de Damian Ríos
Mansalva, 2010
por Walter Lezcano
Hacer covers es un arte noble. Damián Ríos (Concepción del Uruguay, agosto de 1969), poeta, editor, agitador desde muchos frentes, se mandó un cover de su propia obra con retazos que fue desperdigando a lo largo de veinte años en poesías y en una narración que aún circula por internet. Ahora, con ayuda de Francisco Garamona, los junta, los saca por Mansalva y les pone un nombre: Entrerrianos. Y la rompe.
¿Estamos frente a una novela? Las certezas nunca dan tranquilidad. Habría que buscar en ese interrogante la problemática que se impone a la hora de leer Entrerrianos. Es decir, se cuestiona la naturaleza de un género desde la estructura, el orden enrevesado en el que se cuentan los hechos, las elipsis, la construcción de los personajes y la voz del narrador. Saltos temporales, fragmentos de vida, anotaciones, recuerdos incompletos y cierta inconstancia van armando la trama que, como todo buen texto, le pide mucho al lector.
Armada con estos materiales frágiles, que podrían funcionar más como borrador o una libreta de notas de un futuro proyecto abarcador y ambicioso, se construye una maquinaria sólida y casi perfecta.
Lo que primero surge es una dificultad: “Escribir la novela con comprobaciones […] Una novela corta, dividida en dos partes” (pág.11) Narrar una narración entonces, buscar la forma de contarlo. Y después poner las cartas sobre la mesa:”Al principio del último capítulo hay un asesino que no tienen nada que ver con la trama de la novela, trama que por otro lado no existe”. Sin embargo, hay una historia: un relato autobiográfico que se despliega imponiendo sus propias reglas de juego, y que se van decodificando a medida que uno se va metiendo en el texto. La infancia, la familia (una foto del padre de Ríos ilustra la preciosa tapa del libro), el río y la crecida, el amor y lo hace una persona enamorada, los viajes, son los rastros, aquellas huellas que va dejando el narrador para dar con una forma notable de relatar una parte de la vida.
Los poetas cargan con una información privilegiada a la hora de elegir las palabras, y eso lo muestran cuando incursionan en otros terrenos dándoles contundencia y emoción, aportan vida donde sólo hay oficio o meros ejercicios. Un caso reciente es el de Luciano Lamberti y su brillante libro de cuentos El asesino de chanchos que salió por Tamarisco. Con Entrerrianos uno descubre en la prosa la naturaleza de un poeta que sabe hablar de lo cotidiano dándole un vuelo inusitado a momentos desprovistos de belleza y encanto. Da con un tono personal que puede gustar o no, pero es único y reconocible. Lo que no deja de ser una extraña y codiciada virtud.
Qué mierda es acordarse. Tengo que escribir lo primero que me vanga a la cabeza, si me tocó llegar hasta acá no le puedo errar. Tengo que ser preciso, jugar bien, es lo único que se lee en la página 91. Esta es una apuesta fuerte del texto, una declaración de principios que también se percibe en otros libros que salieron por Mansalva, una editorial que viene asumiendo riesgos y que a esta altura del partido logró forjarse una identidad en el mercado editorial argentino. Por que Entrerrianos no se corta sólo, sino que entabla un diálogo enriquecedor con Una idea genial de Inés Acevedo, En la pausa de Pablo Meret y, en menor medida, La garchofa esmeralda de Alejandro Rubio. Un bloque poderoso de escritos que vienen a plantarse con violencia frente a la cuestión agotada del giro autobiográfico. Y demuestran que para que una vida sea interesante de leer tiene que tener, nada más y nada menos, un gran escritor detrás poniendo las palabras justas.
Qué mierda es acordarse. Tengo que escribir lo primero que me vanga a la cabeza, si me tocó llegar hasta acá no le puedo errar. Tengo que ser preciso, jugar bien, es lo único que se lee en la página 91. Esta es una apuesta fuerte del texto, una declaración de principios que también se percibe en otros libros que salieron por Mansalva, una editorial que viene asumiendo riesgos y que a esta altura del partido logró forjarse una identidad en el mercado editorial argentino. Por que Entrerrianos no se corta sólo, sino que entabla un diálogo enriquecedor con Una idea genial de Inés Acevedo, En la pausa de Pablo Meret y, en menor medida, La garchofa esmeralda de Alejandro Rubio. Un bloque poderoso de escritos que vienen a plantarse con violencia frente a la cuestión agotada del giro autobiográfico. Y demuestran que para que una vida sea interesante de leer tiene que tener, nada más y nada menos, un gran escritor detrás poniendo las palabras justas.
4 comentarios:
Me encantó Entrerrianos. Cómo odié que no hubiera más, que no me cumpliera todas las promesas, cómo me hubiera gustado que fuera una novela de 400 páginas.
Me encantó la reseña y me encantó el libro, Damián: un gran escritor y una poesía disfrazada de novela. Igual que Paula, yo quería 400 páginas...
Entrerrianos, un librazo, y también gran tarea del editor Francisco Garamona. G.L.
Entrerrianos, un librazo y también un gran trabajo del editor Franciscolo Garamona
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