de Carlos Fuentes
Alfaguara, 2008
por Fernando Zárate
La voluntad y la fortuna se inicia con una cabeza, la de Josué Nadal, monologando en las costas del Pacífico. La apuesta de Carlos Fuentes es, como nos tiene acostumbrados, a todo o nada: de ahí en más de a momentos se olvidará quién narra la historia, de a momentos el lector volverá con crudeza a la cabeza cercenada (que, según datos de la propia cabeza, es la número mil de lo que va del año).
La voluntad y la fortuna se inicia con una cabeza, la de Josué Nadal, monologando en las costas del Pacífico. La apuesta de Carlos Fuentes es, como nos tiene acostumbrados, a todo o nada: de ahí en más de a momentos se olvidará quién narra la historia, de a momentos el lector volverá con crudeza a la cabeza cercenada (que, según datos de la propia cabeza, es la número mil de lo que va del año).
Mirada socio-política de la historia, y sobre todo, la actualidad Mexicana; La voluntad y la fortuna nos cuenta acerca de dos amigos (Josué y Jericó) que deciden hermanarse mediante un pacto de juventud, su crecimiento como hombres desde lo sexual hasta lo ideológico y los diferentes caminos que tomarán cada uno. Teniendo en cuenta que Josué tenía veintinueve años al momento de ser decapitado, se puede dar fe de una vida intensa entonces.
Como es habitual en Carlos Fuentes, la novela tiene personajes difíciles de olvidar: más allá de sus protagonistas, está también el padre Filopater, un cura poco tradicional y un tanto revolucionario; Max Monroy, un magnate que parece escapado de La muerte de Artemio Cruz; y la fuerte presencia femenina de la historia: Asunta Jordán, motivo del inicio de cuestionamientos entre los dos amigos, y Lucha Zapata, sobre quien girará gran parte de La voluntad y la fortuna.
Admirador de Balzac, con La voluntad y la fortuna Carlos Fuentes, de ochenta años, nos presenta lo que seguramente sea una de sus últimas novelas. Un cierre de lujo para su basta obra, siempre con la mirada en México y sus particularidades. Y es paradójico que sean Carlos Fuentes y Juan Rulfo quienes mejor retrataron a México, dos miradas tan diferentes y parecidas a la vez. A uno le bastó una nouvelle y un par de cuentos; el otro, evidentemente, parece reclamar más tiempo del que suelen tener los creadores para redondear lo suyo. Y esto no es una crítica, simplemente un comentario sobre una capacidad creativa que tiene sus mejores modelos en Balzac, como bien nos declara su propio autor, y también en William Faulkner, “el mejor escritor sudamericano” como irónicamente sostenía Borges.(De quién, para su propio pesar, no se puede decir que fuera “el mejor escritor inglés”)
No debe sorprender una novela de más de 500 páginas escritas con tanto oficio, después de todo, Carlos Fuentes viene publicando hace más de 50 años; lo que sí es admirable es la voluntad del autor de encarar un proyecto así, y la fortuna de finalizarlo de la mejor manera. Un libro sin gusto a despedida, sin sensación de último aliento o de escritura forzada y remanida. Como si su autor tuviera veintitantos años y retratando su aldea, quisiera retratar el mundo.
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