de Romina Paula
Entropía, 2009
por Camila Fabbri
Pluma
Agosto es la segunda novela de Romina Paula. Antes escribió: ¿Vos me querés a mí?, las dos editadas bajo el mismo sello: Entropía. Hay un formato de esta editorial que me habla de la autora, y no puedo evitarlo. Abro la tapa y la veo ahí, sentada, con un libro abierto; y no sólo eso, además esta leyéndolo (el libro). Me gusta que esté ahí. No siempre percibo que al autor me lo están mostrando: que quieren que yo conozca al autor. ¿Que nos miremos?. Algo que dice, algo de un mundo. El momento previo tiene que tener algo de esto, el tiraje de la primer oración y ahí vamos. De ahora en más, todo lo que venga, está bajo estos mismos efectos.
Agosto es la segunda novela de Romina Paula. Antes escribió: ¿Vos me querés a mí?, las dos editadas bajo el mismo sello: Entropía. Hay un formato de esta editorial que me habla de la autora, y no puedo evitarlo. Abro la tapa y la veo ahí, sentada, con un libro abierto; y no sólo eso, además esta leyéndolo (el libro). Me gusta que esté ahí. No siempre percibo que al autor me lo están mostrando: que quieren que yo conozca al autor. ¿Que nos miremos?. Algo que dice, algo de un mundo. El momento previo tiene que tener algo de esto, el tiraje de la primer oración y ahí vamos. De ahora en más, todo lo que venga, está bajo estos mismos efectos.
Agosto es una novela que cuenta un viaje. Emilia es la que escribe, y por tanto, la que viaja. El viaje significa volver: la ciudad donde creció.
En los noventa tuvo una amiga, ( el tema de las épocas me resulta del todo atractivo) .El nombre de la amiga lo conocemos hacia el final. Hay algo de la identidad de los personajes inventados que no se dice instantáneamente. La amiga de Emilia hoy ya no está, estuvo, pero ahora ya no. Los cuerpos prescriben: por esto el viaje. Hay que remover lo que en algún momento fue una amiga, y llevar los restos hacia otra parte: el Sur.Y allá, ¿qué hay del allá?.
Romina Paula relata este Sur como algo que pareciera no haber estado nunca antes. Para nadie. Es el Sur de ella, y eso en mí, resulta. Algo nuevo. El contacto íntimo con la zona, lo que encuentra allá, los que encuentra allá, confirman que sí, que hay un pasado. No que lo hubo: que lo hay. Los que están en el Sur funcionan como un paraíso. Esas personas se mezclan constantemente con ficciones de Emilia, una vez allá: sueños, dormir, películas. Algo del mundo paralelo, lo optativo. Lo aterrador del relato es ( y más adelante retomo otro ejemplo) un poco esto: la calidad de tiempo pasado que Emilia imprime en este presente; como si vivir añejo en uno mismo, fuese posible. Pareciera estar todo tan bañado, afectado, atrasado. Dudar de si hay alguna inclinación, una preferencia, por lo que se es: hoy. Lo que no estaba hasta ahora, en un personaje, ahora está de lleno. Un viaje en el tiempo. ¿Ciencia ficción? No, qué va. Ella, la autora. Y las ficciones que cuenta son lo explícito de todo lo otro: sinopsis de películas que cuentan el vínculo familiar enlazado con muerte, todo muerte. Un hombre que mata a su mujer, y se disfraza de ella para que la crean desaparecida. ¿Psicosis?. Dos hermanas, una se muere, y resulta ser que la mata su hermana para divertirse con el novio, el placer de sentirse distinta. (Romina tiene una manera particular de contar sinopsis desmesuradas, pareciera que lo hace con la mismísima paciencia con la que describe el oficio de un azafato de Micros de larga distancia). Y todo queda ahí, el personaje está todo el tiempo ahí. Escribiendo y soñando imágenes perversas. Vinculándose con gente del Sur, gente que eligió quedarse ahí. Y vinculándose también, de un modo perverso. Jugando a que se puede ser otro, estando en otra parte.
Pareciera que Emilia nunca hubiese llorado una muerte. Y ese nunca es siempre.
La novela está escrita en forma de carta, carta dirigida a un cuerpo muerto. Una especie de habeas corpus (hay cuerpo, todavía) por escrito; hay un cuidado cauteloso con lo que dicen estas cartas, éstas notas. Leo la novela y siento, en un punto, que fui la amiga de la que escribe, que morí, y que la que escribe me cuida; me cuida para que lo que me relata, no me parezca desatinado con ésa-ella que yo conocí ( conocía antes de morirme, yo). La novela me lleva, y por esto me marea: otra vez el tiempo, acá. Un fragmento de la novela dice:“Si no fuera por las zapatillas que llevo y que seguro me compré este año, dudaría de mi edad, dudaría de mi momento histórico, del punto en la línea de mi vida en el que me encuentro. Dudaría de la línea”. Acá cápsula, a eso me refiero, cápsula del tiempo. Objetos de un presente que pueden ser encontrados por generaciones futuras, propios de un pasado intacto. Algo más de lo aterrador de Agosto: lo claustrofóbico. La que remite las cartas no para de hablar sola.
Todo muta, menos la que escribe, Emilia.
Y la idea de cápsula me trae algo más: a simple vista una cápsula resulta una esfera cerrada. Si tiene la habilidad de cerrarse es porque guarda algo “gordo” adentro; algo que contar. La linealidad de hechos se anquilosa y sale. Acá, una novela. El tratamiento de las palabras de la novela sale de un encierro y cuenta otro. Esto me resulta, a mí particularmente, un trabajo identificatorio. Hay algo muy personal en lo que leo. No puedo decir si es por la elección de palabras, la historia, el orden en que suceden las personas y las cosas: pero sí, puedo intentar afirmar lo que me pasa cuando leo. Y en este caso encuentro esto: Pluma. Entonces resumir todo a una sola palabra. De tener pluma, creo. Algo de eso hay. De algo de esto se trata.
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