de Andrés Caicedo
Norma, 2008
por Federico Rodriguez
Andrés Caicedo nos describe una Cali de los años setenta de sexo, drogas, rock & roll y mucha salsa con un aprosa potente. ¡Que viva la música! cuenta la historia de María del Carmen Huerta, una " niña bien", hija de un fotografo de la alta sociedad de Cali. La peqprotagonista pronto se da cuenta de lo miserable que es la vida burguesa de la "buena sociedad", pacata y aburrida, moralista y obsoleta, y se lanza a la conquista de la calle. Se junta con un grupo de marxistas, que en esa época pululaban por Cali, pelilargos, con mochila al hombro se reunen a leer El Capital. Pero María del Carmen se aburre y parte en busca de emociones más puras. Es entonces que aparece el mundo psicodélico del Rock, importado por los jóvenes que podían ir a los Estados Unidos y llegaban vestidos como pandilleros, con los ojos perdidos en una nube de ensoñaciones.
Con el fin de transgredir la consciencia lo probaron todo: pepas, ácidos, crack, marihuana y hongos alucinógenos. Se encerraban en una casa a escuchar a los Rolling Stones y a meter y fumar hasta que terminaban hechos mierda, tirados en el piso sin saber de quién eran hijos, pero habiendo hablado de todo lo que se podía hablar sobre la vida y el Rock. Profundamente interesados en la música y el cine, reconocían al instante el sonido de Keith Richards y sabían el motivo de sus disputas con Mick Jagger y todo lo demás, todo lo que había que saber y aprender antes de cumplir venticinco años y suicidarse de alguna forma, porque daba vergüenza llegar a los años mezquinos y alienados de la vejez. La protagonista también se abre de los rockeros y se va a los barrios bajos, con los pobres, a confundirse con los sonidos de la salsa que pone a bailar y a sacudir sus emociones.
¡Que viva la música! es un sueño que se vive rápido, sin mente, sin reflexión. ¿Tendrías el valor de entregarte al mundo de la sin razón? Nos pregunta la protagonista. Cuando Andrés Caicedo, de 25 años, recibió de una editorial las primeras copias de su novela, comprendió que su legado a la posteridad estaba listo. Tomó sesenta pastillas de seconal para dejar este mundo.
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