Escribir una crítica literaria acerca de un libro de crítica literaria sería algo así como una crítica al cuadrado. Por eso, frente a las 500 páginas de Los prisioneros de la torre, el libro enyasístico de Elsa Drucaroff sobre la llamada (por ella) “generación post-dictadura”, considero que lo más acertado es aportar algunos puntos de vista, algunos abordajes que puedan servir al futuro lector del libro a considerarlo.
*Primeramente, y a riesgo de contradecir lo escrito unas líneas más arriba: ¿es Los prisioneros de la torre un libro de crítica literaria? No y sí. No lo es porque Los prisioneros… excede lo que podría llamarse “crítica literaria”, siendo en algunos momentos un estudio sociológico de las diferentes etapas que atravesó la sociedad Argentina entre 1990 y 2007. Más cercano al ensayo, a un ensayo de divulgación, un ensayo que acerca más que aleja a los lectores. Y a la vez se esboza una mirada crítica sobre la literatura que se enuncia y se analiza.
*Se le ha criticado la ausencia de un juicio de valor sobre la literatura que se está tratando; es cierto y es deliberado. Drucaroff reniega de la “crítica patovica”, esa que “se arroga el rol de sacerdote del templo y decide lo que puede entrar y lo que no al canon, y sobre todo, lo más importante de lo que dice es eso, afirmar ‘es bueno’ o ‘es malo’ y no hacer lecturas.” (Drucaroff en reportaje a Página 12). Agrega que la “crítica patovica” no asume riesgos, apunta sus cañones a autores no consagrados, que no ocupan un lugar de privilegio o poder. Un poco por comodidad, otro poco (no lo expresa así en el libro, pero lo da a entender) por conveniencia. En resúmen: Se extraña el juicio de valor sobre los libros nombrados, a veces resulta necesario, sin que por ello se caiga necesariamente en una “crítica patovica”. Y a la vez, el sólo ejemplo de Beatriz Sarlo como crítica patovica por excelencia, nos hace darle la razón a Drucaroff.
*Por lo antes mencionado y por otras menudencias Elsa Drucaroff da el puntapié a una polémica con Beatriz Sarlo. Ignoro si Sarlo tomó el guante o preferirá quedarse cómoda en su lugar, mirando por encima del hombro a Drucaroff (y al resto del mundo). También es cierto que, si se estuviera tratando de dos autores varones, esto se podría resumir en una poco elegante y un tanto machista frase: “Parece que quieren ver quien la tiene más grande”. Pero no, son dos damas.
*Para escribir este libro, la autora consultó unos 500 libros y leyó más de 300, contó con colaboradores (lectores) y leyó todo tipo de material y autor. Marginales, principiantes, ganadores de concursos, literatos eventeros… todos tuvieron su lugarcito en el libro. Y esto da cuenta de un intento de ser lo más abarcativa posible, y a la vez, poco rigurosa en su selección. No se trata de pedir una “crítica patovica”, sino de utilizar un poco de sentido común. ¿Es necesario incluir en un libro tan basto y lleno de nombres y referencias a autores cuya obra era un par de cuentos publicados en antologías o revistas?
*Quien revolotea por el mundillo literario desde hace más de cinco o seis años seguramente ha sido testigo de algún hecho/evento que en su momento convocó a un par de familiares y/o amigos y que con el correr del tiempo se convirtieron en hechos fundacionales. Algo así sucedió con la famosa rivalidad entre Babélicos (Alan Pauls, Luis Chitarroni, Daniel Guebel, Sergio Bizzio) y Planetarios (Rodrigo Fresán, Guillermo Saccomanno, Marcelo Figueras). Existió y se hizo más grande a medida que pasaron los años. La autora, en uno de los momentos más interesantes y a la vez más chismosos del libro, da cuenta de esa situación y desmitifica un poco un “river-boca” que se instaló y, en definitiva, no benefició a nadie.
*Los prisioneros… es una aventura y un riesgo que alguien debía tomar para dar cuenta de las generaciones post dictadura, para intentar poner blanco sobre negro la actualidad literaria argentina. ¿Lo logra? Eso queda a cargo del lector, en la medida en que se sienta satisfecho o no, en lo que sucederá cuando, luego de leer el libro, vaya a comprar a alguno de los autores allí citados. La elaboración de este libro no ha sido un gesto vano ni fallido, si bien se le pueden objetar varias cuestiones (algunas de las cuales se mencionan más arriba), la sensación es que son más las veces en que Drucaroff acierta que en las que hace agua.
*Por último, quizá no sea descabellado aventurar que la importancia de esta clase de libros no reside en los libros en sí, sino en lo que luego surge a raíz de ellos (polémicas, replanteos, descubrimientos). Y Los prisioneros de la torre parece ser un excelente punto de partida.
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