de Samantha Schweblin
Emecé, 2009
CECA- por Diego Gentile
En el país de los ciegos…
“La mejor cuentista argentina, sin distinción de géneros” sentencia en la solapa del libro Ana María Shua. Expresiones como esta leímos muchas acerca de Samanta Schweblin, y la expectativa antes de leer su libro (ganador del premio Casa de las Américas) es importante. Sin embargo, Pájaros en la boca, no es el libro genial que se comenta. Es un libro correcto, escrito por una correcta narradora, hábil a veces, que sabe escribir y que conoce al dedillo algunas cuestiones prácticas sobre cómo escribir un cuento. En esencia, lo que se puede lograr después de cierto tiempo concurriendo a un taller literario.
Los mejores relatos del libro (que tiene 15 cuentos) son: Conservas, que trata sobre una inquietante forma de abortar; La furia de las pestes, breve, conciso, efectivo y hasta poético; Mi hermano Walter, un cuento que recuerda los buenos cuentos de Dino Buzatti, por el tono entre inocente y desentendido de lo que se está contando y Cabezas contra el asfalto, que es una historia sobre un desequilibrio mental/emocional, contada con inobjetable humor (negro) y de paso es también una ironía hacia el mundo artístico.
Luego hay un grupo de cuentos que pueden considerarse “correctos”, principalmente porque Samanta Schweblin sabe escribir, no hay palabras fuera de registro ni elementos innecesarios. Pero tampoco hay algo que los haga trascender más allá de un producto literario. El cavador, por ejemplo, tiene todos los elementos para ser un buen cuento, pero no lo es. Y no lo es porque el final se adivina enseguida y este cuento es de esos que se sostienen a partir del final. El significado o la “trama oculta” del relato, al igual que muchos cuentos de Schweblin- tanto de este libro como del anterior, El núcleo del disturbio- se deja a la libre interpretación del lector, lo cual es la forma más limpia y sencilla de no comprometerse literariamente. Algo similar sucede con Bajo tierra, que tiene todos los elementos para ser un típico cuento de antología, pero es una cáscara, en esencia no sucede mucho, no hay una verdadera apuesta literaria. Pájaros en la boca es otro relato “correcto”, un guiño al Cortázar de Carta a una señorita en París, donde la protagonista come pajaritos vaya uno a saber por qué. Otro guiño/homenaje/inspiración cortazariano es En la estepa, que remite a Cefalea, relato incluído también incluido en Bestiario. Como en otros casos, la sensación es que la autora podría y debería ir más a fondo con los cuentos. La medida de las cosas tiene un aire a algunos cuentos de Felisberto Hernández, a pesar de que sobre el final se cae en lo obvio.
Y también hay un grupo de relatos como Irmán, Mariposas y El hombre sirena que no destacan por nada, excepto por lo vacío de la propuesta (en contenido, significado, anécdota, lo que sea que se busque). Uno se imagina que son los típicos cuentos “de relleno” para poder llegar a x cantidad de páginas y calificar para un concurso (y ganarlo).
Especial malestar causan Última vuelta y Papá Noel duerme en casa, dos lamentables ejemplos del hastiador “punto de vista infantil”, de los cuales tenemos una extensa (e igualmente aburridora) tradición en nuestra literatura.
Redondeando, “la mejor cuentista argentina, sin distinción de géneros” es algo así como un buen producto de taller literario (algunos cuentos parecen, de hecho, haber sido concebidos como ejercicios o consignas), un tanto anclado en el tiempo por su estilo, con algún que otro relato que sobresale del resto y también de la producción de sus colegas generacionales. Con apenas dos libros editados, Samanta Schweblin ya tiene un estilo (bastante conservador) y un prestigio ganado. Cabe preguntarse qué se está escribiendo y editando para que un libro "correcto" y no más que eso sobresalga tanto.
2 comentarios:
¡Uf! ¡Le dio para que tenga!
Alto hater AJSAJSJ
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