LETRA EN LA SOMBRA (de Pablo Melicchio) por Edgardo Scott

LETRA EN LA SOMBRA
de Pablo Melicchio
Mondadori, 2008
por Edgardo Scott


Puede haber una lectura apresurada, sencilla y prejuiciosa de Letra en la sombra, de Pablo Melicchio; sería una lectura que tomara el título, las primeras páginas y los asideros del texto (biografía del autor, dedicatoria, citas, contratapa, editorial) y con eso armara una descripción fácil: se trata del libro de un psicólogo joven que ficcionaliza su experiencia, sobre todo su experiencia con pacientes presos, combinando la autoayuda o alguna enseñanza moral con la autobiografía. Esa lectura posible y no carente de mala intención, choca con un libro que obedece a otras reglas y tradiciones.

Si bien el personaje y narrador es un psicólogo que ha decidido dejar su trabajo en la cárcel y que, en el intervalo, antes de empezar a trabajar de otra cosa o retomar su profesión en otra área, se reencuentra con un expaciente, ladrón de libros, después de pasar las primeras páginas y al advertir que todavía faltan otras doscientas por delante, se empieza a atender y a sospechar otra cosa; una intención menos evidente, pero que sostiene al libro.

No hace mucho, Oliverio Coelho, publicó una novela elegante: Ida, la narración de un desamorado narcisista que se lanza a la ciudad, al espacio público hasta encontrar otra amarra, en el caso de Ida, otra mujer. Algo de eso hay en el libro de Melicchio, pero en una estructura más amplia y compleja. El narrador, el psicólogo cuenta: “Yo, acostumbrado, escuchaba, pero no era una pose, me hacía bien…” y uno empieza a advertir que, en los encuentros, en las “sesiones” callejeras con su expaciente, hay una necesidad que excede la buena voluntad o el gesto altruista. El psicólogo necesita escuchar, mientras que el preso no necesita contar, aunque cuente. No es, en la novela de Melicchio, el psicólogo el que ayuda al paciente sino al revés: el paciente ayuda, contiene al psicólogo, despojado, momentáneamente de su oficio. De hecho, esta línea tiene una resolución que coincide con el final de la novela y que, como creo que los buenos libros, las buenas ficciones no se sostienen por un remate, voy a contarlo: el ladrón muere, al igual que su hermano; no ha habido intervención terapéutica exitosa mientras que el psicólogo termina como empezó: sin nombre, perplejo, vago, indeciso, ligeramente angustiado ante el mundo.

Marx decía que el hombre sin trabajo no tiene fin. El psicólogo de Melicchio, salvo en las sesiones callejeras con el ladrón, parece sufrir un poco de eso, y deriva en actividades y escenas solitarias, caracterizadas por un clima onírico (ya sea en forma de visión, de pesadilla o de delirio) y un temperamento de gran languidez. Revive, logra cierta consistencia, cuando se encuentra con las peripecias del ladrón, y le puede decir, le puede entregar las fórmulas de lo que sabe, de aquello que le han enseñado los libros y los profesores universitarios.

El libro de Melicchio deja otros guiños a la vista: la literatura japonesa, Pessoa, la prosa poética. Es en ellos y no en las crónicas desde la cárcel, puestas más al servicio del verosímil literario que de la información, donde puede hallarse el eje de la novela. A medida que la novela progresa, va igualando a los personajes, genera la impresión de dos desamparados, dos mendigos un tanto líricos, a la intemperie y con pocas coordenadas vitales. Pero también hay diferencias irreversibles: el psicólogo tiene una casa para él solo, varios libros (que puede comprar), discos, y seguramente, una indemnización o una caja de ahorro. El otro no. No por otra cosa, él sobrevive, y el otro muere. Después de los encuentros, el psicólogo puede regresar a su acuario, el otro, en cambio, empieza su ardua y riesgosa jornada.

Otro rasgo elogiable de la novela es su ambición narrativa. En tiempos donde sobra la escritura, el lenguaje más llano y las tramas más directas, la novela de Melicchio trae un eco de la gran novela rusa: muchos detalles, muchos personajes secundarios, muchas historias, varios e importantes temas; no ahorra, no economiza, gasta, apuesta mucho.

Letra en la sombra, primera novela de Pablo Melicchio, es uno de esos libros donde uno espera otra obra de ese autor, porque intuye que puede haber un proyecto narrativo interesante, del que ese libro es la punta del iceberg.

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