector un valioso documento histórico, y una refinada pieza de ficción, acaso una novela filosófica sobre los postreros días de unas de las mentalidades más lúcidas del siglo XIX. La edición traducida por María Jesús Franco Durán, se complementa con una conspicua presentación de Mariano Serrano Pascual. Las notas al final del volumen permiten al lector no especializado, ahondarse en la obra nietzcheana.

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