de Claire Keegan
Eterna Cadencia, 2008
por Juan José Burzi
Los milagros a veces suceden… a pesar de que no existen. En un alicaído mercado editorial, donde se publica mucho, pero mediocre, Recorre los campos azules es una señal, un guiño a los descreídos. Hay buena literatura (y digo “buena” y no “novedosa”, o “arriesgada” o “innovadora”, palabras tras las cuales se ha disfrazado más de un bodrio) y hay editoriales argentinas dispuestas a editarla.
Los cuentos de Claire Keegan son más complejos cuanto más chatos y simples parecen: En una ceremonia de casamiento hay un secreto que no es secreto, dado que todos los personajes lo saben, menos el lector, quien lo puede ir imaginando. Pero el lector no está seguro del todo, el cuento avanza y el lector piensa en su mala fe, en su mente sucia… hasta que llega un punto donde no hay lugar a dudas. Hay otro cuento escrito en segunda persona donde lo atroz es referido casi en un susurro, como si en realidad fuera un problema más de familia, cosas que pasan. En Caballos oscuros un hombre es perseguido por un sueño recurrente: un caballo oscuro, una mujer (muerta en la vida real), y una situación que pertenece al pasado… o no tanto. La hija del guardabosques es, (por su contenido, no por su extensión), una nouvelle, un drama familiar con final incierto. Otro cuento, La noche de los servales, es quizá el más gracioso pero a la vez el más patético, donde el sentimiento de melancolía y de incomunicación de todo el libro puede ser casi palpado, de tan logrado.
Cuánto hay de autobiográfico y cuánto no en sus cuentos es algo que no debería importar, y mucho menos se debería tomar en cuenta para evaluarlos. Pero sí es conveniente aclarar que esa vida rural que describe en varios de sus cuentos, no es imaginada. Keegan nació en 1968 en County Wicklow (en la costa oriental de Irlanda), en el seno de una familia católica, y vivió en la granja familiar su infancia y su adolescencia. En varios reportajes dio cuenta de su familia, diciendo que su padre “nunca leyó un libro” y que su madre sólo “a veces lo hacía”. También, en estos reportajes, ha dado pistas para que los lectores entendamos algo: esa familia no era feliz.
Los cuentos de Claire Keegan son más complejos cuanto más chatos y simples parecen: En una ceremonia de casamiento hay un secreto que no es secreto, dado que todos los personajes lo saben, menos el lector, quien lo puede ir imaginando. Pero el lector no está seguro del todo, el cuento avanza y el lector piensa en su mala fe, en su mente sucia… hasta que llega un punto donde no hay lugar a dudas. Hay otro cuento escrito en segunda persona donde lo atroz es referido casi en un susurro, como si en realidad fuera un problema más de familia, cosas que pasan. En Caballos oscuros un hombre es perseguido por un sueño recurrente: un caballo oscuro, una mujer (muerta en la vida real), y una situación que pertenece al pasado… o no tanto. La hija del guardabosques es, (por su contenido, no por su extensión), una nouvelle, un drama familiar con final incierto. Otro cuento, La noche de los servales, es quizá el más gracioso pero a la vez el más patético, donde el sentimiento de melancolía y de incomunicación de todo el libro puede ser casi palpado, de tan logrado.
Cuánto hay de autobiográfico y cuánto no en sus cuentos es algo que no debería importar, y mucho menos se debería tomar en cuenta para evaluarlos. Pero sí es conveniente aclarar que esa vida rural que describe en varios de sus cuentos, no es imaginada. Keegan nació en 1968 en County Wicklow (en la costa oriental de Irlanda), en el seno de una familia católica, y vivió en la granja familiar su infancia y su adolescencia. En varios reportajes dio cuenta de su familia, diciendo que su padre “nunca leyó un libro” y que su madre sólo “a veces lo hacía”. También, en estos reportajes, ha dado pistas para que los lectores entendamos algo: esa familia no era feliz.
Y es justamente ese "no ser feliz" el gran denominador común de la mayoría de los relatos de este libro imperdible y difícil de olvidar; un libro de campos azules, y también, dado que la traducción así lo permitiría (Walk the Blue Fields), tristes.
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