LOS APARTADOS (de Juan Manuel Porta), por Marina Arias



LOS APARTADOS
de Juan Manuel Porta 
Editorial Conejos, 2013
por Marina Arias 




Cuatro son los relatos de Juan Manuel Porta (1974) que componen su primer libro y fueron premiados por el Fondo Nacional de las Artes en 2012, y los cuatro dan cuenta de una misma subjetividad, desplegando (y quizás para ser precisos tendríamos que decir “replegando”, porque la prosa es lacónica, y la voz narrativa, elíptica) una particular forma de ser y estar en el mundo: una forma apática, con una falta absoluta de deseo. 
Una mujer que soporta sin inmutarse los delirios y perversiones de un padre alcohólico. Un hombre que lo fue perdiendo todo, que sobrevive en las ruinas de lo que fue la casa de su infancia y no parece darse mucha cuenta de lo desesperante de su situación. Un pibe que concurre por primera vez a un entrenamiento de rugby; hasta en una acción aparentemente tan llana y consciente como esta última, en el mundo de Porta no existe la posibilidad de que el personaje decida algo: el pibe no puede rechazar (no puede ni parece tener ganas, lo repetimos: la ausencia de ganas es una constante en los cuatro relatos) la invitación de un “amigo” –las comillas son porque el autor, en tan sólo un par de diálogos, logra reflejar a la perfección esos vínculos de la adolescencia en los que no es tan fácil discernir si tienen que ver sólo con querer al otro o hay un componente que tiene que ver con destruirlo–. Y entonces se ve envuelto en un sinfín de situaciones absurdas, crueles y espantosamente graciosas, propiciadas fundamentalmente por los dos entrenadores, dos fachos lamentables de esos que hacen de la homofobia una bandera tras la que esconden cierto gustito que les resulta inconfesable (lo más espantoso es que lo de Porta es sólo una caricatura, una caricatura precisa y certera, ése es el gran mérito, pero cualquiera que ha conocido aunque sea de coté el mundo de los clubes de rugby-hockey ha entrevisto algún ser con esas características, de ahí que reírse no deje de resultar tan inevitable como incómodo). 
Maderas podridas, pastos crecidos y gente que ha perdido hasta la voluntad en alguna esquina de la vida. Ése es el imaginario por el que parece discurrir la literatura de Juan Manuel Porta. Así como Los frustrados es un cuento redondo, que hubiera merecido un premio por sí solo, De paso, el que cierra el libro, resulta el más reflexivo: en él uno puede ver más claramente ciertas concepciones sobre el mundo y los otros (¿y acaso no es ése el sentido de toda literatura?) y hasta puede leerse al protagonista como un alter ego del autor. El cuento abre con una cita de Nabokov: “como situación, la soledad admite correctivos; como actitud espiritual es una enfermedad incurable”, pero el protagonista, haciendo caso omiso de esa advertencia, durante el desarrollo reflexiona: “lo mejor es estar sólo, conocer gente es una experiencia engañosa. Al principio uno siempre quiere agradar, pierde un montón de tiempo en discusiones bizantinas, o directamente estúpidas, para demostrar lo interesantes que son nuestras ideas, aunque por lo general esas ideas no son nuestras sino que se las robamos a otro, o a varios otros. Lo cierto es que al final dejamos de ver a esas “amistades”, y entonces nos damos cuenta de que desperdiciamos un montón de tiempo haciendo lo posible por mostrarnos inteligentes y cultos con gente de la que posiblemente no volveremos a tener noticias. Personas que seguramente no valían nada, y eran tan o más farsantes que nosotros. Todos somos farsantes, con la salvedad de que algunos, los más osados, se atreven a admitirlo”. Entonces (y no podemos dejar de señalar la paradoja) no se puede evitar sentir empatía con una posición existencial tan áspera como auténtica. Y así, en un texto que debería resultar desesperanzador se siente la esperanza de comprobar que hay otros tan desesperanzados como uno. Que no es poco. 



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