EL EXCESO (de Edgardo Scott), por Marina Arias


EL EXCESO
de Edgardo Scott
Gárgola Ediciones – Colección Laura Palmer no ha muerto, 2012
por Marina Arias


Un ministro bonaerense apellidado Valle, su hijo adolescente, el novio de su hija, su guardaespaldas y su empleada doméstica son los cinco puntos de vista a través de los que Edgardo Scott va desplegando esta novela. Y “desplegar” es la palabra justa porque en una gran decisión literaria, el autor eligió contar esta historia -una historia que no es otra cosa que un retrato del sinsentido que vivimos los que vivimos los noventa, eso que hoy a la distancia resulta más delirante que una novela de Copi (“¿María Julia Alsogaray salió desnuda bajo un tapado de piel en la tapa de Noticias cuando era Secretaria de Medioambiente o fue un sueño colectivo?”)-  sin buscar explicaciones totalizantes.

No es que los protagonistas no reflexionan, sino que reflexionan sobre particulares, particulares que en una lectura rápida pueden parecer banalidades: Valle le da una importancia excelsa a la dentadura de las personas; su hijo imagina niveles para un video juego mientras camina por un barrio comercial fundido por el neoliberalismo y sus shoppings o al ser testigo ciego de cómo un grupo de skinheads le rompe la cabeza a un punk; el novio de la hija se pregunta si en las próximas horas hará a tiempo a almorzar con ella y a cogerse a un tipo que acaba de conocer en la villa en la que vive; el guardaespaldas se pierde recordando detalles de su padre [“Mi padre admiraba a Rosas como admiraba a Sarmiento, a San Martín o a Belgrano, sin distinción. Y cuando por algún motivo evocaba esos nombres, se le llenaban los ojos de lágrimas; se ponía grave, lento, la boca pastosa. Me intentaba transferir algo grande e inexplicable. Un sentimiento, supongo. Y eso también sucedía (es una coincidencia extraña, si lo pienso) cuando estaba ebrio.], y los detalles son siempre peyorativos, y al guardaespaldas esos detalles parecen incomodarlo más que la cantidad de gente que ha forzado a pasar a mejor vida (porque claro, más que una protección, el tipo es fuerza de choque y sicario de su jefe). Pero en El exceso no hay banalidades. Hay hallazgos indiciarios: Valle que se da cuenta que no puede cerrar una negociación porque en su oficina no hay cortinas y al otro tipo le está molestando el sol en los ojos; entonces hace un chiste sobre fútbol, relaja la reunión y se queda pensando en las cortinas. Y Valle que al capítulo siguiente deambula por un hotel caribeño y piensa “en cómo será morir ahogado, y después, en cómo será ahogar a alguien” mientras “supone más atroz lo primero”.  O el detalle de que estando en barra, Valle hijo “se mostraba abiertamente hostil ante la policía pero aunque nunca lo admitiera, cuando la veía pasar, se sentía más protegido, más seguro: prefería que el patrullero estuviese a que no”.

A primera vista puede resultar extraño que El exceso esté focalizada desde cinco personajes completamente distintos y sin embargo haya sido contada por un narrador que resulta uno y unívoco. Sin embargo, estamos ante otra decisión acertada. De ese modo, y gracias a una voz narrativa potente y madura, Edgardo Scott logra un efecto literario destacable: en esta historia no habla ningún individuo (de hecho, en toda la novela no hay un solo diálogo), los que hablan son los años noventa.

Todos los personajes de El exceso resultan repulsivos, son como ratas sobreviviendo en silencio, más cerca del gusto que de la desesperación, en un país completamente podrido. Todos los personajes, menos uno: Elena, la empleada doméstica. “La mujer” (de hecho, así se titula el tramo de la novela focalizado desde ella, y a uno -que en mi caso es “una”- no puede dejar agradarle ese gesto de reconocimiento hacia el género). Elena es la mujer y la trabajadora. Lleva adelante la casa de los Valle mientras sufre porque su hija se va a mudar a Canadá. Y le compra un ramo de flores. Y le escribe una tarjeta felicitándola. Aguanta la descarga sexual de su marido mientras piensa que en el otro cuarto su hija debe estar pasando calor. Y uno no puede evitar aferrarse empáticamente a ese personaje como un hilo de esperanza en el futuro que vino.



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