UN HOMBRE LLAMADO LOBO (de Oliverio Coelho), por Edgardo Scott

UN HOMBRE LLAMADO LOBO
de Oliverio Coelho
Norma, 2011
por Edgardo Scott



Un motivo para poder perderse

Oliverio Coelho escribió su Ulises, su Odisea. Ahí están su Bloom y su Stephen, ahí están su Odiseo y su Telémaco, en este caso, bajo los nombres de Silvio Lobo (el padre) y de Iván Lobo (el hijo). Un hombre llamado lobo es, entonces, ante todo una novela clásica. En el caso de Coelho, esto tiene su especial valor, porque justamente sus libros (a esta altura habrá que decir su obra) siempre habían estado más cerca de la vanguardia; de ciertos riesgos o excesos formales. Sin embargo, no por tener esta vez la impronta clásica, Un hombre llamado lobo, defrauda; todo lo contrario, en varias ocasiones, deslumbra.

La historia es la historia de un hombre, Silvio Lobo, que cumplidos los 40 años, de un modo muy borgeano, realiza su destino. Consigue una mujer, tiene un hijo, y con esto, lejos de redimirse, se acaba de aferrar a sus estragos. Entonces pierde a su mujer, abandona a su hijo, lo echan de su trabajo, y comienza por fin una deriva, que si bien, en apariencia, tiene algo de búsqueda amorosa, tiene más de extravío, de perseguir con fruición lo que muy probablemente lo quiere apartar definitivamente del mundo.

Hay dos personajes más. Su hijo, Iván, y un detective, Marcusse. Marcusse es el puente, el enlace entre padre e hijo. Marcusse es contratado por Lobo para hallar a su mujer, y por otro lado, veinte años después, Marcusse da con Iván, para intentar cerrar el caso, el único caso que, según sus términos, le quedó sin resolver: el azar mismo. La novela, si cabría tal género, es entonces un thriller ético o sentimental. Tal vez todo clásico lo sea. Bajo la apariencia de una road movie o, incluso, de una novela policial, Un hombre llamado lobo es una interrogación literaria sobre el abandono. Dice el narrador: “Entendió que el abandono era mucho más abstracto que el fracaso sentimental, la soledad o el crimen: estaba más allá de la ley.”

¿Qué puede impedir entonces que un hombre (o una mujer) se abandone, que, como se suele decir, se eche a perder? Y a su vez, ¿qué empuja a un hombre o a una mujer a abandonarse, a bajar la guardia ante aquello que Gustavo Ferreyra tan bien ha calificado como “la prepotencia de la vida”? En Un hombre llamado lobo, Oliverio Coelho no da respuestas, apenas –pero nada menos- edifica un gran relato.

Los abandonos, se deja leer en la novela, persiguen absolutos. El motivo del abandono de Lobo es el amor impar, sano y permanente, de una mujer que no sea su madre; el motivo del abandono de Marcusse es la confirmación de sus fórmulas para vencer al azar y, por ende, al juego mismo; y el temprano abandono de Iván, el hijo de Lobo, lleva como motivo o excusa, la conquista de un padre.

El Luis Gusmán de Villa, el Onetti de El pozo, o de Para una tumba sin nombre, también algo de Chejfec y de Roberto Bolaño, pero sobre todo la depuración de Coelho, están presentes en la novela. Puede que Coelho vaya troquelando su obra por tercios, y entonces después de la trilogía política de Los invertebrables, Borneo y Promesas naturales, en este caso, Un hombre llamado Lobo sería la síntesis de una etapa que comenzó con Ida y siguió con el excelente libro de cuentos Parte doméstico. Pero es apenas una lectura. Lo que importa es que Oliverio Coelho consiguió escribir un gran libro, una gran historia, una de esas novelas que tienen vida propia, donde pareciera que el estilo del autor se rinde, se subordina o se funde con lo real. Sin temor a la apuesta, éste es uno de los mejores libros de la década que comienza.

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