Samantha Schweblin
Emecé
CARA- por Marina Arias
Los cuentos de Pájaros en la boca –segundo libro de Samantha Schweblin y Premio Casa de las Américas 2008– parecen jugar un “pan y queso” entre lo real y lo fantástico. Tanto por el equilibrio preciso que establecen mientras avanzan paso a paso entre esos dos universos como porque siempre uno de los dos campos de sentido termina cediendo bajo el pie del otro.
En una primera lectura –y sobre todo para quienes hayan leído El núcleo del disturbio (2002), primera publicación de la misma autora– los relatos de Samantha Schweblin pueden sonar kafkianos o evocar el onírico regusto de lo entendible en la filmografía de David Lynch. Y hasta en algún que otro momento pueden recordar al mejor Leo Mashlia, como es el caso de La medida de las cosas, un cuento en el que Enrique Duvel, una suerte de “Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia”, se aniña más y más –inclusive físicamente- instalado como una suerte de empleado en la juguetería del pueblo, hasta que su madre se lo lleva a los sopapos a su casa. Pero para una definición justa del libro debemos recurrir a un neologismo: son cuentos schweblinianos.
En ellos, por ejemplo, hay hijos que se transforman en mariposas libres a la salida de la escuela, algo que gracias a un manejo magistral de la construcción textual por parte de la autora resulta insólito, inexplicable y certeramente simbólico a la vez: al llegar a la última línea la sensación es epifánica.
El registro de Schweblin es frío. Los narradores, siempre distantes e imperturbables. Aún cuando se trate de un padre desesperado ante una hija adolescente que sólo se alimenta de pajaritos vivos.
Es que los personajes de esta escritora son siempre elementos de una trama, sin aparente capacidad de torcer su destino ni expresar su voluntad. Parecerían ser objetos en lugar de sujetos. No protagonizan. Son pura acción en la que no se trasluce biografía ni sentimientos.
En los cuentos de Pájaros en la boca, siempre hay algo que resulta rídiculo y profundamente sabio a la vez. Los matrimonios de En la estepa se instalan en un pueblo para conseguir algo que nunca se nos dice qué es pero que intuimos son niños, aunque las crípticas descripciones nos llamen a imaginarnos una suerte de liebres salvajes.
La protagonista de Conservas decide que ése no es su momento ideal para ser madre –un pensamiento común a todos los que alguna vez hemos traído hijos al mundo– y mediante un tratamiento se desembaraza. Literalmente.
Pájaros en la boca presenta temáticas clásicas a través de una literatura que siempre produce un extrañamiento familiar: una mujer se enamora fugazmente de un hombre sirena pero vuelve con su novio, un hombre que resulta ordinario y no parece tratarla demasiado bien. La idea es ridícula y sin embargo ninguna mujer podrá dejar de sentir un guiño cómplice con respecto a esa neurósis típicamente femenina que tantas veces nos obnubila.
Los relatos de Samantha Schweblin son escalofriantemente perfectos. Y Última vuelta parece ser la apoteosis del libro. En él se pone en palabras la muchas veces inasible asociación sintáctica de los sueños. Hay una calesita y la narradora es una nena, y hay una vieja, y una mantilla. Y en algún momento el texto quiebra, y mamá no está, y no sabemos si es pura angustia onírica puesta en relato o el registro de la terrorífica velocidad con que se nos pasa la vida.
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