NO BASTA QUE MIRES,NO BASTA QUE CREAS (de Edgardo Scott) por Marina Arias

NO BASTA QUE CREAS, NO BASTA QUE MIRES
de Edgardo Scott
Edulp, 2008
por Marina Arias



No basta que mires, no basta que creas, la primera nouvelle publicada por Edgardo Scott está estructurada a través de las semblanzas independientes de dos personajes protagónicos: Federico Martínez y Mariana Ruiz. Se trata de dos jóvenes de la misma edad que habitan una metrópolis que uno puede adivinar como Buenos Aires. Capítulo a capítulo el texto salta de uno al otro para describir sus rutinas cotidianas, y poco a poco los va pintando en cuerpo y alma. Pero a las pocas páginas cualquier lector estará en condiciones de darse cuenta de que se encuentra ante dos seres bien distintos. Mientras que Mariana es una infeliz que padece los conflictos esperables en cualquier mujer de su edad –separada hace tiempo de Juan, su primer novio, no logra encontrar un amor que la satisfaga y se obsesiona con los horóscopos de la revista dominical de un periódico-, Federico, en cambio no parece estar nada bien de la cabeza. En una suerte de culposa confesión dostoievskyana –y en ese sentido no puede ser casualidad que, como una suerte de guiño literario, el libro comience con un epígrafe del autor ruso- el tipo cuenta que ha venido dedicando toda su vida a mirar -aunque bien podríamos decir “a acechar”- mujeres en los colectivos, los subtes y la vía pública en general. Aunque nunca se había atrevido a dar un paso más. Hasta que dos días antes del presente del relato se animó a seguir a una. “Y a estar”, suelta misteriosamente el personaje y no es posible evitar la sospecha de que detrás de un verbo a primera vista neutro e inofensivo hay algo oscuro al acecho.

Mientras que los capítulos que siguen la vida de Mariana están focalizados a través del estilo indirecto libre -como si el narrador estuviera posado en el hombro de esa chica común que trabaja en algún negocio, cursa alguna carrera en alguna facultad y acude a las primeras citas con Daniel, un hombre que no parece gustarle demasiado- Federico narra en primera persona sus más íntimos tormentos. O lo que apenas puede expresar de los mismos. Y a pesar de generar la desconfianza del lector desde las primeras líneas -de seguro nadie querría cruzarse con él de madrugada en una calle desierta- en algún punto, y por momentos, el personaje invoca y logra despertar un sentimiento piadoso. “Miren a su alrededor. Miren atrás y busquen esa cara, ese apellido o nombre que no les sale. Ese compañero de escuela, de facultad o de trabajo, raro e introvertido”, dice y establece una tierna simpatía con quienes asistimos a sus palabras. Pero inmediatamente el texto escapa de cualquier lugar identificatorio y algo común con un alerta brillante para todo despistado: “Ése no era yo”.

Es posible que en la coexistencia de las dos opciones de focalización radique el marcado hiato estilístico entre los tramos de la historia de Mariana y los de la de Federico. Así, el narrador construído desde Federico alcanza giros enunciativos muy interesantes (“estuve a punto de no escribir la verdad: yo no pensaba que era bueno, yo pensaba, estaba convencido de que era saludable”, “aunque no, la verdad es que muy pocas veces me sentía un imbécil por eso, muy pocas”). Por su parte, el que traduce la subjetividad y los deseos de Mariana construye algunas lúcidas frases que dan en el clavo femenino (“beso que Mariana esperaba, que le gustó, pero que sin embargo fue otro indicio de que algo comenzaba a andar mal”).

Recién sobre el final de No basta que mires, no basta que creas, Mariana y Federico se cruzan por primera vez, producto del azar de la ciudad, y la estructura paralela del texto alcanza su máxima justificación. “Yo me volveré invisible y dejaré pasar el tiempo que considere, que haga falta, hasta volver a encontrarla para mí”, se promete Federico al ver a Mariana abstraída en un bar. Y es inevitable sentir un escalofrío por la certera sospecha de lo que puede pasar entre ambos. Algo que el autor deja a cargo de nuestra imaginación porque unas pocas líneas después el texto encuentra su punto final.

Quizá en esta lograda idea de una historia en común que empezará recién al terminar el relato radique lo más exquisito de No basta que mires, no basta que creas, la flamante novela breve de Edgardo Scott.

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