de Jacqes Sternberg
La compañía, 2010
por Damián Lorenzo
Comenzar esta reseña con un razonamiento parecería ser lo más correcto: escribir cerca de trescientos textos breves es un trabajo arduo porque son requeridas casi trescientas ideas. Esto expresa el autor de Cuentos glaciales, Jacques Sternberg, en el prólogo del libro. Y ya que hablamos de textos cortos, vale la pena hacer una aclaración: a lo largo del libro encontraremos textos (ideas) macabras, risueñas, humorísticas, irónicas… hay para todos los gustos, y lo mejor es que siempre prima una inteligencia sutil y transparente, como los glaciales, justamente.
Reseñar un libro con doscientos setenta relatos es un trabajo demencial si se toma cuento por cuento, y un tanto injusto para el futuro lector del libro, dado que revelaríamos más de un argumento. Lo que se puede intentar recrear es una genealogía de estos particulares relatos, que encuentran ecos en los aforismos de Kafka, en trabajos como La uña de Max Aub, en la obra de Cortázar (Sternberg lo admiraba, y sin lugar a dudas Cortázar le pegó una mirada a la obra de Sternberg antes de sus Cronopios y Famas), en los buenos ejemplos de “microficciones”, género tan en boga en estos últimos tiempos.
Reseñar un libro con doscientos setenta relatos es un trabajo demencial si se toma cuento por cuento, y un tanto injusto para el futuro lector del libro, dado que revelaríamos más de un argumento. Lo que se puede intentar recrear es una genealogía de estos particulares relatos, que encuentran ecos en los aforismos de Kafka, en trabajos como La uña de Max Aub, en la obra de Cortázar (Sternberg lo admiraba, y sin lugar a dudas Cortázar le pegó una mirada a la obra de Sternberg antes de sus Cronopios y Famas), en los buenos ejemplos de “microficciones”, género tan en boga en estos últimos tiempos.
También sería oportuno hacer aquí una nueva salvedad: el género de microficción, tan usado y abusado, alberga relatos o momentos literarios realmente asombrosos, y otros que no pasan de un mero juego de ingenio o chiste (muchas veces malo). Cuánto mal hizo Augusto Monterroso y su famoso dinosaurio que se negaba a desaparecer cuando el atribulado soñador despertaba, sólo es medible con la cantidad de bostezos, desinterés y/o sonrisas forzadas que suelen despertar muchas microficciones.
Volviendo a este singular libro, algunas palabras sobre su autor: de origen Belga, nació en 1923 y murió en 2006. En esos 83 años, trabajó de publicista, fue prisionero de guerra, detective, escribió un guión, las ya mencionadas microficciones, navegó, recorrió más de 300.000 kilómetros en bicicleta durante su vida, escribió novelas, fue periodista… Todos estos datos resultan llamativos en la medida en que no se haya leído este libro. Una vez leído Cuentos glaciales, podemos afirmar que cualquier otra extravagancia le hubiera quedado bien.
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