FRÍO EN ALASKA (de Matías Capelli) por Edgardo Scott

FRÍO EN ALASKA
de Matías Capelli
Eterna Cadencia, 2008
por Edgardo Scott

Hay un dibujo que suele repetirse en las escenas y personajes de Frío en Alaska, el libro de cuentos o relatos, de Matías Capelli, editado por Eterna Cadencia; en ese dibujo los personajes se empeñan en sortear costos: soportar a una esposa descompuesta, conseguir el dinero necesario para progresar en una carrera, tolerar que los padres sean además personas, sobrellevar un desengaño amoroso. Lekman, el personaje central de estos cuentos, un aspirante a pintor joven, aunque ya no tan joven, así como algún otro personaje lateral, evitan ser ellos quienes banquen; se aseguran de que siempre haya otros a mano: padres, amigos, becas, desconocidos, que sean los encargados de soportar el peso de ellos mismos. Como un último deseo, urgente, desesperado, de juventud.

Lo curioso es que con el fin de ahorrarse, de esquivar ese peso, los personajes afrontan todo tipo de peripecias, tanto o más costosas (y en esto reside la lucidez de Capelli al escribirlo) que si pudieran no elegir la cobardía. Algo de esa idea se despliega, se escribe en Frío en Alaska. La gratuidad se disimula o insinúa como una ilusión trágica. Y sin embargo, estos personajes, con Lekman a la cabeza, como los hombrecitos que describía Agamben en Infancia e historia, persisten en creer en eso, y andan siempre, medio perplejos, sorprendidos, despojados de experiencia. “A medida que se aleja del asfalto pierde las referencias”, escribe Capelli en el último cuento del libro, con el personaje varado en un salar onírico.

La forma en que Capelli narra, va hilvanando, fragmentados, recuerdo y percepción en dosis parejas, pero pocas veces el narrador interpreta, de esta forma la comprensión es difusa, esquiva, y el Principio de incertidumbre (nombre del primer cuento) domina la lectura. Hay un suspenso sostenido en la prosa, pero no a causa de la trama, ya que no se busca el “remate”; la tensión es producto de que permanezca en suspenso el sentido. Un sentido que, en la contemporaneidad (ya desde La mayor de Saer, entre nosotros), es trocado, a lo sumo, y con suerte, por pura impresión. Hay impresiones, no sentido. Los personajes, pero sobre todo Lekman, el personaje de Capelli, colecciona, reúne impresiones, pero no logra que algo quede, que algo le deje algo más que cierta inquietud lánguida. Por eso muchas veces también hay abyecciones, pequeños crímenes sin mucha culpa. En ese detalle hay algo que recuerda al extranjero de Camus.

Cada tanto, los lazos más fuertes y amorosos, una mujer, un padre, una madre, o algún objeto deseado, alguna intención artística, parecen hacerle de amarre o plomada al personaje, orientarlo de alguna forma, pero todo queda incompleto, inacabado, envuelto en cierto resentimiento, en cierta decepción, y en cierta angustia vacua. “Si algo le había dejado de gustar a Lekman eran los balnearios, esos pueblos o ciudades que se nutren de una actividad tan mezquina y de rapiña como el turismo”, escribe en el último cuento. Paradójicamente esa es la regla de los personajes de estos cuentos, sobre todo de Lekman, ser un turista solitario en la tierra, sin contingente alrededor siquiera, alguien de paso, sin compromiso, que mira, y desde afuera, elogia o rechaza, y después sigue hacia otro lado, donde repite lo mismo.

Cuatro cuentos que sin embargo, tienen ambición de novela, porque arman mundo. Libro raro en el buen sentido, difícil en el buen sentido, por momentos sórdido. La juventud escrita menos como paraíso perdido o como paraíso de excesos, que como una salina larga y abierta, monótona e irreal, un campo inutilizado, como escribe por ahí Capelli.

No hay comentarios.:

LECTORES QUE NOS VISITAN