DIARIOS (de Sándor Márai), por Pablo Vinci

DIARIOS
de Sándor Márai
Salamandra, 2008
por Pablo Vinci

¿Es posible hacer una reseña o crítica literaria del diario de los últimos años de un escritor genial que escribió en esas páginas su agonía biológica, su estupefacción, su desencanto, sus muertes y la suya propia?
Creo que no es posible, entonces me queda la única opción de hablar muy brevemente de la crudeza, la dulzura y la sensibilidad de ese hombre frente al fin.

Esta última parte de los diarios comienza en 1984, año que le da nombre a la novela de Orwell. Ya desde esa coincidencia, Márai piensa que aunque el vaticinio de “1984” no se ha cumplido al pie de la letra “a cambio se ha impuesto la realidad diaria: el terror nuclear”. Ese tono de terror y espanto cruza todas o casi todas las entradas del diario. Todavía la guerra fría parecía muy fría aunque fueran esos los últimos años, y Márai autoexiliado en Estados Unidos sabía que esos tiempos eran sus últimos años.
Están presentes el comunismo fascista, los recuerdos de los hechos y sus propias reacciones ante esos viejos hechos que estaban cambiando la historia del mundo y la suya propia. Pero lo que más nos fascina a los lectores es la permanente referencia al desmoronamiento físico entrecruzado por opiniones y referencias literarias e históricas escritas con impresionante frialdad, o mejor que frialdad, distancia. Es decir, escritas con inmensa maestría:

Empezó el bombardeo a Budapest (…) resultado: destrucción completa, La mitad de mi vida se quedó allí, entonces empezó el segundo “round”. Hoy hace cuarenta años que se destruyó el yo que fui y cobró forma ese otro que soy en la actualidad. El mismo que ahora se desmorona.

Cuando su glaucoma ya no le permitía leer ni escribir como antes, comenzó a leer a Borges. Ojala lo de la ceguera haya sido una coincidencia, sería cruel y bellísimo.
En una entrada de junio de 1986 escribe: Ha muerto Borges (…) éramos de la misma quinta, ya no quedan muchos de esta cosecha.

Y otra vez su caída: Lo que venga después carece de importancia comparado con lo que está pasando, tan incomprensible y horrible. Se está muriendo su esposa y se está muriendo él. De ahí lo impresionante. Márai es capaz de escribir bellamente mientras se muere. Es casi imposible imaginarlo trastabillar en la calle cada vez que sale de su casa, sentirse humillado ante los demás y ante sí mismo, casi ciego, solo ante la muerte de absolutamente todos (pocos) sus afectos cercanos y, aun así, sentarse a escribir cada día un diario que termina pareciendo una ficción de Tólstoi.

Marai escribe desde sus dudas sobre cómo utilizar el arma que salió a comprar para matarse, hasta su asombro (lo imagino maravillado y casi soltando una lágrima) ante una pareja de latinoamericanos que, en la calle, se besa mucho tiempo y con ternura ante su miserable comida. Un gesto humano en el desierto de la inhumanidad.

Es muy complejo escribir una reseña sobre el diario de un hombre que escribe que no le tiene miedo a la muerte porque más bien es la vida lo que me inspira miedo. [Tengo] un deuda de honor: Decir que todo, incluido el horror y el asco, ha sido, a pesar de los pesares, maravilloso. Pero ya me da vergüenza escribir. No protesto por la muerte, pero no deseo nada morir.
Conmueve su miedo a la vida
Emociona su deseo de no morir.
Molesta que no sea una contradicción.

En la última entrada del diario dice: (…) no me doy prisa, pero tampoco quiero aplazar nada por culpa de mis dudas. Ha llegado la hora.
Golpea e incomoda el Escritor, como debe ser.

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