Su autor, Hernán Arias, nació en San Francisco, Córdoba, y la tentación del lector es de enmarcar eta novela en una especie de biografía infantil, o de típica novela de formación del autor. El narrador recuerda vivencias que suceden en las afueras de un pueblo de Córdoba, en el campo: una cacería de perdices y liebres, con los varones de su familia (su padre, tio y abuelo), una suerte de iniciación en la virilidad del niño. Otra vez el tío aparece en el siguiente relato: es primavera y para hacer leña deben talar un árbol en medio de un monte y arrastrarlo hasta el hogar. También hay otro recuerdo con una carrera de caballos, alcohol y dinero en juego, una equívoca situación con su tío y una amiga de este, y una tormenta que se aproxima y un asado enorme, con festejo de por medio. La enfermedad de su abuela y la mudanza del primo a Córdoba capital.
Como se verá, los temas parecen meramente costumbristas, no prometen mucha acción ni emoción, sin embargo, y como ya se dijo, La sed es un libro para leer entre líneas, para leer en forma minimalista (ojo, no es “literatura minimalista”), al detalle, recoger las pistas que nos deja el autor y con eso resignificar lo leído. La sed está escrita en base a una escritura “artesanal” en su más precisa acepción, algo que en tiempos de literaturas blogger, autoreferenciales/aburridas y policiales berretas, es una luz en el camino.
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