BRIEVARIO O EL OFICIO RELIGIOSO
de Leticia Martin
Editorial Funesiana, 2012
por Juan José Burzi
PARTE DE LA RELIGIÓN
La religión como tema preponderante de Brievario o el oficio religioso es uno de los posibles puntos de abordajes que nos ofrece este breve (56 páginas) libro de poesía. Ya desde el título del libro y de los diferentes capítulos el enunciado es religioso. ¿Ironía? ¿Homenaje? ¿Burla? De todo un poco pareciera ser, y a la vez, en estos poemas, hay mucho de melancolía, de algo que ya no puede ser.
En la primera parte, La liturgia de las horas, Leticia Martin parece echar mano a todo lo que tiene a mano para crear un efecto caleidoscópico de numeraciones, sensaciones y vivencias. Así tenemos a Pizarnik luego de una cita al grupo ¿musical? Menudo, a las plagas de Egipto con el ángel de la guarda y Jesús, a quien le pide encarecidamente, “dejame cojer en paz”, en un mismo lodo, todos manoseau.
Laudes, que encierra 8 poemas, parece hablar sobre la mirada poética, sobre la poesía, y la relación de la autora con la misma “quiero escribir/ quiero estar en otro lado todo el tiempo/ con la poesía”. Y también está la relación con los ritos religiosos y la religión misma. “la misa es cosa de mujeres/tengo que ir/él, mejor, pone el asado” o Rezo a media mañana que vendría a ser un ajuste de cuentas con un Dios que la autora parece no entender ya (¿quién lo hace hoy en día?) y a quien le pasa factura. Entre estos poemas se mezcla, además, lo cotidiano, el día a día y su ocupación como madre.
La hora nona es otra sección del libro, con una impronta poética más desgarrada y directa. “más dolor/todojunto/a la larga es alivio.”, o el breve poema titulado Hospitales, que dice: “las épocas heavymetal/ se pasan yendo al teatro/ con El cuaderno rojo, de Auster/ y La voz extraña, de Casas.” Criterios poéticos es otro poema fuerte, donde la autora cambia el registro para contar, donde el susurro se va convirtiendo en gruñido, y en cualquier momento grito. Pero el grito no llega, Brievario o el oficio religioso puede resumirse en esa imagen: la de la voz susurrante que muta en gruñido y que a su vez debería estallar en un grito, un alarido, pero no lo hace. ¿Para qué? A la poesía de Leticia Martin no le hace falta.
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