¡BURUNGANDA! (de Edgardo Cozarinsky) por Augusto Munaro

¡BURUNGANDA!
de Edgardo Cozarinsky
Mansalva, 2009
por Augusto Munaro



¡Burundanga! (Mansalva), el último libro de cuentos del cineasta y escritor argentino Edgardo Cozarinsky, revela desde su desconcertante ilustración de tapa realizada por la fotógrafa Luna Paiva, una audaz apuesta por renovar su mundo de ficción. Son ocho relatos que en su conjunto, entretejen un peculiar modo de ficcionalizar. Acudiendo a su vasta cultura, combina astutamente lo insólito, con lo trivial y ambiguo; creando un espacio narrativo autónomo, de complejo entramado. Jamás su estilo había alcanzado articular a través de tantos tonos, ritmos –inclusive formas de citar, siempre disímiles-, una prosa tan libre de inhibiciones, llena de gracia y vivacidad. De este modo, un espíritu de absoluta libertad creativa, no tarda en expandirse por cada una de las páginas del libro. Allí, las fantasías morbosas se tornan poéticas, como el enjuiciamiento del cadáver del papa Formoso, o las perversiones, entre otras tantas, de “El Landrú de Villa Ortúzar”, quien droga a sus víctimas con burundanga, (mezcla de benzodiazepina y escopolamina); para robarles su dinero. Debido a la naturaleza insólita de los episodios y las escenas contundentes que narra, resulta improbable encasillar este libro. Quizás tampoco, sería lo correcto.

Los relatos se dividen en cuatro grupos: Opera Bufa, Noches de verano en los taxis de Buenos Aires, Sottomondo Vaticano y ¡Burundanga!. Así, figuran algunos cuentos de corte fantástico, como “Mis amores con Dumbo y con Bambi” y otros, más tradicionales como, “Homenaje a nuestras vedettes infantiles”; todos textos con entidad y consistencia propias. Piezas que permiten llevar más lejos aún, la invención de personajes y peripecias desopilantes, sin atentar la calidad de su prosa. Una escritura hábil que irradia un continuo vigor imaginativo.

Cozarinsky, quien vivió más de treinta años en Francia y hoy alterna sus días entre Buenos Aires y Paris, logró con ¡Burundanga!, una de las mayores hazañas que un escritor maduro puede aspirar: la de reinventarse. Para ello conjugó estilos y tonos –entre lo ridículo y lo sublime; la ternura y la infamia-, desplegando todo su repertorio de virtuosismos (pasión por una erudición excéntrica, la ironía refinada a través de un dramatismo imperturbable, etc.), para legar momentos de profunda revelación. La maestría verbal de Cozarinsky, –tal vez sólo igualada por la de J.R.Wilcock-, forjada por un sarcasmo luminoso, asombra y deleita, brindando al lector una desenfrenada y exquisita fauna imaginaria. Se trata pues, de narraciones desvergonzadas, las más reflexivamente divertidas y turbadoras de su obra.
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