de
Carlos y José María
Marcos
por
Patricio Chaija
Amo
los libros. Me encanta mirarlos. Tocarlos. No pasa un día sin que huela sus
lomos, oiga el chicoteo de sus páginas. Sí: son mi fetiche. Contemplar mi
biblioteca, o una ajena, puede llevarme horas. Sólo estar de pie frente a un
conjunto de libros me transporta a otro lugar, y me quedo extasiado, imaginando
qué historias cuentan. Qué lugares me están esperando. Y qué voces nuevas me
van a embriagar. A mis conocidos les he dicho la afirmación que, si pudiera
alimentarme de libros, sería feliz. Hasta aventuré (en tono de broma) que
hacerle el amor a un libro sería la completud misma.
Estas
disquisiciones tienen mucho que ver con la novela de la que hablaré. Porque es
una novela que refiere a la
búsqueda de un libro, El tratado teórico
del oficio de muerde
muertos , y a los avatares que sus protagonistas, en
Salamanca y Buenos Aires, sufren bajo el influjo del incunable. Con la excusa
de emprender la búsqueda del texto de un antepasado, Blaise Orbañeja, en Buenos
Aires, emprende correspondencia con Jesús Figueras Irigoyen, en España. El
radicado en Salamanca le refiere a quien reside en Buenos Aires que él
investigará acerca del libro solicitado, pero que a su vez exige saber qué
ocurrió con su hermano Ignacio, desaparecido hace varios años. Ambos
personajes, que se convierten en contendientes pero necesitados el uno del otro,
van tejiendo así la historia.
Los
hermanos Marcos creen en otros mundos, y en las aventuras que éstos deparan. Y
se lanzan a la
escritura de una difícil novela, que subyuga al lector y lo lleva de la mano a un lóbrego
laberinto. La trama se
imbrica una y otra vez mientras nos adentramos con paso confiado en el complejo
edificio pergeñado por los autores. La historia, con ribetes de policial, va
acelerando su dinámica a medida que avanzan las páginas. El universo planteado,
en donde un hombre desea saber qué ocurrió con su hermano y un viejo bibliómano
necesita el hipotético libro, es convincente, ya que los personajes no son nada
lineales, tienen una carnadura notable, y permiten imaginar escenarios que
quedarán en el recuerdo del lector por mucho tiempo. El ambiente, por momentos
asfixiante, de la trama, se profundiza cuando seguimos una línea planteada por
el narrador y descubrimos que la plurisignificancia es análoga a la cantidad de
puertas que debemos escoger para encontrar una salida a la trampa. Pero los Marcos se
encargan de frustrar amablemente nuestras expectativas. Blaise Orbañeja se
acercará más y más a su libro, mientras el señor Figueras Irigoyen encontrará
algunas respuestas...
Aparentemente
anacrónico, el motivo de narrar con cartas en la era de la comunicación
digital, instantánea y audiovisual, no es un detalle más, sino que contribuye a la forma precisa que la narración
exige.
La
mesa está servida. O la cama, porque la lectura se vuelve una gran orgía entre las
paredes del laberinto, un encuentro añorado y prohibido, en donde el placer y la lujuria se concentran
en un amor desmedido por los libros, la literatura, la amistad; en fin, las
cosas importantes en la vida.
Es
adecuado decir que no se puede huir del laberinto. Una vez que entrás, los muerde muertos no saldrán
de tu cabeza, nunca más.
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